No es raro que más de uno tenga una memoria de haber hecho alguna figura de papel doblado en la infancia, desde un avioncito sencillo hasta ranas capaces de saltar. Y es que el origami actualmente es un gran recurso didáctico para enseñar a los niños a concentrarse y a desarrollar la coordinación. Afortunadamente este arte no es útil solo para los pequeños, sino para todos. De hecho, esta disciplina es también una forma de meditación y una manera de encontrar calma en tiempos de crisis; es una herramienta que nos puede ayudar a sobrellevar estos días de cuarentena.
Origami, de actividad noble a entretenimiento popular
Lo que a simple vista parece una pieza de papel torcida, en realidad tiene un origen antiguo que se remonta a siglos atrás, en el país del Sol naciente. Los primeros registro de estas piezas, frágiles en forma y esencia, datan del periodo Heian, alrededor del siglo VIII, después de que el papel fuera traído al archipiélago nipón por monjes budistas desde China. Su nombre se compone de los vocablos oru (doblar) y kami (papel).
En un principio, el papel no era un material fácil de conseguir, por eso, el origami se consideraba una forma de recreación muy elegante que estaba reservada para las familias nobles. Los aristócratas utilizaban las hojas dobladas (un tipo de papel especial llamado washi) en ceremonias como bodas y rituales sintoístas.
Los motivos de los diseños estaban relacionados con flores y aves como las grullas –tsuru– un modelo que se ha popularizado alrededor del mundo, cuyo primer libro instructivo salió en 1797. En este mismo periodo, el origami también se utilizó como un detalle de etiqueta en el que las figuras fabricadas se utilizaban para decorar las envolturas de regalo.
Con el paso del tiempo el papel se comercializó y se volvió más accesible. Fue así como, a partir del siglo XVII, el arte del origami llegó a las manos de todos los japoneses. Tanta fue la fascinación por este pasatiempo que, desde hace 200 años, los maestros del papel se han encargado de crear más y más diseños, desde los más básicos para aprender, hasta las creaciones por demás complejas.
¿Qué podemos aprender de sentarnos a hacer origami?
Dedicarle un momento del día a aprender el arte de doblar papel nos trae múltiples beneficios. Esta actividad, al involucrar lo motor, lo táctil y lo visual activa los dos hemisferios de nuestro cerebro. No importa que sea la primera vez que sostenemos un papel washi en las manos, o que intentemos recrear un modelo más avanzado, transformar una hoja lisa en un objeto tridimensional es un buen ejercicio para poner en práctica nuestra coordinación ojo-manos y nuestra orientación espacial.
Asimismo, una vez que aprendemos los pasos para crear una figura, repetirla una y otra vez puede resultar en una meditación activa que logra estabilizar y calmar la mente. No por nada, el célebre maestro de origami Akira Yoshizawa dijo alguna vez que “cuando tus manos están ocupadas, tu corazón está sereno”.
Aquí un tutorial para empezar este hábito de relajación:
Sobre la leyenda de las 1000 grullas
La grulla es el diseño de origami por excelencia. Su popularidad recae en una antigua leyenda nipona que dicta que, a quien logre manufacturar mil de estas aves en papel unidas por un hilo, se le concederá un deseo. Al producto terminado se le conoce como senbazuru y es un símbolo de paz y de longevidad; de ahí que las personas acostumbren obsequiar estas grullas a enfermos o víctimas de damnificados.
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Foto de portada: Shinta Kikuchi
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