El exuberante Jardín Borda: un laberinto de caminos, fuentes y flores exóticas

Hay quienes aseguran que el Jardín Borda es el último jardín colonial que queda en el país.

17 Aug 2020

Si hablamos de árboles centenarios hay que voltear la mirada hacia el Jardín Borda, un oasis de vegetación que alberga una mansión virreinal y cuyas plantas han visto pasar la historia frente a ellas. Los Habsburgo paseando por los caminos de piedra, periódico en mano. El gran banquete organizado por Porfirio Díaz que marcó la inauguración del ferrocarril morelense en 1897; o Diego Rivera –así como muchos otros artistas– en busca de inspiración entre las flores exóticas de las jardineras.

Estas áreas verdes han existido en el centro de Cuernavaca, apenas a media cuadra de la Catedral, desde el siglo XVIII. Fueron creadas para satisfacer los deseos de Manuel de la Borda, que quería tener una casa de reposo donde pudiera también explotar su fascinación por la botánica y la horticultura, y para su padre José de la Borda, el emblemático minero de Taxco.

La fascinación por la tranquilidad y por la naturaleza se mantienen intactas hasta hoy. Al entrar por las rejas, una fuente da la bienvenida a los visitantes e invita a dejar atrás el bullicio de la ciudad, a perderse entre los caminos de piedra, las escalinatas, los espejos de agua que aparecen, de repente, detrás de una pared verde, o a rodear el estanque artificial en el que nadan patos y gansos. Todavía en estos días se puede respirar esa misma atmósfera de calma y humedad fresca que tanto fascinó a la emperatriz Carlota cuando decidió establecer aquí su mansión de veraneo a finales del siglo XIX.

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Un mundo de flores y árboles en el centro de Cuernavaca

La estética del Palacio de Versalles inspiró a de la Borda a diseñar la disposición de los jardines de su nueva morada. Fuentes centrales y geométricas rodeadas por medias columnas de capiteles sencillos de donde parte el laberinto de senderos. Quizá en un principio este espacio estaba solo dotado apenas de unas ramas escuálidas, pero ahora las plantas devoran a los caminos.

Las ardillas curiosas, la vibración de los colibríes volando y los murciélagos al atardecer; aquí todo parece parte de un relato al que muchos han querido ponerle palabras. En 1845, el poeta Guillermo Prieto dijo al respecto del Borda:

“las variadas riquezas vegetales de este jardín…¡el copudo arbusto del café, de fruto encendido y dulcísimo… el mango… la alevosa hierba del chichicastle… mameyes y zapotes de varias clases, viéndose en las aguas del estanque grande”.

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Tampoco es casualidad que el autor inglés Malcolm Lowry –se dice que hay un árbol que tiene la inscripción de su nombre– se inspirara en este y muchos otros puntos de la urbe para tramar la que se convirtiera en una joya de la literatura universal: Bajo el Volcán. Por su parte, Luis Cernuda plasmó en un poema de 1951 ese sentimiento de nostalgia que viene de la fusión de presente y pasado, y de la belleza inmediata que causa el jardín en el espectador:

“Este aire que mueve las ramas es el mismo que otra vez, a esta hora, las moviera un día. Esta nostalgia no es tuya, sino de alguno que la sintió antaño en este sitio…”.

¿Quiénes habitan el jardín?

A estas jardineras llegaron ejemplares de especies nativas, entre ellas árboles de aguacate, copales, colorines, nochebuenas, flores de mayo o matas de hoja santa, así como plantas exóticas traídas desde Oriente por el Galeón de Manila, como mango criollo, tulipanes africanos, guayaba japonesa, bambúes, nísperos o laurel de la India. Quien se pasee por aquí podrá encontrar numerosos letreritos apenas reconocibles entre la vegetación que indican el origen de cada arbusto, flor o tronco imponente.

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Una mansión como pocas en México

Este peculiar mundo de árboles frutales, pétalos de todos colores y arbustos curiosos está enmarcado, en su sección principal, por arcos coloniales que, a su vez, marcan el límite de una terraza techada que probablemente en su época estuvo adornada con mecedoras y mesitas del té.

La antigua residencia se esconde detrás de puertas largas, en cuya pared exterior reluce –en ciertas partes– la pintura original de la casa de hace 300 años. En ella se puede contemplar cómo este inmueble se construyó siguiendo las tendencias de los estilos mudéjar y barroco italiano.

En 1738, el señor José de la Borda murió y la familia abandonó la propiedad. Posteriormente operó como un prestigioso hotel y después, mientras el país era el Segundo Imperio Mexicano, se convirtió en un destino de recreación de los emperadores.

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Visitar el Jardín Borda en Cuernavaca

Ahora este recinto –que pasó por una ardua remodelación durante 2015 y 2016– es un centro cultural que tiene cinco salas de exposición en donde se presentan muestras itinerantes de arte, escultura o fotografía. Además de recorrer los jardines, se puede acudir a algunos de los espectáculos que se presentan en el foro del estanque –danza, teatro o conferencias– siguiendo la tradición de las galas al aire libre que organizaban los Habsburgo hace 150 años.

Aunque está verde y vivo todo el año, una de las mejores épocas para ir es en las fechas de Día de Muertos, cuando la entrada del Jardín Borda se llena de ofrendas artesanales, las fuentes se adornan con racimos imposibles de flores de cempasúchil y catrinas de tamaño real se colocan, con su debido porte y elegancia, en el patio de la entrada.

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Fotos: cortesía Centro Cultural Jardín Borda

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