7 piezas que nos llamaron la atención en el Museo de Antropología
Es posible haber pasado frente a ellas sin haberles puesto mucha atención. Aquí te decimos por qué vale la pena volver a verlas.
POR: Redacción Travesías
El Museo Nacional de Antropología e Historia (MNA) es una de las grandes joyas de México, reúne historia y cultura por igual, pero su atractivo va más allá: un recorrido por sus salas puede echar a volar la imaginación y la creatividad, además de llevarnos por recorridos imaginarios a destinos y épocas diferentes. En nuestro último recorrido, decidimos poner la atención en piezas que habitualmente se pasan por alto en las listas: y es que si bien no se tratan de objetos icónicos (como la Coatlicue o la Piedra del Sol), sí son representativos de un momento en la historia, de un gusto estético, de una forma de mirar el mundo.
Arte mural
La tradición muralística de México tiene antecedentes prehispánicos y pasar por alto los restos de pintura mural que conserva el Museo en distintas secciones es un error: no se trata de un mero recuerdo de arte decorativo: son restos que muestran el conocimiento del uso de los materiales, por un lado, y un dominio del color y la técnica pictórica por el otro. Entre los colores utilizados están el rojo, rosa, azul, amarillo, ocre, café, verde, gris, blanco y negro, en distintas tonalidades, obtenidos de minerales y plantas. Los pueblos antiguos además descubrieron que aplicar los pigmentos mezclado con cal o tierra podía ayudar a que permanecieran indemnes (y la prueba es que aún podemos verlos).
Como dice un estudio coordinado por María Teresa Uriarte y Fernanda Salazar y publicado en una serie de volúmenes por la UNAM: “La pintura es el universo en el que se manifiestan las esencias, que en imagen son la presencia de la fuerza cósmica o su representante. El color en este universo de fuerzas animadas es muy significativo; manifiesta, junto con la imagen, la esencia de aquello que se presenta ante el espectador”.
No, no es un “perrito”
Para nuestros ojos y sensibilidad occidental del siglo XXI, esta escultura tallada en piedra produce una atracción y ternura inmediata, sin embargo se trata de un ahuízotl (traducido como “espinoso del agua”), un animal mítico (hasta donde se sabe) que supuestamente habitaba el lago de Texcoco y cumplía su función llevando como ofrenda a los dioses a quienes se ahogaban en él. Se trataba de una especie de perro acuático, representado siempre con una mano humana en la cola, lo que ha dado pensar a algunos investigadores que pudo tratarse de una nutria u otro animal semejante, ya extinto, que habitó las aguas de la antigua Tenochtitlán.
Señales del antiguo tianguis
El tianguis es una de las herencias mejor conservadas de las culturas prehispánicas, incluyendo la forma de nombrar a estos mercados populares: tiyānquiztli. La piedra de la imagen representa el glifo (signo utilizado a modo de escritura) con el que se representaba al tianguis: en cada mercados de la época se hallaba una réplica igual de esta enorme piedra tallada, pero no se trataba de un “cartel” o señaléctica prehispánica, sino de un objeto ritual que tenía como finalidad honrar a los dioses de los mercados, por lo que se ubicaba en una zona especial del tianguis.
Guerrero Águila
Quizá sea por el hecho de que hay varias representaciones de los temerarios guerreros mexicas en el MNA que se suele pasar por alto su observación cuidadosa: sin embargo, vale la pena acercarse lo suficiente para notar el fino trabajo de esculpido sobre un material difícil y rudo (como la piedra volcánica). La imagen representa al guerrero con un gesto valiente, duro, orgulloso y estoico, características idealizadas y asociadas a esta elite que formada por jóvenes elegidos por sus notables dotes guerreras entre los que asistían al Calmecac, una escuela de guerra para nobles que hacía la excepción de admitir a jóvenes de otros orígenes sociales cuando su valentía y habilidades lo ameritaban, lo que a su vez les permitía un ascenso social dentro del rígido sistema de castas.
Una urna y el Señor de las Flores
La primera figura de esta imagen pertenece a las ruinas de Monte Alban, Oaxaca, y se trata de una urna mortuoria. Los rasgos faciales del hombre representado muestran similitudes con los de los mayas, lo que habla del intercambio e influencia cultural entre este pueblo y los zapotecas. Por otro lado, el hombre sentado de apariencia ligeramente calavérica es una representación muy elaborada de Xochipilli, “Señor de las Flores”, una deidad de la nobleza y patrono de las flores. En esta escultura, el un tocado que lleva sobre su cabeza con el glifo del tonalli o “calor del sol” y las flores talladas sobre la base representan el acto mismo de hacer germinar flores con su cuerpo como mediador de la potencia solar.
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