Para los humanos, el Polo Norte es una región inhóspita donde todo está regido por el clima extremo. Pero la verdad es que el Ártico es una región de la Tierra como cualquier otra, con montañas imponentes, valles infinitos y, eso sí, mucho hielo. Y aunque un viaje al extremo del mundo suena imposible, este paraje es el favorito de especies como las belugas; esas ballenas regordetas que nadan lentamente por la costa y asoman su joroba aperlada que contrasta con el azul profundo del agua.
Topárselas en la naturaleza no es raro si uno es paciente, y sabe hacia dónde dirigirse. Y aunque también se pueden ver en diversos acuarios alrededor del mundo, ahora existe la opción de admirar a estos cetáceos en un hábitat natural protegido. Hablamos del primer santuario de aguas abiertas para belugas en el mundo, Beluga Whale Sanctuary, que se encuentra al sur de Islandia.
Dicho espacio está a cargo de la ONG Sea Life Trust, pero no se había inaugurado oficialmente hasta que recibió a sus primeras inquilinas: dos belugas provenientes de un antiguo centro de recreación en Shanghái, China (la propiedad se vendió en 2012 a nuevos dueños que decidieron donar estos cetáceos al nuevo santuario). Estas enormes ballenas tienen 12 años de edad y son de origen ruso, país donde permanecieron durante su juventud en un centro de investigación hasta que se vendieron al complejo chino. Y ahora podrán pasar el resto de su vida –viven entre 35 y 50 años– en el mar islandés.
¿Cómo transportar dos animales de una tonelada de China a Islandia?
La tarea de transporte de los animales fue un reto sin precedentes. Las dos belugas, apodadas Little White y Little Grey, viajaron 9 mil 700 km por aire, mar y tierra. Primero volaron –a bordo de un avión carguero especial– del aeropuerto de Pu Dong en Shanghái hasta el puerto aéreo de Keflavik, en la cercanía de Reikiavik. Luego continuaron su camino en camión y finalmente en ferry hasta la isla de Heimaey, al sur de Islandia. Después de unas 30 horas, las belugas llegaron a su nueva casa.
Debido a su origen en cautiverio, en este primer momento, los especialistas las mantendrán monitoreadas en lo que se aclimatan a su nueva vida: el agua está más fría y deben acostumbrarse a aguantar la respiración y a sumergirse por más tiempo. Después se liberarán a aguas abiertas protegidas, un área de 32 mil metros cuadrados en donde abunda el alimento fresco: peces y pequeños moluscos.
Viajar para ver belugas (de forma responsable)
Es verdad que hay animales más simpáticos que otros. Si hablamos de criaturas marinas, las belugas son las que más empatía causan a los humanos gracias a la versatilidad de sus gestos y a su incansable curiosidad. Son capaces de arrugar la frente, esa protuberancia que tanto las caracteriza, y mover la cabeza y los labios, lo que da la impresión de que ríen constantemente.
Acudir a recintos en donde se ofrecen espectáculos protagonizados por animales marinos –y de cualquier tipo, en realidad–, sólo incita a que se sigan capturando y manteniendo en cautiverio. En vez de eso, los viajeros pueden buscar alternativas de encontrarse con los animales sin amenazar su libertad. En el caso de las belugas, una forma es visitar los sitios por donde ellas suelen nadar: norte y este de Canadá, Alaska, Groenlandia o el archipiélago noruego de Svalbard, cercano a la costa porque a estos cetáceos les gustan las aguas someras.
Ya sea que uno decida lanzar una balsa inflable al mar, salir a remar en un kayak o contratar una lancha de expediciones responsables, hay altas probabilidades de encontrarse con ellas –viajan en grupos de entre cinco y 20–, con sus dorsos blancos y relucientes emergiendo del agua, o de ver quizá a una mamá con su ballenato –durante sus primeros siete años, la piel de las belugas es grisácea–. Otra experiencia especial es escuchar cómo se comunican. Los sonidos que emiten son tan agudos que gracias a ellos las belugas se conocen como “los canarios del mar”, y lo mejor es que se pueden escuchar incluso estando fuera del agua.
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Foto de portada: Eric Kilby / Flickr
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