Ya sea en un veloz cauce al centro de la República, en la quietud de las playas del sur o en las profundidades del mar del norte, son muchas las maneras en que el agua nos llama. Desde Baja California hasta Veracruz, estas experiencias en México son la excusa perfecta para organizar una escapada con una sola condición: soltarse y dejarse llevar.
Adrenalina del descenso
Rafting en la Reserva Ecológica del Río Filobobos, Veracruz
El río Filobobos nutre las arterias del norte de Veracruz; a bordo de una balsa neumática y a lo largo de 25 km, este torrente desplaza a los amantes de la adrenalina a través de sus aguas blancas entre cañones, piedras gigantes, grutas y cavernas inmemoriales donde, según los locales, el tiempo se detiene. Cada una de las secciones de este acelerado descenso es seguida por una pausa momentánea para deleitarse con las vistas al paisaje selvático de la región, mirar algunas aves coloridas y acercarse a la imponente cascada El Encanto.
Los que tienen más experiencia en el río pueden hacer rafting en un tramo corto llamado “bajo filo” y considerado categoría cuatro por la fuerza del agua. También hay rutas amigables para ir con la familia; una de ellas incluye una visita a la zona arqueológica de Cuajilote.
A prueba de oscuridad
Bioluminiscencia en la Laguna de Manialtepec, Oaxaca
Ubicada a 15 minutos de Puerto Escondido, la laguna de Manialtepec está rodeada por manglares que no sólo ofrecen la posibilidad de avistar especies animales, como patos, garzas, iguanas y lagartos, sino que al caer la noche regala a sus visitantes un mágico espectáculo. Llamada bioluminiscencia, este brillo nocturno es detonado por el sutil movimiento del agua —provocado por el andar de una lancha o por el entrar y salir de los remos—, que a su vez genera una reacción química entre los microorganismos dinoflagelados que habitan la laguna. Aquí no es necesario ser un intrépido nadador para flotar rodeado por destellos que parecen salidos de una película de ciencia ficción.
Las dos caras del agua
Kayak en la Huasteca Potosina
Más que un deporte extremo, recorrer la Huasteca a bordo de un kayak es un ejercicio de contemplación. La dualidad de las aguas que recorren el norte de Veracruz, sur de Tamaulipas y partes de los estados de San Luis Potosí e Hidalgo permite atravesar corrientes agitadas para abrirse paso hasta grandes recintos donde se respira la calma. El tamaño de la embarcación individual también deja colarse por riachuelos y rincones poco explorados de la zona. La mejor temporada para realizar esta actividad es entre junio y septiembre, ya que hay menos lluvias y el calor disminuye. Se recomienda viajar ligero y mantener los ojos bien abiertos ante las formaciones rocosas y demás maravillas de la naturaleza.
La vida en rosa
Avistamiento de flamingos en Ría Lagartos
A casi tres horas de camino desde el centro de Mérida, Ría Lagartos es un paraíso de mangles y hogar de los flamingos. Llegar aquí implica llevar a cabo el ritual del baño maya, que requiere cubrirse el cuerpo con barro de la zona para protegerse del sol y, de paso, dar una exfoliación que deja la piel suave, como si se tratara de una visita a un spa ancestral. Después de atravesar el manglar a bordo de una lancha, el horizonte se cubre de agua azul turquesa, arena blanca y el asombro de un mar de poca profundidad que permite encontrarse cara a cara con los flamingos, dulces criaturas que prefieren el silencio.
Profundidad milenaria
Buceo en el Mar de Cortés
En este recinto acuático al norte del país se dan cita buzos de todas las nacionalidades y niveles, pues es posible hacer sumersiones desde cinco hasta más de 30 metros en algunos de los montes submarinos que conforman la zona. Durante la inmersión, los visitantes son testigos de cómo los valles y cañones submarinos —que alcanzan los 3 500 metros de profundidad— son refugio de una larga lista de especies, como mantarrayas, leones marinos, pulpos, tiburones y peces multicolores que parecen dar un espectáculo entre las intrincadas formas del arrecife de coral; un vulnerable y majestuoso ecosistema vestigio del paso del tiempo. No por nada Jacques Cousteau llamó al mar de Cortés “el acuario más grande del mundo”.
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