De entre todas las dudas que hay acerca de la existencia, hay por lo menos una certeza: el paso de los seres humanos por el planeta es finito. Quizá por eso, generación tras generación, hemos buscado la manera de dejar pistas en el presente, para que no nos olviden en el futuro. Hemos inventado millones de artefactos que se reciclan con los años y los siglos. Piezas, relacionadas con el arte y con la arquitectura, diseñadas,para que a pesar de los embates del tiempo, del polvo, de la humedad, del calor, sobrevivan los siglos y logren lo imposible: perdurar, en un espacio o en la memoria.
Algunos ejemplos de lo anterior son las siete maravillas del mundo antiguo. Ese conjunto de obras que los helenísticos decían que tenían que ser visitadas, sí o sí. Esculturas o construcciones que en el siglo XVI quedaron inmortalizadas en los cuadros del pintor Maerten van Heemskerck y en un poema de Antíparo de Sidón cuyos versos sostienen:
“He puesto los ojos en la pared de Babilonia elevada en la que es un camino de carros, y la estatua de Zeus por el Alfeo, y los jardines colgantes, y el Coloso y del Sol, y el enorme trabajo de las altas pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa que monta en las nubes, esas otras maravillas perdieron su brillo, y me dijeron: ‘He aquí, aparte de Olympus, el Sol nunca se vio en algo tan grande…”
En la lista se incluyen faros, templos, estatuas y jardines, sin embargo solo logró sobrevivir físicamente al tiempo la gran Pirámide de Guiza, ahí en las profundidades de Egipto. Afortunadamente para nosotros –las personas del siglo XXI– la desaparición de estos monumentos no significa que no los podamos contemplar en su esplendor.
Hace un tiempo, la empresa Budget Direct juntó a un equipo de investigadores y expertos para recrear en 3D las siete maravillas del mundo antiguo. El objetivo de la iniciativa no fue otro que permitirnos viajar en el tiempo y poder contemplar estas piezas tal como las veían los hombres de otros siglos. Saber cómo lucían, qué tan grandes eran y hasta qué texturas tenían. El trabajo fue extenso y minucioso, y los resultados hablan por sí mismos.
Dicho lo anterior, aquí les dejamos los siete sitios que los antiguos recomendaban que visitáramos.
Los Jardines Colgantes de Babilonia
Aunque para muchos historiadores los jardines son más bien un mito, ya que no se han encontrado pruebas genuinas de su existencia, algunas crónicas de la época sostienen que fueron reales. De acuerdo a los investigadores, fueron construidos en el siglo VI a.C en la ciudad de Babilonia que estaba ubicada en lo que hoy es Irak. Fue un regalo que el rey Nabucodonosor II le hizo a una de su esposa y se edificaron frente al Río Éufrates, para que todos los vieran. Consistieron en una serie de terrazas hechas de piedra sobre arcos, que daban la impresión de que las flores estaban suspendidas en las alturas.
La estatua de Zeus en Olimpia
Esta pieza, del año 430 a.C, fue una obra del gran Fidias. Estuvo construida enteramente de oro y marfil y ocupó, casi en su totalidad, el templo consagrado al dios del trueno. En esta pieza podemos observar el imponente torso desnudo de Zeus, sentado en un trono y con la mirada puesta al frente. De acuerdo a aproximaciones históricas, que se han podido contemplar en monedas antiguas, la pieza medía más de 12 metros.
El Coloso de Rodas
En el año 292 a. C. había una imponente estatua de bronce erguida, con las piernas abiertas, en la paradisiaca Isla de Rodas. Su creador fue Cares de Lindos y aparentemente la hizo en honor a la deidad Helios, el dios del sol. Según algunas crónicas bizantinas, este monumento medía más de 32 metros y pesaba 70 toneladas. Se cayó durante un terremoto.
El Mausoleo de Halicarnaso
Este sepulcro, dedicado al sátrapa (o gobernante) Mausolo, fue levantado en una ciudad de Turquía entre el 353 a. C. y el 350 a. C. Se le atribuye a los arquitectos Sátiro de Paros y Pitero, que no sólo dividieron cuatro pisos en 45 metros, sino que dejaron para la posteridad un modelo de construcción muy claro. Como dato curioso, Artemisia II de Caria llenó todo el recinto de joyas para que su marido pudiera descansar en paz. 16 años después, el edificio fue destruido por Alejandro Magno.
El Faro de Alejandría
La primera parada nos lleva al Egipto del siglo III a. C., concretamente a la mítica ciudad de Alejandría. Esta obra se atribuyó a Sóstrato de Cnido, por encargo de Ptolomeo I. Se estima que el faro llegó a rebasar los 134 metros y que se construyó, casi en su totalidad, en mármol. En su parte más alta había un espejo que reflejaba la luz de sol y en las noches iluminaba casi toda la ciudad. Se dice que se destruyó debido a una serie de temblores.
El templo de Artemisa
Un santuario, que estaba en la ciudad de Éfeso, se edificó por orden del monarca Creso de Lid para honrar a la diosa griega de la luna. La construcción, que duró 120 años, atravesó todos los embates de la historia; en una batalla se destruyó, luego lo rehicieron y más tarde sufrió un incendio mortal. Sin embargo, de los vestigios que se han reciclado con el tiempo, se sabe que era casi todo de mármol y tenía al menos 127 columnas jónicas. Los expertos además sospechan que en su interior había una multitud de piezas que acompañaban a la estatua de la diosa.
La pirámide de Guiza
Se trata de la construcción más antigua de las siete maravillas del mundo antiguo, ya que su edificación data del 2570 a. C. Hay hipótesis que sostienen que el arquitecto responsable de la obra fue Hemiunu y la mandó a hacer el Faraón Keops de la cuarta dinastía. Para edificarla se usó la mano de obra de más de 100 mil hombres que se tardaron aproximadamente 20 años en concluirla. Como dato curioso, durante más de tres mil años fue el edificio más alto del planeta. Es la única maravilla que ha perdurado y en la actualidad se puede visitar a las afueras de El Cairo.
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