Durante el siglo XX, México recibió y dio una nueva vida a miles de personas del mundo que necesitaban un hogar. Nuestro país abrió sus puertas durante las dictaduras que ocurrieron en Sudamérica, también al término de la Guerra Cilvil en España y cuando las turbulentas épocas de la Segunda Guerra Mundial expulsaron a un grupo grande de polacos tras la invasión de los nazis a su territorio. Y aunque sea una historia poco conocida, llegaron tantos que en algunos mapas de la década de los 40 se podía leer el nombre “Pequeña Polonia”.
Pequeña Polonia se refiere al campo de Santa Rosa, a 10 km a las afueras de la ciudad de León. Lo que en un inicio era una extensión de tierra se transformó en una hacienda que fue habitada por 1,453 polacos de 1943 a 1947. Cabe destacar que, de esa comunidad de migrantes, 280 eran niños, de los cuales 236 llegaron a México sin padres.
Unos visitantes poco comunes
Los polacos que arribaron a México en 1943 venían para buscar refugio de una nación casi inexistente que había sido acorralada entre la Alemania nazi y la URSS. En este contexto, y para hacerse de un botín de guerra, La Unión Soviética apresó a millones de personas –1.2 millones, de acuerdo a cifras oficiales de Polonia– y las exilió en las regiones más inhóspitas de la actual Rusia, como Siberia y el extremo oriente.
Luego, cuando la URSS se unió a los Aliados, el Reino Unido puso como condición a los rusos liberar a los polacos. Fue así como decenas de miles de presos terminaron en Irán, en los países orientales de África que pertenecían a la Commonwealth británica, en el actual Pakistán y, sorpresivamente, en México.
El entonces presidente Manuel Ávila Camacho se ofreció a admitir a algunos refugiados polacos, teniendo en mente unos cinco mil. Entonces un equipo –formado por los embajadores de Estados Unidos y el Reino Unido, el representante de Polonia y el subsecretario de Relaciones Exteriores– decidió que los recién llegados se ubicarían en Santa Rosa.
De cómo la Pequeña Polonia se quedó en la memoria de México
El 10 de julio de 1943, un tren llegó a la estación de ferrocarril de León, proveniente de California. Los polacos habían tocado América en el puerto de San Pedro, en Los Ángeles, después de algunas paradas en Oceanía y más de dos mil km recorridos, para finalmente arribar al Bajío.
Una multitud de locales los recibieron con gran entusiasmo, con los himnos de ambos países, música de mariachi, arreglos florales, dulces mexicanos y mucho cariño; así lo recuerda Valentina Grycuk –quien abandonó Europa a los dos años de edad– en una entrevista con BBC Mundo.
Las reglas de esta colonia polaca eran claras: la comunidad debía ser lo más autosostenible posible, y sus habitantes no podían involucrarse en la fuerza laboral mexicana. De ahí que las escuelas que se instalaron en el sitio siguieran el sistema educativo del país europeo, y que en el terreno abundaran las hortalizas; también había una pequeña parroquia y hasta una clínica.
Sin embargo, eso no significaba que los refugiados de Pequeña Polonia no pudieran conocer México. De tanto en tanto se otorgaban permisos para realizar excursiones cortas, desde los alrededores de Santa Rosa o la ciudad de León hasta la Ciudad de México.
¿Qué pasó con los habitantes de la Pequeña Polonia?
El campamento de Santa Rosa se desmanteló oficialmente en 1945, aunque los últimos habitantes abandonaron el lugar hasta 1947. Los polacos tuvieron entonces dos opciones: o regresar a Polonia o solicitar un permiso al gobierno mexicano para permanecer en el territorio.
Así, se calcula que 87 de ellos volvieron a su país natal, donde fueron apodados “los mexicanitos”; algunos de ellos se unieron al ejército. Mientras tanto, otros migraron a Estados Unidos –en especial a Chicago– y a Canadá o se casaron con mexicanos y se reubicaron en diversas ciudades del país.
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Foto de portada: Kresy Siberia Virtual Museum
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