Lo primero que habría que aclarar es que África es mucho más que una inmensa extensión de tierra que reúne a mil millones de humanos y a 54 naciones. Es más bien un continente vivo en el que convergen múltiples culturas, idiomas, creencias e historias. Un continente que ha navegado el tiempo a pesar de las tormentas (metafóricas y literales) que lo han intentado doblegar. Una esquina del mundo en la que muchos humanos conocen la resiliencia y sobreviven a pesar de todo; del desierto, del olvido, de las injusticias, de los fundamentalistas y del racismo. Sobreviven.
Su espíritu está arraigado en la cultura y en las tradiciones; en expresiones puras, brutas, esenciales y originales que han prevalecido a lo largo de los siglos. El arte está en todos los países y se escucha a lo lejos en las percusiones y las voces hipnóticas que imperan en la música autóctona. Se observa en estatuas y máscaras que encarnan sus creencias y los acompañan en los ritos de la existencia. Y por supuesto está en la literatura.
La magia de realmente contar cuentos
En África todo empezó cuando alguien dijo una palabra en voz alta. La palabra se convirtió en un enunciado. El enunciado en un párrafo y el párrafo en un relato. El relato se transformó en el tiempo –cada vez que un narrador distinto lo hacía suyo– pero nunca dejó de ser contado. Con estas metamorfosis nació en muchas regiones la hermosa expresión oral.
Surgieron, pues, una buena colección de proverbios y adivinanzas en más de dos mil lenguas, cuya intención primordial era transmitir, a quien escuchaba, enseñanzas sobre la vida y el horizonte. De boca en boca nacieron cientos de leyendas y luego una buena cantidad de cuentos populares protagonizados por animales y paisajes que respondían preguntas simples y sumamente complejas como ¿por qué los ríos tienen tantas piedras?
Los encargados de trasmitir las leyendas eran los griots, unos hombres que recorrían todas las regiones que había entre Mozambique y Guinea contando cuentos como si fueran poemas largos. Para narrar, estos sabios usaban una serie de recursos literarios que mantenía a las personas atentas a su relato de principio a fin. Y aunque muchos de estos ritos quedaron en peligro tras la brutal colonización occidental, algunas joyas prevalecieron y viajaron de la mano de los esclavos, que en las noches se reunían en secreto para decirse los unos a otros lo que realmente eran; africanos orgullosos de sus raíces.
Dicho lo anterior, aquí les compartimos cuatro relatos, para grandes y pequeños, que nacieron en el inicio de los tiempos y que nos enseñan a resolver nuestra existencia desde la imaginación y los conocimientos ancestrales.
Sudán
El zorro y el camello
“Awan era un zorro muy listo al que le encantaban las lagartijas. Ya se había comido todas las de este lado del río, pero sabía que al otro lado había muchísimas más. El problema es que Awan no sabía nadar. Después de pensar mucho encontró la solución. Fue a su amigo Zorol, que era un camello, y le dijo:
– Zorol, sé dónde hay un campo enorme y, como sé que la cebada te vuelve loco, quería enseñarte el camino si me llevas encima”…”
Para leer en texto completo entren aquí.
Mali
La belleza nunca muere
Un rey tuvo dos hijas: una fue fruto de su matrimonio con la reina y la otra la tuvo con una hermosa criada. La hija de la reina era fea y llorona, y la segunda, llamada Gbezza, era bella y sonriente. A medida que iban creciendo, también crecían los celos de la reina al ver la hermosura de Gbezza.
Cierto día ya no aguantó más y fue a ver a un mal brujo para que dañara a la hermosa Gbezza. Al cabo de una semana, Gbezza enfermó y, a los pocos días, murió. El pueblo todo entristeció, como si la felicidad y la belleza hubiesen desaparecido entre esa gente.
Pero un día misteriosamente creció un árbol en la tumba de Gbezza…
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Nigeria
La casa del sol y la luna
Hace mucho tiempo, el Sol y la Luna se conocieron y se casaron. Construyeron una casa hermosa en tierra seca y comenzaron su vida juntos. Después de algunos meses decidieron invitar a su amigo el Océano a su casa. “Son muy amables por pensar en mí,” dijo, “pero me temo que no podré aceptar su oferta.”…
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Senegal
Sona Mariama
Había una vez un hombre que tenía una preciosa hija. Él se dijo a sí mismo un día: “Mi hija es tan bonita que no dejaré que se case con ningún hombre. Yo mismo me casaré con ella”.
Su mujer se entristeció cuando él le contó su decisión, pero simplemente dijo:
–De acuerdo.
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