Sarawak: un descubrimiento

Malasia, en Borneo, le apuesta a un turismo sostenible, preocupado por el medio ambiente y el desarrollo económico local.

23 Mar 2020

Cada vez que el avión sobrevuela el mar del Sur de China y alcanzo a divisar la costa tapizada de jungla de Sarawak, el estado tropical de Malasia que ocupa el noroeste de Borneo –la isla más grande de Asia, con el doble de extensión que Alemania–, se me eriza la piel de la emoción. Esta inmensa masa de tierra todavía resguarda una de las selvas tropicales más antiguas del mundo, con sus raíces de 140 millones de años. Una selva que acoge una biodiversidad incomparable: orquídeas silvestres, plantas medicinales, magníficos cálaos bicornes —de plumaje y pico bicolor—, orangutanes cautivadores. Se trata de un auténtico paraíso que pocos viajeros, hartos del turismo masivo, han descubierto. Un paraíso que desafortunadamente está amenazado por la deforestación a gran escala, que pone en peligro el frágil ecosistema, debido a que los gobiernos locales han permitido que corporaciones talen árboles y quemen tierras para sembrar grandes plantaciones de palma para la extracción de aceite, un cultivo comercial muy controvertido. Los cientos de pueblos indígenas que han habitado la isla por unos 40 000 años obtienen muy pocos beneficios de esta explotación.

Hoy, Borneo se divide entre tres naciones muy distintas: el pequeño sultanato islámico de Brunéi —rico en petróleo—, apretujado entre los estados multitribales de Sarawak y Sabah, que son parte de Malasia, mientras que otros dos tercios de la isla los ocupa la provincia de Kalimantan, donde el gobierno de Indonesia planea construir una nueva capital, previendo que Yakarta –la actual capital, que se hunde entre 10 y 20 cm al año— quede sumergida.

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Vista de la ciudad de Kuching. Foto: John Brunton.

De ellas, Sarawak mantiene una imagen más positiva en términos de conservación, con un compromiso serio de promover un turismo sostenible, que proteja la vida silvestre y el medio ambiente, y que permita a las comunidades locales beneficiarse económicamente a la vez que conservan sus costumbres.

Mi lento viaje por Sarawak comienza en Kuching, la antigua capital colonial, que alguna vez fue sólo un destartalado puesto comercial a orillas del río Sarawak, fundado por una familia inglesa –los Brooke, llamados “rajás blancos”– que gobernó Sarawak como su dominio privado durante un siglo, hasta 1946. Visitar Kuching es como retroceder en el tiempo, a una época en que las ciudades asiáticas no estaban atascadas de tráfico ni había rascacielos que rompieran el horizonte. Me uno a la caminata favorita de los lugareños al atardecer, por el histórico paseo a lo largo del río, lleno de puestos de comida callejera deliciosa y personas que se detienen amablemente a saludar a los viajeros que han descubierto su escondite en esta esquina de Borneo. Kuching ya no es el remanso somnoliento que fue, sino un destino único para descubrir artesanía, gastronomía y costumbres autóctonas, y un punto de partida ideal para hacer una excursión y sumergirse brevemente en las profundidades de la selva.

Sarawak malasia

El nuevo edificio de la asamblea legislativa del estado de Sarawak, en Kuching. Foto: John Brunton.

En el centro de la ciudad hay numerosos talleres de artesanías, como Tanoti, donde recatadas damas dominan con destreza sus telares manuales y producen tejidos intrincados, con patrones distintivos songket o ikat, estilos ancestrales que se siguen transmitiendo a las generaciones jóvenes. En la Galería Ranee, del hotel Marian —un antiguo internado colonial transformado en una elegante estancia contemporánea—, los huéspedes pueden conseguir elaboradas canastas de ratán y exquisitos collares de cuentas hechos a mano en remotas aldeas tropicales, gracias a un programa de colaboración con artesanos locales, en el cual las ganancias se canalizan para financiar proyectos de comunidades rurales.

A unos pasos del hotel, un flujo constante de viajeros hace una peregrinación al curioso Borneo Headhunter Studio, donde uno de los tatuadores más famosos del mundo, Ernesto Kalum, sigue practicando el arte del tatuaje a mano tradicional. Los tatuajes son una parte vital de la cultura tribal de Borneo, en particular para la tribu Iban, a la que pertenece Ernesto, que hasta mediados del siglo pasado eran conocidos cazadores de cabezas. Muchos aún viven en casas comunales tradicionales, en las que más de 100 familias –prácticamente una aldea– coexisten y conviven, con divisiones sólo entre habitaciones. En la Annah Rais Longhouse, los viajeros pueden pasar la noche en una de estas casas alargadas, con familias que ofrecen alojamiento, y tener una experiencia única que por lo general termina en baile y bebiendo tuak, una bebida de arroz fermentado.

Sarawak tatuador

Izquierda: Ernesto Kalum, tatuador tradicional. Fotos: John Brunton.

