Desde donde se le vea, las festividades en torno al Día de Muertos en México son una de las manifestaciones más claras de la mezcla de idiosincrasias que vivió el país hace cinco siglos. Uno de los pilares de esta celebración, que se incluyó en la lista de Patrimonios Inmateriales en la Humanidad en 2008, son las tradicionales ofrendas que cargan un gran simbolismo en todos los elementos que la componen.
Ahora, cualquiera que arme su altar de muertos tiene fácil acceso a todos los ingredientes necesarios. Pero históricamente, estos se elaboran, siembran y obtienen de sitios específicos que han mantenido sus costumbres por generaciones. En honor a esto, les presentamos algunos de los lugares de origen de varios de estos objetos.
Flores de Cempasúchil
Basta saber que durante la temporada de Día de Muertos de 2018 se cultivaron 15 mil toneladas de esta flor (para darse cuenta de lo vital que es en el diseño de las ofrendas). Sus pétalos amarillos se han utilizado desde tiempos prehispánicos para señalar el camino de los muertos que regresan al mundo terrenal; muchos las acomodan en macetas, otros las deshojan y algunos arman arcos amarillos que enmarcan el altar. Si bien el 77% se cosecha en Puebla, los estados de Guerrero, Hidalgo, Oaxaca y San Lui Potosí también contribuyen a la producción nacional.
Papel picado
En las ofrendas contemporáneas, se le atribuye al papel picado el símbolo del viento y de la alegría gracias a su volatilidad y a sus vistosos colores. Uno de los sitios en donde se fabrican estas delgadas hojas llenas de patrones festivos es San Salvador Huixcolotla, Puebla. Es tanta la participación de la población (cerca del 70% de los habitantes se dedica a esto), que en 1998 se declaró al arte del papel picado un patrimonio cultural del estado. Las entrañables figuras de panes de muerto o Catrinas se obtienen mediante el martillar de cinceles, de varias formas y curvas, sobre bonches de 100 láminas.
Calaveritas de azúcar
Esta tradición es una de las fusiones más claras entre las usanzas aztecas y las modificaciones españolas. Antiguamente, en los tzompantli (altares) mexicas se colocaban cráneos de personas sacrificadas. Los colonizadores lo tacharon de atrocidad y los sustituyeron con pequeñas cabezas de hueso elaboradas a base de azúcar. Actualmente, esta costumbre original se conserva sobre todo en Toluca y el resto del Estado de México, Guanajuato y Michoacán. Sin embargo, se han desarrollado variaciones regionales, como las de amaranto en Morelos, las de cacahuate o almendra en Puebla o las rellenas de miel en Oaxaca.
Incienso de copal
En tiempos de los aztecas, el humo blanco que emanaba al quemar resina de copal se asociaba con la purificación del ambiente y como medio de comunicación con los entes divinos. Hasta la fecha, el peculiar aroma de este incienso envuelve a casi todas las ofrendas, pequeñas y grandes. Este material se obtiene de la corteza de ciertos árboles, sobre todo del copal blanco, cuya población se concentra en un 80% en las sierras del Pacífico mexicano. Por eso, no es extraño encontrarlos en las zonas boscosas de Morelos, Puebla, Oaxaca y Guerrero, en especial en el área del Cañón del Zopilote, a un lado del Río Balsas.
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