Solemos recordar los mejores momentos de un evento cuando este ha pasado o cuando sabemos que no podremos repetirlo en largo tiempo. No importa si es un platillo en un restaurante específico o un viaje con un grupo de amigos, la imposibilidad de regresar las horas se convierte en un instante idóneo para la memoria. Para evocar aquellos paisajes, personas, sabores, conversaciones o museos que se han grabado en nuestra mente.
En este momento, por ejemplo, los grandes viajes están lejos del presente y cerca de nuestra memoria. Y aunque todo parece indicar que podremos volver a los aeropuertos dentro de poco, la industria del turismo sigue lejos de recuperar la grandeza que tenía antes de la pandemia de coronavirus. De hecho, por ahora nos toca quedarnos en casa y nos toca también conocer el mundo desde otros ojos. Afortunadamente para ello tenemos la fotografía.
Compartir las fotos favoritas de viaje
Los retos han formado parte de la cuarentena prácticamente desde su inicio en marzo (en México). Iniciativas que se tratan de dibujar, de imitar cuadros, de cocinar, cantar y demás que ya son parte del entretenimiento del encierro. Algunas personas más que otras, las integraron en su rutina y lograron crear verdaderas obras de arte.
Una de ellas, relativamente reciente, es la de compartir, durante 10 días, 10 fotos: stills de películas, canciones o –la que más nos interesa– fotos de viaje. Para esto, Travesías se ha unido a esta tendencia e invita a todos a seguir una dinámica fácil y profunda, que consiste en elegir 10 fotografías tomadas durante un viaje y subirlas a Instagram o Facebook con los hashtag #viajesquehemoshecho y #viajesconTravesías y mandárnoslas por DM. Las foto que reciba más likes recibirá uno de nuestros libros de viajes.
La idea es que estas imágenes se suban sin explicaciones y sin contexto. No importa a dónde fue, con quién, cuándo o por qué. Lo único que queremos ver son paisajes urbanos o naturales que los hayan impresionado.
El papel de las cámaras en los viajes
Hubo un momento, a principios del siglo XX, cuando las primeras cámaras – máquinas aparatosas y pesadas– comenzaron a registrar el mundo tal como es. Las fotografías –por ejemplo los paisajes inmortales de Ansel Adams– eran portales que podían transportar a cualquiera a una multitud de espacios desconocidos del planeta.
Pero pasó el tiempo y ahora las fotografías de viaje están al alcance de la mano de todo el que tenga un dispositivo móvil. En el siglo XXI las imágenes se capturan en menos de un segundo. Ahora todo tiene un retrato y todas las imágenes están dentro de una nube invisible para los ojos. No obstante, hemos conservado la tradición de eternizar los instantes y de contemplar en las fotos los tiempos que ya no regresarán.
Sobre el eterno debate: ¿fotografiar o no fotografiar durante un viaje?
Es aquí donde empieza el debate sobre la utilidad y recompensa de fotografiar en un viaje. Algunos se inclinan por guardar la cámara y dejar que los sentidos vivan orgánicamente la experiencia sin testigos ni artefactos. Incluso existe un estudio cuyas conclusiones apuntan a que las personas que toman más fotos en museos, tiempo después recuerdan menos las obras que quienes confiaron esa tarea a su memoria y percepción.
Por su parte, también existen los defensores de registrar las aventuras en una cámara. Ellos argumentan que la tarea de planear un disparo hace más conscientes a las personas de su entorno y de los detalles que los rodean. A la larga, crean una especie de respeto hacia lo retratado, sea un bosque, un animal salvaje, una calle llena de gente o una cara extranjera.
Por otro lado, ¿quién no disfruta ver las fotografías, tal vez decoloradas o dañadas por el paso del tiempo, de viajes que hicieron nuestros padres o abuelos? Estas postales son evidencia del pasado y nos permiten recrear instantes perdidos que ya sólo viven en la imagen. En este caso, siempre tendremos que decir qué bueno que los abuelos tenían una cámara.
¿Qué piensan ustedes, hay o no que tomar fotos?
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Foto de portada: Dino Reichmuth / Unsplash
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