Yucatán es uno de esos destinos que no pueden faltar en la lista de sitios por visitar. Sus colonias de flamencos rosados, los mascarones tallados por los antiguos mayas, sus cenotes de colores brillantes para refrescarse y las visitas a comunidades que han sabido rescatar sus tradiciones ancestrales, son experiencias que confirman que explorar la península deja una huella permanente en los viajeros.
Y ante manjares como la cochinita pibil, el pibipollo, los papadzules, el relleno negro, el frijol con puerco y el queso relleno (por mencionar sólo algunos), la única reacción consecuente es rendirse a ellos en homenaje.
Por si fuera poco, la restauración de las majestuosas haciendas henequeneras yucatecas y su adecuación como hoteles cambiaron el perfil turístico del estado. Por ello, a continuación les compartimos una guía para ver, comer y hacer en su próximo recorrido por el estado.
Catedral de San Ildefonso
Las iglesias de Mérida –conocida también como la Ciudad Blanca– son, en sí mismas, un gran motivo para recorrer la ciudad, empezando por la catedral de Yucatán, o de San Ildefonso. Fue construida entre 1562 y 1598 por los alarifes Pedro de Aleustia y Juan Miguel de Agüero. Tiene una nave central y dos laterales y una cúpula en el centro, además de las dos torres de estilo morisco. Durante la Revolución fue saqueada por el ejército de Salvador de Alvarado —quien sería gobernador del estado— y sus retablos churriguerescos y barrocos se perdieron, además del órgano.
Las capillas de San José y del Rosario, que la unían con el palacio episcopal —actual sede del Museo de Arte Contemporáneo de Yucatán Fernando García Ponce, o MACAY—, fueron demolidas en 1916, lo cual explica la singularidad del actual Pasaje de la Revolución, donde se presentan exposiciones temporales a un costado de la iglesia, por lo general de escultura.
Valladolid
La población de Valladolid fue fundada en 1543 por Francisco de Montejo “el Sobrino”, en la antigua localidad de Chauac-Há, ciudad de los mayas cupules. En 1848, durante la guerra de castas, fue asediada e invadida por el cacique maya Cecilio Chi, líder de los rebeldes cruzoob. A inicios del siglo XX Valladolid era considerada como el sitio donde se encendió “la primera chispa de la Revolución mexicana”.
Destacan los barrios de Sisal, Santa Lucía, Santa Ana, San Juan y Candelaria, cada uno con su propia iglesia y personalidad. En particular la calzada de los Frailes está tapizada de boutiques de primer nivel y es la que llega al majestuoso convento de San Bernardino de Siena y a la deliciosa y apacible Taberna de los Frailes.
Hacienda Yaxcopoil
El auge henequenero y ganadero de la península de Yucatán puede cifrarse en esta impresionante hacienda fundada en el siglo XVII, que en su momento llegó a tener 11,000 hectáreas; en la actualidad puede visitarse como museo privado. La entrada principal es un doble arco morisco que abre paso a la parte habitacional con amplios salones, recámaras, corredores, cocina y patios, todos decorados con el mobiliario europeo de la época. El lugar perteneció a una de las familias de la casta divina. El oratorio, con imágenes de san Gerónimo de Yaxcopoil, es una maravilla.
Como buena hacienda, Yaxcopoil contaba con escuela, hospital, tienda y bodegas. Por si fuera poco, el “lugar de los álamos verdes” tiene en sus alrededores vestigios de seis estructuras de forma piramidal, un juego de pelota y algunas estelas menores de la civilización maya. Muchas de las vasijas, esculturas y herramientas del periodo Clásico pueden verse en el Cuarto Maya de la hacienda.
Apoala
Este restaurante, con mesas en la Plaza Santa Lucía, tiene todo para atraer a quienes pasean por el centro de Mérida. Pero lo importante es que no se contenta con eso: la cocina es espectacular. Se trata del local de los hermanos Sara y Carlos Arnaud Gómez, quienes han traído desde su natal Oaxaca sus sabores y savoir faire para integrarlos a los de Yucatán, en platillos como el aguachile blanco de pescado y coco, la tlayuda doblada con chorizo o el tasajo con chile de agua relleno de chapulines.
Vale la pena buscar al cantinero (que no le gusta que le digan mixólogo) para preguntarle por el speakeasy que este lugar opera los fines de semana.
Casa T’HŌ
Cada una de las antiguas alcobas de una de las casas más hermosas del Paseo Montejo (lo cual no es decir poco) fue tomada por una boutique de diseño con lo mejor de la creatividad y el trabajo artesanal mexicanos: bolsos, manteles, joyería, jabones, cerámica y, por supuesto, ropa que retoma los textiles y bordados de Chiapas, el Estado de México o Oaxaca, con marcas como Yakampot, Casilda Mut o Carla Fernández, por mencionar algunas.