Kuching es un paraíso para los amantes de la comida –Anthony Bourdain estaba entre sus más fervientes adeptos–, sobre todo a partir del renacimiento de la cocina tribal y sus ingredientes selváticos. El rústico Lepau es un templo de la cocina étnica, donde se sirven platillos como el umai, una ensalada picante de productos crudos —pescado, camarones o medusas en rodajas finas— marinada con jugo de limón kalamansi, cacahuates, cebolla picada y chile, que explota en el paladar como una combinación perfecta de ceviche mexicano y sashimi japonés. La propietaria del restaurante, Roslyn, pertenece a la etnia kayan, pero incorpora en su cocina sabores e ingredientes de las tribus Iban, Melanau, Kelabit y Bidayuh. Me cuenta que originalmente abrió Lepau “para preservar las tradiciones gastronómicas de nuestra gente, para revivir recetas antiguas, pero hoy nuestro modesto restaurante es un escaparate vivo para que los visitantes de todo el mundo prueben la cocina única de las diferentes tribus de Sarawak”. Deleitarse con estos sabores de la jungla despierta el apetito por explorar la selva tropical, que en Sarawak puede hacerse en excursiones cortas de un día.

Sarawak flor de jengibre

Flor de jengibre. Foto: John Brunton.

Los emblemáticos orangutanes de Sarawak se han convertido en uno de los símbolos de los riesgos de la deforestación. Una visita al Semenggoh Wildlife Centre por lo menos es alentadora, en el sentido de que se está haciendo algo para salvar esta especie en peligro de extinción. En el santuario cuidan de orangutanes heridos y huérfanos, y todas las ganancias de las visitas se reinvierten en un programa de rehabilitación para que estos simios puedan sobrevivir fuera del cautiverio.

El avistamiento de orangutanes es una de las principales razones por las que la gente viaja a Sarawak. Foto: John Brunton.

Sin embargo, la principal atracción natural de Sarawak está a una hora de Kuching en avioneta: el Parque Nacional Mulu, un laberinto oculto de 200 kilómetros cuadrados con algunas de las cuevas más grandes y antiguas del mundo, reconocido como Patrimonio Mundial de la UNESCO. Me aventuré por primera vez aquí a finales de la década de 1980, cuando Mulu comenzó a recibir visitas. Increíblemente, su belleza sigue casi intacta y poco afectada por el turismo. Apenas se ha construido una pista de aterrizaje estrecha en la jungla para permitir que los viajeros comprometidos puedan llegar al parque, con apenas 250 visitas permitidas al día para explorar las cuatro impresionantes cuevas. Aquí no encontraremos multitudes ni filas, ya que los límites se observan estrictamente, con guardias verificando que los visitantes traigan sus pulseras de plástico como prueba de registro. Todos los guías pertenecen a comunidades locales y sus familias se han beneficiado de este turismo responsable, con muchos albergues familiares económicos, restaurantes rústicos y bares amigables, donde todos disfrutan una cerveza fría después de un día caluroso de senderismo.

Para llegar a las cuevas Lang y Deer hay que cruzar un paso elevado de cinco kilómetros a través de la densa jungla y manglares pantanosos. Un enorme boquete en un acantilado de piedra caliza nos conduce a la inmensa Cueva de los Ciervos, un antiguo cauce de dos kilómetros de largo, cinco veces mayor que la catedral de San Pablo. De ahí se puede tomar una canoa motorizada para descender por el río Melinau hasta la Cueva del Viento, que asemeja un paisaje lunar, desde donde una empinada escalera de 500 escalones llega hasta la espectacular cueva de Clearwater, en la cual el río desemboca en una transparente piscina natural para cerrar el día con un refrescante baño.

Derecha: El Parque Nacional Mulu cuenta con algunas de las cuevas más antiguas del mundo, como Deer Cave. Fotos: John Brunton.

Mi última parada en Sarawak está nuevamente a un corto vuelo desde Mulu, hasta el puerto costero de Miri, un pueblo animado y bravío, muy popular entre los trabajadores petroleros de Brunéi –donde está prohibido beber alcohol– que buscan relajarse un poco los fines de semana. A pesar de las plataformas petroleras que se alcanzan a ver desde la playa, Miri busca cambiar su imagen y atraer un turismo más diverso, ofreciendo pesca en alta mar, rafting, buceo y –curiosamente– jazz. Aquí se celebra durante tres días el Festival de Jazz de Borneo, a la altura del de París, Chicago o Tokio. Se juntan músicos internacionales con raperos locales o músicos vestidos con trajes ceremoniales que improvisan en el sapeh. El festival, que se organiza cada año en julio, es otro ejemplo de cómo el turismo puede ser una fuerza positiva para contribuir a la economía local, al conservar y enriquecer un entorno y una cultura frágiles. Una ONG local, Tuyang, promueve por medio del festival la iniciativa Eco-Drum, con la que jóvenes de las tribus indígenas aledañas aprenden a tocar instrumentos que fabrican ellos mismos reutilizando hojas, botellas y cartón. La fundadora de la iniciativa, Juvita Tatan Wan, considera que el turismo puede ser una fuerza positiva de cambio: “El turismo realmente cambia la vida de las personas de Sarawak, es una oportunidad para lograr una vida sostenible y significativa, al mantener y enriquecer nuestras costumbres y nuestra cultura. Eso tiene que ser el futuro para nosotros”.

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