Praga es gótica, romántica, bohemia y melancólica. Sobrevivió a la guerra y a la ocupación de los nazis. Y fue el punto en la tierra donde nació Franz Kafka, ese escritor atormentado por la tuberculosis –y los malos tratos de su padre– que, al morir, dejó una máxima en su testamento: la destrucción de toda su obra.
Kafka era judío, escribía en alemán (a pesar de ser de República Checa) y aunque se le conocieron diversos amoríos, nunca se casó. También hizo muchísimas cartas y relatos cortos, pero tristemente la mayoría quedaron incompletos. Estos texto son una joya, sin duda, pero según él, no eran lo suficientemente buenos.
Franz, el insecto
Ignorando su última petición, el mejor amigo de Kafka, Max Brod, se dio a la tarea de compilar los relatos y darles final. Gracias a ello podemos disfrutar de títulos como Carta al padre, La condena, Ante la ley, El Castillo y, por supuesto, La metamorfosis, novela onírica que retrata de los miedos silenciados, la opresión y las dolorosas circunstancias de Gregorio Samsa, el desventurado comerciante que un día cualquiera amaneció en forma de insecto gigante y horripilante.
Y como nos encanta Praga y Kafka, reunimos esos rincones emblemáticos en donde uno puede imaginar y conocer la cotidianidad que tuvo el autor existencialista durante su vida.
Primero habría que empezar por la casa de Kafka en Praga. Esta residencia se ubica en el número 5 de la calle U Radnice, cerca de la Plaza de la Ciudad Vieja. Ahí, en los muros hay una placa que recuerda los años en los que el autor vivió. (Hay que recordar que el edificio original se quemó y sólo se salvó el portón).
De paso por la zona, vale la pena recorrer cada rincón de la Plaza, especialmente en la noche para admirar, por ejemplo, el Reloj Astronómico, que está en la torre del Ayuntamiento (cuenta la leyenda que para evitar una copia de este “milagro mecánico”, dejaron ciego al maestro relojero). Desde dicha torre de sesenta metros de altura se puede corroborar por qué Praga es llamada la “ciudad de las cien torres”.
De igual manera, resulta imprescindible recorrer El Castillo de Praga, que sirvió como inspiración para las obras El Castillo y El proceso. En esta fortaleza (la más grande del mundo) se pueden admirar bellísimos palacios y edificios conectados.
Muy cerca de ahí, en el número 22 de la Callejuela del Oro, Franz vivió una temporada. En esta arteria abundan casitas de colores y locales de artesanos. Si van en busca de una aventura medieval, pueden explorar alguna de las tiendas de armas para disparar una ballesta.
En cuanto a los cafés, hay que ir a Slavia, en donde se conjuga la literatura, la vida intelectual y decenas de bocadillos deliciosos. El lugar, decorado con murales art déco, cuenta con grandes ventanales y una que otra obra de arte. Si tienen la suerte de encontrarse al pianista –y si se atreven a hacer la petición–, puede complacerlos con una canción.
En Café Louvre, donde además de Kafka se dice que asistía Albert Einstein, se puede almorzar, cenar, jugar billar o echarse cualquier otra partida de mesa. Hoy en día este establecimiento evoca la nostalgia de aquella República Checoslovaca que se ha perdido en el tiempo. Después de todo, el lugar permaneció cerrado unos 40 años tras el golpe de estado.
También se puede visitar el Monumento a Franz Kafka (una escultura de bronce del artista checo Jaroslav Róna) o el Franz Kafka Museum donde se albergan la mayoría de las primeras ediciones del escritor (cartas, manuscritos y sus diarios), así como fotografías y dibujos inéditos.
En general, Praga es un destino que siempre viene bien. Ya sea de interés gastronómico, arquitectónico, de arte o cultura, esta ciudad cuenta con opciones para todos los gustos y bolsillos.
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