Pensar a China para reseñar algo sobre ella es una tarea ambiciosa en razón de la riqueza de su cultura milenaria, la magnitud y velocidad de sus logros de desarrollo material y social que no político, y por su vastedad geográfica y poblacional. William Humpert ha señalado que China no es un país, sino una civilización, un cosmos que funciona en otra frecuencia a la que hay que mirar distinto para entenderla. Lo más impresionante de China es su genio creativo, que abreva de una antiquísima y brillante historia, pasa por una revolución sociopolítica cataclísmica que sentará las bases de una modernidad ejemplar y próspera que a su vez la llevara a liderar al mundo del siglo XXI. Ya lo decía Napoleón: el mundo debía estar atento al despertar del gigante asiático.
He estado en China en dos ocasiones: en 1981 como parte de una misión presidencial de asistencia técnica en turismo al gobierno de la República Popular China y a finales de 2019 en un viaje turístico con mi esposa, justo antes de la pandemia. Me faltan palabras para describir el contraste entre esas dos Chinas: no se trata de un antes y un ahora, se trata de dos planetas distintos. En 1981 China era un país pobre, atrasado, estandarizado y monocromático dominado por una ideología totalitaria monopólica que concentraba todo el poder en el Partido Comunista y que conoció su momento de mayor fervor y fanatismo “purificador” en la Gran Revolución Cultural Proletaria en los diez años que van de 1966 a 1976, hasta la llegada al poder de Deng Xiaoping el gran modernizador en 1978. China me pareció entonces un lugar remoto e incomprensible.
La evolución de este país/civilización en los últimos cuarenta años no tiene parangón en la historia humana; el crecimiento explosivo de China en todos los aspectos ha desplazado la concepción de “primer mundo” al sureste asiático: arquitectura, urbanismo, despliegue tecnológico, carreteras, aeropuertos, parques, hoteles y un largo etcétera; más que en cualquier otro caso aquí aplica el término de “milagro”.
A finales de 2019 nuestro recorrido abarcó nueve ciudades incluyendo Lhasa en Tíbet, ocho aeropuertos y una estación para tomar el tren bala de Hangzhou a Suzhou, todos impactantes, modernísimos y atractivos. Un viaje fascinante, rico e inagotable que descubriría para nosotros sorpresas y delicias sin fin, a la vuelta de cada esquina. El viaje se inicia en Beijing capital y puerta de entrada obligada a ese mundo, centro político y económico de la civilización china; majestuosidad es el término que mejor describe a Beijing: la plaza Tiananmen la plaza pública más grande del mundo con más de 400 mil metros cuadrados de superficie, al norte de La Ciudad Prohibida. Desde esta plaza Mao arengaba a las masas y presidÍa desfiles de cerca de un millón de personas. Tiananmen, rodeada por enormes edificios de inspiración estalinista, simboliza el tamaño de las aspiraciones y ambiciones de grandeza chinas.
China no es un país, sino una civilización, un cosmos que funciona en otra frecuencia a la que hay que mirar distinto para entenderla.
La Ciudad Prohibida es a su vez uno de los baluartes más impresionantes e icónicos de esa majestuosidad ancestral china, centro del poder por cerca de 500 años durante las dinastías Ming y Qing es reconocido como el complejo palaciego mejor preservado del mundo, con sus cerca de 10 mil habitaciones, magníficos jardines y artefactos diversos es el principal legado de historia imperial china. Me llamó la atención de que a pesar de su carácter masivo, el turismo interno chino que por momentos un río de gente que habría que “torear” para no ser arrastrado por la corriente, en realidad está perfectamente organizado en grupos ordenados y homogéneos con guías, banderines de identificación y colores distintivos.
El viaje contemplaba también conocer algunos vestigios tradicionales del país como los hutongs: barrios antiguos del casco viejo de Beijing, a bordo de un bicitaxi, una linda experiencia reminiscente de la China del pasado, poética y adorable: callejones angostos y serpenteantes, puertas rojas pesadas y linternas que se mecen con el viento.
