Wanderlust proviene de las palabras alemanas wander (vagar) y lust (obsesión), por lo que resume a la perfección esa sensación ávida por buscar aventuras; una actitud cada vez más contagiosa. Tanto así, que el hashtag #wanderlust en Instagram cuenta con más de 100 millones de publicaciones. Un reflejo de cómo la gente prefiere renunciar a una vida de rutinas para salir a conocer el mundo.
Sin embargo, hay ciertas personas que van más allá. Individuos que pasan demasiado tiempo planeando andanzas, buscando ofertas en vuelos u hospedaje y hablando de los destinos que ya recorrieron y aquellos que sueñan conocer. Viajar se vuelve su pasión y obsesión; incluso los especialistas han acuñado el término síndrome de wanderlust para referirse al fenómeno de los eternos viajeros.
El gen del viajero
Aunque no hay una clasificación oficial para esta afección –aún no es posible diagnosticar a alguien con este síndrome–, se suman los argumentos que demuestran su existencia; como el caso de personas que sufren altos niveles de ansiedad cuando pasan demasiado tiempo en un mismo lugar. Algunos científicos creen que podría tratarse de una actitud remanente del hombre nómada de hace miles de años.
Por otro lado, estudios recientes encontraron el llamado gen viajero: la variación en una parte del genoma humano, en específico del que codifica al DRD4 7r, un receptor de dopamina. Esta hormona es responsable del placer y las decisiones que lo provocan, por lo que dicha alteración hace a las personas más propensas a probar nuevas experiencias, entre ellas las expediciones.
En 1999, el profesor de la Universidad de California, Chaunsheng Chen, realizó un análisis que determinó que sólo alrededor del 20% de las personas tienen esta variación genética; la mayoría se encuentran en lugares donde por historia evolutiva han recorrido grandes distancias y la migración es algo normal.
La infancia y el síndrome de wanderlust
Según el profesor Kenneth Kidd de la Universidad de Yale, la alteración de un gen no es suficiente para causar una diferencia tan grande en el comportamiento. Y Alison Gopnik, de la Universidad de California, sugirió que la infancia podría ser un importante estímulo para “hacer” personas con una gran pasión por viajar.
Para Gopnik, una de las ventajas que tiene el ser humano es contar con una infancia de varios años en los que se puede explorar en un ambiente seguro. El desarrollo de las capacidades imaginativas a través del juego durante la niñez resulta determinante para que una persona tenga el irresistible deseo por recorrer el mundo. Entonces, los niños con más actividades de recreación son más propensos a desarrollar el síndrome de wanderlust.
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