Comenzamos la década con una pregunta que parece simple: ¿hacia dónde vamos?
Para responder esta pregunta, podríamos tomar el camino fácil y enumerar los destinos que nos gustaría visitar este año, apostarle a los que serán los consentidos de nuestros lectores o recurrir a la fórmula infalible de playas paradisíacas, lugares exóticos remotos y hoteles que nunca se antoja dejar.
A este número no le falta nada de eso, pero también sabemos que las preguntas simples son las más difíciles de responder. Para quienes hacemos Travesías, preguntarnos hacia dónde vamos es pensar en cómo está cambiando la manera en que viajamos: qué sentido tendrá viajar bien en los próximos años.
Esta edición de Futuro toma el camino menos transitado. Yellowknife, Sarawak y Cuatro Ciénegas no están en boca de todos. Sin embargo, nos parece que estos tres lugares —un poblado del noroeste de Canadá a donde se va a “cazar” auroras boreales; un refugio isleño que se debate entre la apertura y la protección cultural y ambiental; un frágil ecosistema de manantiales en medio del desierto de Coahuila, con grandes planes y grandes esperanzas de convertirse en un desarrollo turístico popular— son muestra del hambre de descubrimiento, la que nos mueve a desplazarnos miles de kilómetros, pero también de lo difícil que es hacerlo de manera responsable, con efectos positivos.
En nuestra lista de recomendaciones para viajar en 2020 volvimos a encontrarnos con la misma disyuntiva. Si el futuro ya nos alcanzó, ¿habría que buscar rincones donde alejarnos de todo, o más bien viajar para presenciar los cambios acelerados y profundos mientras se desenvuelven? ¿Deberíamos aprovechar las condiciones tecnológicas de un mundo ultraconectado y probar cosas que nunca imaginamos que estarían a nuestro alcance, o procurar encontrar el gusto por viajar a otro ritmo, haciendo del trayecto mismo una experiencia especial, memorable, como sucedía en el pasado? ¿Quizá un poco de todo?
Esperamos que este número prospectivo sea una invitación entender que el futuro de viajar bien, más que una excusa para alejarse o evadirse, para dejar atrás las responsabilidades cotidianas, deberá entenderse como una oportunidad para conocer lo que desconocemos, para desconectarse de la pantalla y reconectarnos con algo más profundo, para asumir posturas y dejarse sorprender –o incluso, para sacudirse–, al reparar en nuestro camino compartido hacia lo que apenas se entrevé en el horizonte.
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