Dar la vida por hecho nos hace creer que los fenómenos que nos rodean son inagotables y nos pertenecen. Tal vez por eso no es de extrañarse la cantidad de basura que abunda en las calles y los mares, la caza furtiva y la invasión humana al hábitat de cientos de especies, desde escarabajos hasta animales salvajes. Todos indispensables para un tipo de ecosistema en específico.
Incluso esos pequeñísimos insectos que deambulan por ahí tienen una función y razón para existir. Tal es el caso de las luciérnagas, que nos brindan uno de los espectáculos más bellos durante las noches de verano. Miles de puntos bioluminiscentes que flotan en los espacios más recónditos.
Crear luz por arte de magia
Las luciérnagas –capaces de generar la luz natural más eficiente– se encuentran en pantanos o áreas húmedas y boscosas, ahí donde las larvas hayan su principal fuente de alimentación. A estos seres voladores se les puede apreciar durante la temporada de lluvia, de junio a agosto, a partir del crepúsculo, a eso de las ocho de la noche. Además de los destellos, su magia radica en que únicamente aparecen por un par de horas.
Este baile resplandeciente es una suerte de diálogo entre machos y hembras que buscan aparearse. Ellas se “encienden” para atraer a su pareja, y ellos brillan como señal de interés. Su luz es intermitente y se genera cuando hay una combinación de oxigeno con una sustancia llamada luciferina (que se encuentra en el abdomen de los insectos), lo que produce iluminación, sin generar calor.
Las luciérnagas están muriendo
Dado que son una especie endémica (no vienen de otro lugar), es muy fácil que las luciérnagas desaparezcan. Entre los principales motivos destaca la contaminación lumínica, el turismo invasivo y, principalmente, la deforestación y la urbanización. Y es que aunque estén en una zona peligrosa para ellas, no se van (no son migratorias), simplemente se dejan morir.
Para ver las luciérnagas de manera responsable y bajo la guía de un supervisor, pueden ir al Santuario Piedra Canteada en San Felipe Hidalgo, Tlaxcala; o al Santuario El Llanito, en Tlalpujahua, Michoacán.
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