Es una verdad mundialmente aceptada que, en materia de playas, la oferta de México es difícil de superar. Con aguas cuyos colores abarcan prácticamente todas las gamas de azul, y rodeadas por arena que puede ser blanca o dorada, las costas mexicanas en el Caribe, el Pacífico y el Mar de Cortés, atraen a miles de visitantes cada año.
Los litorales veracruzanos, por el otro lado, gozan de una popularidad menor. Sin embargo, el estado se ha consolidado en tiempos recientes como el destino predilecto para todos aquellos que, más allá de recostarse a tomar el sol, gustan de los deportes de aventura. Del kayak y el snorkel al vuelo en parapente y el paddle, numerosas actividades han comenzado a practicarse aquí, y la arena gris por la que sus playas suelen ser desdeñadas, es también el principal componente de una de ellas: el sandboard.
Adrenalina
A tan sólo 45 km al norte del puerto, se encuentran las dunas de Chachalacas. El camino para llegar a ellas desde el poblado homónimo es algo rudimentario, pero mientras se recorre (a bordo de una camioneta pick up preferentemente) es posible ver como la arena costera va tomando formas cada vez más caprichosas, aumentando poco a poco su altura hasta convertirse en pequeños cerros. Una vez en las dunas, la vegetación parece haber desaparecido completamente. El panorama, gris y árido, recuerda más a los desiertos del sur de Perú que al trópico veracruzano, y una carpa provisional ofrece el único refugio bajo el intenso sol costeño. Para practicar esta actividad, lo único que se necesita es una tabla de sandboard, cera y protector solar, y lo más recomendable es hacerlo por la mañana, pues conforme sube el sol, también lo hace la temperatura (tanto la del ambiente como la de la arena).
“El sandboard nació en Brasil en los años 80. Se puede decir que es un deporte inventado, pues comenzó cuando a los surfistas, en los días que no había olas, se les ocurrió empezar a aventarse con sus tablas sobre las dunas de arena en la playa”, comenta Iván Miranda, fundador de Monkey Fish, una de las principales agencias de turismo de aventuras del puerto de Veracruz. “Aunque surgió usando tablas de surf, después se intentó probar las de snowboard, y tras una transición, se inventaron finalmente las de sandboard, diseñadas exclusivamente para la arena”. A México este deporte llegó en los años 90 y en Veracruz se ha practicado desde 2011.
“El sandboard consiste en deslizarse sobre sobre la arena y su objetivo es utilizar las dunas, aprovecharlas y divertirnos”, complementa Leo, también de Monkey Fish. El viento modifica constantemente la apariencia de las dunas, pero gracias a su cercanía con el mar, la arena se encuentra húmeda, lo cual asegura su macicez y que conserve las pendientes.
Chachalacas ofrece rampas para principiantes, intermedios o avanzados, y aunque se podría decir que contar con buen equilibrio y condición física son requerimientos importantes, tampoco son indispensables. De hecho, y aunque por supuesto la bajada suele ser lo más vistoso, es volver a subir a pie lo que es más demandante.
Nadie está exento de perder el equilibrio, pero lo bueno es que la arena siempre ofrece un buen amortiguamiento, así que el temor a caer desaparece rápidamente. Tras los primeros intentos, y estando ya bien empanizado de arena tras sufrir algunas (o varias) caídas, es imposible no seguir intentándolo. Al final, siempre es posible ir al mar a enjuagarse para, con ánimos renovados, volver a remontar la duna.
Cuando el sol ya está en lo alto y la arena comienza a quemar las plantas de los pies, es hora de decir adiós a las dunas. Sin embargo, los alrededores del puerto de Veracruz albergan muchos otros parajes listos para ser, como dice Iván, aprovechados. Una discreta salida sobre el Boulevard Riviera Veracruzana, a sólo 6 km al sur de Boca del Río, esconde uno de los mejores secretos del puerto: la laguna de Mandinga; y tras reponer energías en alguno de los restaurantes que se ubican en sus orillas (preferentemente con un robalo relleno en Isla Paraíso), es hora de hacer kayak.
Atardeceres
La laguna de Mandinga es parte de un estero que termina desembocando en el mar en el extremo sur de Boca del Río y, tras las primeras remadas, los restaurantes (y todo rastro de la ciudad) quedan atrás. La laguna se encuentra completamente rodeada por manglares, y pequeños islotes (que también están cubiertos por mangle) completan el paisaje acuático. Existen tres tipos de árbol de mangle, el blanco, el rojo y el negro, y todos pueden encontrarse aquí. Algunos botes de pescadores a motor interrumpen la calma, pero una vez que han pasado, lo único que se escucha es el sonido de los remos en el agua.
Los manglares son algunos de los ecosistemas más ricos del mundo, y no es difícil avistar diversos tipos de aves en y sobre los árboles. Sin embargo, es al atardecer cuando el espectáculo aparece. La luz tiñe de dorado las raíces de los manglares, y el agua de la laguna se vuelve un gran espejo que refleja los tonos anaranjados, y luego violetas, del cielo. 40 minutos remando después, con la noche encima, y tras llegar al único islote en el que es posible desembarcar para estirar las piernas un rato, el trayecto de regreso aguarda otra sorpresa: bioluminiscencia. Al fijarse con atención, pequeñas centellas aparecen en el agua que ahora es tan oscura como el cielo nocturno, y su número se incrementa cuanto más cerca se esté remando de los mangles. Otros 40 minutos después, la luz de los restaurantes y las casas vuelve a aparecer y la tranquilidad de la laguna ha quedado atrás.
A lo largo de nuestros recorridos, Iván insiste en la importancia de ver la naturaleza y usarla para algo más allá de admirarla. Como fundador de su propia compañía de servicios ecoturísticos, está convencido de que mientras más personas busquen tener este tipo de experiencias, más fácil será conservar el medio ambiente, pues se le ve como una fuente generadora de ingresos —lo cual a su vez motiva a sus mismos pobladores a protegerlo. Y tras hacer sandboard y deslizarse sobre dunas de arena, o haber remado al atardecer en una laguna que, hasta hace no mucho prácticamente nadie visitaba, no se puede estar más de acuerdo.
Fundada y operada por deportistas profesionales y entusiastas de los deportes, Monkey Fish ofrece todo lo necesario para hacer kayak, paddle, sandboard, snorkel, surf y vuelo en parapente en el puerto de Veracruz y sus alrededores.