La religión y la ciencia no son precisamente las mejores amigas. Mientras que la primera pregona una versión única –y casi inamovible– de todas las cosas, la segunda se cuestiona a sí misma y al mundo en general. Cada una apela a su propia funcionalidad. Por suerte para el planeta, esta rivalidad quedó de lado en un convento michoacano, donde un grupo de monjas se ha dedicado, desde hace muchísimos años, a la conservación y reproducción del ambystoma dumerilii, mejor conocido como achoque, primo del exótico ajolote (ambos en peligro de extinción).
Más allá de sus actividades fervorosas habituales, las hermanas del Monasterio de la Inmaculada de la Salud se empeñan a la cría de esta salamandra, anfibio que únicamente logra desarrollarse endémicamente, en las aguas dulces del lago de Pátzcuaro –el más grande de Michoacán y uno de los más extensos de todo México–. Éste, al igual que el ajolote, es capaz de generar sus tejidos en un periodo de tiempo relativamente corto.
¿Todos pueden ser conservacionistas?
Con la ayuda del fraile biólogo, Gerardo Guerra, y ante la alarmante extinción del achoque –por allá de los años ochenta– debido a la contaminación del agua y por la invasión de especies como la carpa y la lobina negra, la orden puso en marcha un criadero, aunque apenas con el conocimiento y los detalles básicos.
Se sabe que algunas hermanas, filósofas de formación, se volcaron a cuidar al batracio, estableciendo un minucioso control, desde identificar género, especie, etapa de reproducción, desove y eclosión, hasta detectar detalles como lunares, color de piel, número de patas, etc. Toda esta dedicación permitió que, con el tiempo, los achoques empezaron a duplicarse en los acuarios que ellas mismas acondicionaron con agua limpia, con la oxigenación adecuada y con mucha alimentación orgánica compuesta esencialmente por lombrices frescas.
En la actualidad, además de donar especímenes para su estudio científico, las monjas están custodiando una tradición de más de 150 años. Gracias a sus actividades también han podido embarcarse en la elaboración de un jarabe indígena que supuestamente cura la tos, el asma y la anemia; así como de una sopa tradicional michoacana. Y es que uno de los ingredientes para hacer estas maravillas proviene de la piel de este extraño anfibio verde.
Por el lado académico, la labor es coordinada por el doctor Omar Domínguez-Domínguez, Biólogo de Conservación en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), quien junto con el Chester Zoo en Inglaterra han sumado esfuerzos para apoyar a las hermanas en su quehacer. De hecho, en el año 2000 la actividad –más que recreativa– fue registrada como una Unidad de Manejo Ambiental (UMA) ante la SEMARNAT, bajo el nombre de Jimbani erandi, que en purépecha significa Nuevo amanecer.
Qué hacer en Pátzcuaro
Aunque por ahora las visitas al Monasterio están suspendidas, se pueden hacer muchas actividades más en Páztcuaro y sus alrededores. Recomendamos visitar la Casa de los Once Patios, un excovento que hoy en día funciona como centro de creación y venta de artesanías. También está la biblioteca pública Gertudris Bocanegra, una espacio en el que se puede contemplar un mural de Juan o’Gorman que narra la vida y lucha del pueblo purépecha.
Por otro lado, si buscan aventura, lo ideal es dar un paseo en lancha a la isla de Janitzio. Durante el Día de Muertos los pescadores de la región salen a bordo de sus lanchas iluminadas, como pequeñas luciérnagas, para rendir ofrenda por las buenas cosechas del año.
En cuanto a la comida, no se pueden ir de Pátzcuaro sin antes probar los tamales de zarzamora, el atole de masa de maíz y el pollo placero. También encontrarán nieves buñuelos, chongos, frutas en conserva y dulce de leche.
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