No podía faltar en las inmediaciones de Beijing una visita a la Gran Muralla China, construida hace más de 2 mil años como un colosal sistema defensivo que se extiende por más de 6 mil kilómetros por el “techo” de China, es posiblemente la obra de ingeniería humana más importante de todos los tiempos. Interesantemente, en el trayecto a la muralla me entable en una discusión con Jack nuestro guía (los guías en China adoptan un nombre occidental por razones obvias) en relación a la visión china del binomio aparentemente incompatible entre su portentoso desarrollo de corte claramente capitalista y su compaginación ideológica y operativa con el sistema comunista que gobierna al país; me intrigaba y me sigue intrigando cómo los chinos concilian lo irreconciliable: un explosivo crecimiento económico en maridaje con una visión política maoísta de control político total, encarnado en el gobierno y el Partido Comunista.
Lo que logré decantar después de sendas y agradables conversaciones con los magníficos guías que tuvimos durante el viaje fue que su “milagro económico” no es una contradicción: la economía de libre mercado y la economía planificada no son las diferencias esenciales entre el capitalismo y el socialismo, lo fundamental del socialismo es la emancipación y el desarrollo de las fuerzas productivas, la erradicación de la explotación y la polarización y el logro del bienestar común, y por lo tanto el objetivo del sistema económico chino ha sido instaurar una economía de libre mercado socialista, un socialismo propiamente chino. Este modelo tan único no solo ha triunfado en el plano económico y material masivo, sino en el personal de los habitantes de este país, a juzgar por lo que percibí como “felicidad social”: la gente parece ser feliz, vive con una sonrisa a flor de piel; en todos lados me pareció patente la aceptación convencida de la vida como es que no resignación y el orgullo por la nueva prominencia del país a nivel de superpotencia. Entendí la visión china del progreso: socializar la riqueza y no la pobreza, ese es el secreto de su fenomenal éxito.
De regreso paramos en el Palacio de Verano otra majestuosa manifestación del esplendor imperial chino, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y una manifestación más de las masas turísticas chinas.
Lo que más me impactó de Beijing fue su arquitectura contemporánea, majestuosa y de avanzada, en perfecta armonía con un urbanismo envidiable: el edificio central de la TV oficial es un enorme edificio rectangular vacío en el medio, bellísimo; hasta la sede central del aparato de seguridad del estado ostenta una arquitectura atractiva y actual. Una noche fuimos a cenar al Hyatt Center en el piso 65, sorprendente, los autos se veían como desde un avión. Todas las ciudades chinas que visitamos derrochan una arquitectura espléndida y modernísima con excepción de Guillin que por alguna razón conserva su fisonomía tradicional de la China prebonanza.
Lo que más me impactó de Beijing fue su arquitectura contemporánea, majestuosa y de avanzada, en perfecta armonía con un urbanismo envidiable.
En camino a Lhasa capital de Tíbet visitamos Xian casa de los famosos Guerreros de Terracota, una joya arqueológica de siete mil guerreros de tamaño humano con caballos y carros de guerra que fue descubierta por campesinos apenas en 1974; sirvió de sede mortuoria al primer emperador de China Ying Sheng.
Tíbet el “techo del mundo” fue una experiencia aparte dentro de este viaje, después de todo es otro país que fue invadido y anexionado por la RPC en 1950, aunque según una de las guías se trató del regreso de Tíbet a la madre patria China. En este país la espiritualidad forma parte del ADN nacional, el budismo permea todos los aspectos de la vida tibetana. Muchos de los rostros más interesantes y expresivos del viaje los encontré aquí, rostros que reflejaban serenidad y conexión con algo diferente a lo que estamos conectados los demás que no somos tibetanos.
Además de la gente el punto más sobresaliente de Lhasa fue la visita al Palacio Potala residencia de trece Dalai Lamas desde el año 1648 hasta que el decimocuarto se exilió en el norte de la India en 1959 a raíz del conflicto con China. El lugar es un monumento, un museo y el más importante santuario del pueblo tibetano. Después de subir cientos de escalones uno penetra en otro mundo, exótico e inexpugnable, lleno de historia y simbolismo; el monumento que defiende y conserva su identidad independiente ahora perdida. Allí están enterrados muchos de los Dalai Lamas, esa suerte de líder político y espiritual personificado en un solo hombre.
