Comida, Turquía

El oscuro y espeso café turco… (o cómo una taza vacía puede intuir el futuro)

Desde hace 500 años, el café forma parte esencial en la sociedad, la gastronomía y el esoterismo turco.

POR: Paola Gerez Levy

Para muchos el café es el sonido tímido de un cafetera. Es también un estímulo para el olfato, que desde el primer momento percibe notas de madera y tierra, y para las papilas gustativas que dividen el sabor en capas, un relato que pasa de lo amargo a lo frutal. No obstante, existen algunos individuos para los que este brebaje es más bien una forma de vida, una parte fundamental de la identidad, tan arraigada que incluso puede convertirse en un símbolo nacional. Un ejemplo de lo anterior es el café turco, que si bien se prepara con la misma materia prima que consume el 70% del mundo, su metodología desafía todo lo que se sabe de él. 

Habría que empezar diciendo que el café turco se consigue en prácticamente toda Turquía. Desde casas centenarias donde la gente se reúne frente a una taza, hasta en los calentadores móviles que numerosos vendedores instalan en banquetas y esquinas concurridas de las ciudades. En ese país, al borde de Europa, todos parecen ser unos expertos que convierten una infusión en una obra de arte.

Más de uno se ha visto asombrado por la habilidad de los turcos por manejar el cezve –un artefacto tradicionalmente de cobre o latón repujado con un mango largo que no se calienta en una estufa, sino que se hunde en una tina de arena caliente. La grava calienta el recipiente de forma homogénea. Sale espuma, de un segundo al otro. Esto se repite de tres a cuatro veces y se sirve en tacitas de 50 ml que no tienen asa, conocidas como türk kahvesi.

Foto: Gabriele Stravinskaite / Unsplash

Café turco, una tradición de 500 años

Para que esta bebida entrara en la lista de Patrimonio Inmaterial de la UNESCO tuvieron que pasar cinco siglos; todo empezó cuando el café fue introducido al Imperio Otomano. Desde los primeros días su sabor amargo cautivó a los paladares de la nobleza. Más tarde el líquido café llegó a las mesitas de la corte servido en charolas especiales con vajilla metálica que hacían juego toda entre sí.

Con los años, la tradición cafetera permeó las paredes nobles y tocó a los aristócratas; hombres que se reunían en casas de café a socializar, tratar temas de coyuntura e intercambiar opiniones culturales con el sonido de los dados y las fichas del backgammon – juego de mesa por excelencia– en el fondo. Poco a poco llegó a más y más personas, y se convirtió en una de las tradiciones más arraigadas en la cultura turca.

Cómo ver el futuro en una taza de café

Lo que un mortal debe hacer es terminarse su café hasta dejar una capa de asiento en el fondo de la tacita. Después hay que colocar el plato de base encima del recipiente y voltearlo para que los sobrantes se deslicen. El resto del trabajo corresponde a las falcı, adivinas que encuentran en los patrones de escurrimiento una multitud de formas que revelan situaciones sobre el pasado y el porvenir del bebedor. Si bien esta práctica –taseografía– tiene fuertes bases esotéricas, también se ha enraizado en la cultura del café turco y es una de las razones por las que esta bebida y su preparación son tan fascinantes a ojos de los extranjeros.

Foto: Rima R. / Flickr

Cómo hacer café turco en casa

Para hacerlo tradicionalmente hay que conseguir granos de café tostados y pulverizarlos en un molinillo de latón. Después se hierve el agua en el cezve (en caso de querer endulzar la bebida con azúcar, es necesario agregarla en este punto). Se añade el polvo de café –el café turco no se filtra, por eso queda tan espeso– y se vuelve a hervir la mezcla. Algunos retiran las primeras espumas entre las tres pasadas por la arena caliente y dejan la última, otros la retiran por completo y hay quienes aseguran que el café turco sin espuma simplemente no es.

A la hora de servir en las türk kahvesi se puede condimentar con canela o cardamomo, o bien servirlo junto con dulces lokum, pequeños trozos de goma de almíbar –los hay de sabores, rellenos o cubiertos de azúcar glass–, pero eso sí, siempre acompañado de un vaso de agua.

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Foto de portada: Hoang Tran / Unsplash

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