El 8 de junio de 2020 falleció, a los 91 años, el artista contemporáneo Manuel Felguérez, uno de los mayores exponentes –para muchos el máximo– del arte abstracto en el país. Originario de Valparaíso, Zacatecas, Felguérez experimentó con el arte sin forma a partir en cualquier medio, desde planos de circuitos hasta enormes esculturas y murales, entre los que destaca Agenda 2030, una obra que decora la sede de la ONU en Nueva York.
Cabe destacar que gran parte de su legado se encuentra en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en la ciudad de Zacatecas. Si bien desde su apertura en 1998 ha cobrado gran importancia en la difusión del arte contemporáneo, no hay duda de que dicho museo pasará a la historia como uno de los sitios predilectos para acercarse a la esencia, procesos creativos y a la imaginación de este personaje.
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De cómo un yacimiento de plata dio origen a una de las ciudades coloniales más hermosas de Hispanoamérica: así podría titularse una historia esencial de Zacatecas. Durante el periodo virreinal, la abundancia de este metal tuvo como consecuencia la construcción de suntuosas iglesias barrocas, conventos, palacios para familias nobles, grandes edificios administrativos y una catedral con una de las fachadas más hermosas del país. Sin embargo, la continuación (menos conocida) del relato sería: de cómo esta pequeña ciudad histórica en el norte de México terminó albergando algunos de los mejores museos del país.
Las colecciones inadvertidas de un destino popular
Encontrarse en Zacatecas una serie de grabados de Goya —que supera en número a la que posee el Museo del Prado— y una colección de pinturas firmadas por Picasso y Chagall resulta algo casi incomprensible. Ver la colección de máscaras tradicionales más extensa y rica de México en los muros de un antiguo convento derruido es sorprendente, y observar murales que fueron pintados para la Feria Mundial de Osaka en un antiguo seminario —que alguna vez también funcionó como cárcel— es, cuando menos, raro.
En una época en la que diversas metrópolis en el mundo utilizan los museos como herramientas para ganarse un lugar en el mapa, los recintos zacatecanos brillan por su discreción. Casi todos se ubican en edificios históricos que se camuflan entre callejones y plazas que por siglos han estado dominadas por iglesias coloniales. El Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, por ejemplo, se encuentra en el antiguo seminario; el Museo Rafael Coronel, en el convento de San Francisco; el Museo Pedro Coronel, en lo que fuera un colegio jesuita; y el Museo Zacatecano, en un inmueble que sirvió como Casa de Moneda en el siglo XIX. El que tal vez podría llamar más la atención es el Museo Francisco Goitia, pues su sede es una mansión de cantera rosa que hasta hace no mucho fungió como la residencia oficial de los gobernadores del estado. Sin embargo, el que se encuentre a las afueras del centro histórico contribuye a que conserve un bajo perfil.
Dos hermanos, dos colecciones y dos museos
Posiblemente, los mayores contribuyentes a la escena artística de Zacatecas fueron los hermanos Coronel. Ambos zacatecanos, ambos pintores y ambos coleccionistas. Pedro nació en 1923 y Rafael en 1931. Estudiaron pintura y escultura en “La Esmeralda”, en la Ciudad de México, y se convirtieron en dos de los artistas más reconocidos del país durante la segunda mitad del siglo XX. Pedro falleció en la Ciudad de México y Rafael en Cuernavaca, pero los dos donaron sus espléndidas colecciones a la ciudad donde nacieron para fundar los museos que ahora llevan sus nombres.
Decir que el Museo Pedro Coronel parece una pequeña sucursal del MET es algo que podría parecer exagerado. No lo es. Habitación tras habitación, diferentes épocas, culturas y artistas se suceden de tal manera que uno quiere recorrer las salas a gran velocidad sólo para mantener el sentimiento de asombro. Las máscaras del Pacífico Sur y las africanas dan pie a los tesoros del antiguo Egipto: cerámicas, un sarcófago y momias de ibis. Otra sala está cubierta de pies a cabeza con grabados hechos por Francisco de Goya, seguida de varias más que lo mismo resguardan impresiones japonesas que cerámicas griegas y romanas. Por su parte, los pasillos rebosan de cuadros de Marc Chagall, Joan Miró, Pablo Picasso, Salvador Dalí y Wassily Kandinsky. Albers, Vasarely, Braque, Léger y Calder también están presentes en este acervo que bien podría pertenecer a cualquier gran museo de arte moderno.
A escasos minutos de la plazuela donde se encuentra el Museo Pedro Coronel, siguiendo la misma calle todo derecho, está el museo que alberga la colección de su hermano. Si bien Pedro puso sus ojos en el mundo entero, Rafael se enfocó en México. A lo largo de su vida, el pintor amasó una colección de más de 10 000 máscaras mexicanas, hechas entre la época prehispánica y el siglo xx, y de las cuales unas tres mil componen la muestra “El rostro de México” en su museo homónimo. Demonios, ángeles, reyes, tigres, diablos, ancianos y calacas destacan entre un universo de seres zoomorfos y antropomorfos. Todas las máscaras fueron hechas a mano y, en algún momento, cada una tuvo un uso ritual y se utilizó en alguna festividad.
La colección se complementa, además, con la de títeres de Rosete Aranda, la principal compañía de marionetas que ha existido en México. Dato curioso: la única esposa de Rafael fue Ruth, la primogénita de Diego Rivera, así que el museo también alberga tanto los planos originales del Anahuacalli como bocetos de varios de los murales más importantes de Diego.
El giro contemporáneo de una ciudad barroca
A medio camino entre los recintos de Pedro y Rafael se encuentra el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez. Como los de los hermanos Coronel, alberga la colección personal del artista que le da nombre. Además de ser uno de los principales pintores de la llamada Generación de la Ruptura, Felguérez es también un ávido coleccionista. En 1997 donó gran parte de su colección de arte abstracto al gobierno para formar el primer museo dedicado a este género en América Latina. Entre las casi 800 piezas del sitio, destacan los “Murales de Osaka”: 12 pinturas monumentales elaboradas por 11 artistas para el pabellón con el que México participó en la Feria Mundial de Osaka, en 1970.
Si hasta ahora no se ha hecho obvio el gusto de los gobiernos zacatecanos por hacerle museos a sus artistas predilectos, el museo Francisco Goitia lo evidencia, pues fue el que inició la tradición. Cuando abrió sus puertas en 1978 se convirtió en el primer museo de arte en la ciudad. Su acervo guarda obras de varios maestros locales, desde el ilustrador Julio Ruelas hasta el escultor José Kuri Breña. Parece ser así que, además de plata y cantera rosa, Zacatecas también es buena produciendo artistas. Más aún, la curiosa (y afortunada) sincronía entre los pintores y gobiernos estatales para asegurar que sus colecciones permaneciesen como patrimonio público del estado ha hecho que esta pequeña ciudad vaya poco a poco consolidándose como una capital cultural de calidad excepcional.
Y estos esfuerzos no han pasado desapercibidos. Como una apuesta para combatir el centralismo que caracteriza al sistema cultural mexicano, la Bienal FEMSA (el certamen de artes visuales contemporáneas más importante del país) escogió a la capital zacatecana como la sede de su decimotercera edición en 2018. Los organizadores del evento buscaron una ciudad cuyas colecciones museísticas, entramado institucional, comunidad artística y escuelas de arte pudieran beneficiarse, a mediano y largo de plazo, de albergar la bienal, y Zacatecas cumplía con ello. A la típica frase que describe a este destino como uno con “rostro de cantera y corazón de plata”, quizá deberíamos agregarle un “y alma artística”.
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