Siguiente parada Chengdu, el lugar de los osos panda, animal perezoso y huraño pero carismático icono chino por excelencia. Se trata de una reserva boscosa enorme que sirve de base para la investigación y promoción de esta especie. Los chinos también usan al panda con fines políticos en la llamada “diplomacia de los panda” que consiste en ceder algunos ejemplares a gobiernos amigos para su cuidado, como sucedió en los años 70’s con una pareja de pandas jóvenes que llegaron a México y con el tiempo tuvieron descendencia. En Chengdu visitamos también la ciudad nueva, una ciudad del mañana impactante por lo futurista y atractiva, enmarcada en una zona verde esplendorosa. Antes de partir para Guillin, fuimos a Leshan a ver el Buda más grande del mundo, de 71 metros de altura esculpido en la roca en el siglo VIII.
Los chinos también usan al panda con fines políticos en la llamada “diplomacia de los panda” que consiste en ceder algunos ejemplares a gobiernos amigos para su cuidado.
En Guillin tuvimos un encuentro memorable con el paisaje chino de montañas espectaculares de diseño único inmortalizadas en pinturas y poesía (los billetes de veinte Yuanes contienen la estampa distintiva de las montañas de esta zona), en un recorrido de 48 kilómetros llenos de bruma por el río Li. El crucero por el río termina en Yangshuo en donde se ofrece uno de los espectáculos escénicos más impresionantes que he presenciado: 500 artistas en una producción épica y majestuosa en el río Li deleitan al público con las leyendas de los grupos étnicos de la región, en un alarde de perfección artística y técnica.
En Hangzhou visitamos el Dragon Well Tea Plantation una de las más importantes plantaciones en China que produce el afamado te Lojing. Fuimos introducidos a la cultura del té que me remitió a mi pasión por la cultura del vino. Aquí como en todas las ciudades a las que fuimos, también estuvimos en los barrios antiguos, parques y templos, llenos de vida y poseedores de claves genéticas de esa compleja y fascinante civilización. Hangzhou es también cuna y centro operativo de Alibaba Group fundada por Jack Ma o Ma Yun, el chino más rico del mundo. Cuando pregunté a Peter nuestro guía si en China se etiquetaba a Ma como “capitalista”, me contestó que no, para los chinos es un “amigo del pueblo”. En esta ciudad existen alrededor de 500 empresas de alta tecnología.
Un tren bala nos llevó de Hangzou a Suzhou en menos de dos horas. Conocida como la” Venecia de Oriente”, es una ciudad moderna con una rica historia: canales, puentes de piedra, pagodas, y jardines clásicos, configuran una ciudad encantadora. Entre sus atractivos sobresale el impresionante Museo Suzhou obra del famoso arquitecto I.M. Pei. Para los amantes de la seda esta ciudad es obligada.
El tramo final del viaje fue por supuesto Shanghái la joya de la corona, pasando por Tongli, adorable “pueblo de agua” de la Dinastía Song con más de 1000 años de antigüedad; es también reminiscente de Venecia y quizás Tenochtitlan. Calles, puentes y construcciones antiquísimas le dan una personalidad muy atractiva a este hermoso pueblo. Shanghái es una ciudad espectacular con una herencia europea inconfundible. Al igual que Beijing refleja la grandeza de sus logros modernos y su herencia milenaria. Recorrer el distrito hotelero y comercial que bordea la orilla occidental del río Huangpu conocida como El Bund es una experiencia única, de un lado del río se encuentra el impresionante horizonte urbano de Padong y del otro la fusión de oriente y occidente que le dan ese carácter tan rico a esta la más cosmopolita de las ciudades Chinas. Siguiendo en esta lógica visitamos el distrito financiero de Lujiazui con más de 100 rascacielos modernísimos ubicado al oriente del rio Huanguda, que albergan a infinidad de bancos, instituciones financieras y compañías internacionales, en verdad espectacular.
Una parada obligatoria muy gratificante es el Museo de Shanghái que exhibe brillantemente más de 120 mil artefactos del arte, mobiliario, textiles e infinidad de otros artefactos antiguos de la prodigiosa historia cultural del país.
Para rematar la visita a la ciudad en el penúltimo día fuimos al distrito conocido como La Concesión Francesa a caminar y cenar en esta zona muy de moda y al día como en las grandes ciudades del mundo occidental. El viaje a China termina aquí dejándome un enorme apetito por volver, de seguir en contacto con esta civilización cuyo pasado se proyecta hacia el futuro pasando por un presente admirable. Mi vida y visión del mundo habían cambiado para siempre.