El arte asiático de hacer mandalas para ordenar la mente (y el espíritu)
Por milenios, esta forma artística ha buscado la perfección.
POR: Paola Gerez Levy
Durante esta cuarentena hay quienes deciden enfocarse en algo que no sea la avalancha de noticias que surgen cada minuto. Aunque esta no es una tarea fácil, por la inmensa oferta que hay, quizá la clave esté en buscar pequeños rituales de alrededor del mundo que podamos hacer en casa. Actividades que nos ayuden a bajar la intensidad de los pensamientos y nos permitan alejarnos, lo más que se pueda, de la ansiedad. Podemos, por ejemplo, llenar de colores un mandala milenario originario de Asia.
¿Qué significa un mandala?
Un mandala es la representación de lo perfecto; término que proviene del sánscrito y que se interpreta como círculo. No obstante, su significado tiene ligeras variaciones dependiendo a quién se le pregunte. Para los hinduistas es un contenedor de la esencia, y se asocia más a lo personal, mientras que para los budistas es el centro de la creación; un universo ideal.
Los mandalas son una forma de arte que carga con múltiples significados y representaciones a través de su forma y colores; eso sí, siempre están dentro de un círculo. Estas creaciones, llenas de geometría y simetrías perfectas, fueron desarrolladas por los hinduistas y budistas desde la antigüedad, de hecho los primeros registros de mandalas que se han encontrado datan del siglo I a.C., aunque no se descarta que sean más antiguos.
Este arte se puede plasmar en toda clase de superficies, desde tela o papel hasta murales en el interior de enormes construcciones. Tal es el caso del Templo de Meenakshi Amman, un lugar de culto en el sur de la India, o del monasterio de Kurjey Lhakhang en el corazón de Bután, por solo mencionar dos.
Por su parte, otra manera de dibujar mandalas, practicada sobre todo en India, se puede contemplar en los diseños de henna que se realizan en las manos de las mujeres, tradicionalmente en las bodas.
Las creaciones de arena de los monjes budistas
Dichos círculos sagrados se pueden encontrar en Bután, China, India, Indonesia, Japón y Nepal, sin embargo, en Tíbet los mandalas cobran una dimensión más allá de lo bidimensional. En esta región autónoma de China los monjes pintores –que pasan por una formación especial– realizan enormes creaciones sobre el suelo y las llenan de vida con polvo de mármol de colores. Después de trazar el diseño en el piso, los pigmentos se depositan minuciosamente en las áreas correspondientes utilizando un chak-pur, una herramienta cónica similar a un popote.
Para crear uno de estos mandalas, los monjes pasan por una preparación de entre cinco y siete años. Su elaboración es toda una ceremonia. Inicia con meditaciones, cantos y música y se extiende por varios días hasta que el diseño se termina –desde le centro hacia afuera–; asimismo, se complementa con un marco cuadrado o rectangular y representaciones de unas de las tantas deidades que hay en la cultura.
Lo curioso es que una vez que se termina, se deshace todo como un símbolo de la no permanencia. Los tapices de polvo se dispersan del exterior hacia el centro.
Los mandalas hoy
Como todo, el arte de los mandalas terminó por darle la vuelta al mundo gracias los viajes de los peregrinos que cargaban con pergaminos plagados de círculos. Así fue como llegaron a oídos del psicólogo suizo Carl Jung, quien, a principios de siglo XX los utilizó en sus terapias con la idea de que estas formas simétricas fueran una expresión del subconsciente.
En Occidente, esta utilidad de los mandalas no se ha descartado del todo, pues hay numerosos especialistas que sostienen que estos círculos de colores, no importa si es solo colorearlos o hacerlos desde cero, son una forma de meditación que contribuye a la relajación, reduce la ansiedad y ayuda con la concentración. A ordenar las ideas de la mente.
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