El patio es de lo más agradable para tomar algo fresco y, en la parte trasera, Guillermina Refugio Gastronómico sirve deliciosos desayunos (desde panes caseros hasta huevos benedictinos) y, por la tarde, ligeras pastas y ensaladas, además de que vende conservas, mieles y otras delicias para llevar.
Chablé
Un camino de media hora separa la ciudad de Mérida de este gigantesco jardín con más de tres kilómetros de vegetación tropical. Dentro, 38 casitas y dos villas reciben a los viajeros. Aunque las construcciones rescataron algunos de los cimientos de la hacienda original, en el interior la decoración es contemporánea.
El hotel ofrece cada día al menos tres actividades (de naturaleza, gastronomía, aventura, cultura, salud, etc.) para que los huéspedes puedan elegir dos, aunque también se pueden organizar experiencias a la medida. Esto lo convierte en un lugar ideal para familias, pero también para quienes quieren aprovechar el entorno natural.
Hacienda Temozón
En el siglo XVII comenzó como hacienda ganadera y a mediados del siglo XIX se dedicó a la producción henequenera, siendo la principal productora de esta fibra en la región. Hoy el lugar es un majestuoso hotel que deslumbra por su enorme jardín tropical y su alberca gigante de 48 metros. Las 28 habitaciones, delicadamente restauradas, tienen techos de hasta siete metros de altura.
Las manos expertas de un grupo de terapistas locales están preparadas para restaurar cuerpo y espíritu de los huéspedes con técnicas que sólo se encuentran en el mundo maya. Ese mismo cuidado está presente en la cocina con ingredientes seleccionados de los jardines o de las costas y poblados cercanos.
Punta Laguna
La zona donde colindan los estados de Yucatán y Quintana Roo preserva mucho de su tradición maya y de su patrimonio natural y arqueológico. El área protegida es hogar del mono araña, el puma y el coatí (por mencionar algunas especies); además, en las poblaciones pueden conocerse los talleres artesanales de bordado.
Al contratar a un guía, el visitante siente que está explorando la región como lo hicieran los primeros arqueólogos: detectar montículos del periodo Clásico entre la vegetación, reconocer el canto de las aves, no dejarse amedrentar por el aullido de los monos saraguatos o nadar en un cenote virgen son algunas de las satisfacciones que ofrece una excursión hasta aquí.
Sisal
La apacibilidad del puerto de Sisal hace difícil imaginar la importancia que tuvo durante el apogeo del henequén. De hecho, su nombre designa en inglés a esta fibra. Si bien su faro fue inaugurado en 1845, el fuerte de Santiago fue construido durante la Colonia; el lugar ha estado activo desde la época prehispánica gracias a la pesca y el comercio marítimo. En la actualidad se pueden visitar el muelle, la ciénaga con sus impresionantes mangles o el mirador, además del modesto museo en el edificio de la antigua aduana.
De aquí se pueden organizar paseos para pescar o ver las colonias de flamencos rosados, o bien, simplemente disfrutar el paso del tiempo en la playa, comiendo mariscos (recomendamos El Comanche) o gozando el sol, por ejemplo, en el Club de Patos, que tiene un club de playa para quienes no se hospedan en el hotel.
Chichén Itzá
Esta zona arqueológica, la “boca del pozo de los itzáes”, o brujos del agua, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988 y es, sin lugar a dudas, uno de los polos de atracción turística más importantes de la región y del país: sus estructuras de grandes dimensiones comparten el espacio con una serie de cenotes.
La antigua ciudad, fundada en 525 d. C., coexistió con otros centros urbanos de la región como Ek Balam, Izamal, Motul, T’Ho —la actual Mérida— y Champotón. Tanto el conquistador Francisco de Montejo como el fraile Diego de Landa quedaron impresionados por la visita a Chichen Itzá y su tzompantli, por el juego de pelota, el Templo de las Monjas y el de Kukulcán —deidad semejante a la serpiente emplumada de la cultura mexica—.
Este último es una obra fuera de serie, ya que en el equinoccio de primavera se puede ver un fenómeno único en el mundo: las sombras de las escalinatas se proyectan de tal manera que semejan una serpiente emplumada descendiendo por ella. Por su parte, el cenote sagrado tiene una larga historia como centro ceremonial, además de ser el epicentro de la investigación de un sinnúmero de mayólogos contemporáneos, dedicados a entender la relación de este pueblo con el agua y con la muerte. La recomendación es llegar lo más temprano posible.
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