Era el año de 1901, y George Herbet, quinto conde de Carnarvon, sufrió un accidente automovilístico mientras se encontraba vacacionando en Alemania. A raíz de eso, y dado que nunca logró reponerse completamente, sus doctores le aconsejaron pasar los inviernos fuera de Inglaterra, en algún lugar con temperaturas más cálidas.
Entre las sugerencias que le hicieron los médicos, el conde escogió Egipto. El territorio era considerablemente más caluroso que Gran Bretaña, era parte del Imperio Británico, y seguía estando razonablemente cerca de Europa. A partir de entonces, Lord Carnarvon y su esposa, Lady Almina Wombwell, comenzaron a pasar los inviernos en el antiguo país de los faraones, y no pasó mucho tiempo para que el aristócrata se interesara por la antigua cultura de aquel país.
La moda de Egipto y un Valle vacío
A partir de la campaña que Napoleón había conducido en Egipto entre 1798 y 1801 —y de los numerosos tesoros arqueológicos que había llevado a París para ser expuestos en el Louvre—, el interés por la antigua cultura de Egipto había cautivado la imaginación de gran parte de Europa. Nuevas expediciones partían continuamente de Francia, Inglaterra, Prusia, Italia, o incluso de los Estados Unidos, en busca de tesoros y tumbas perdidas, y no se necesitaba ser un egiptólogo experto para formar parte de este frenesí.
De esta manera, Lord Carnarvon comenzó entonces a financiar en 1907 algunas excavaciones cerca de Tebas. Gracias a su matrimonio con Almina (quien se rumora era hija ilegítima del millonario banquero Alfredo de Rothschild), el aristócrata se había hecho de una considerable fortuna, y no tuvo problema en patrocinar el equipo liderado por el arqueólogo y egiptólogo inglés Howard Carter.
Tras un lustro de trabajos, el dúo incluso publicó el libro Exploración de cinco años en Tebas en 1912. Sin embargo, ese mismo año, el famoso arqueólogo estadounidense Theodore M. Davis sugirió que el Valle de los Reyes (famoso por albergar numerosas tumbas de faraones de las dinastías XVIII, XIX y XX) había sido agotado tras su descubrimiento de la tumba del faraón Horemheb. Convencido de su hipótesis, Davis incluso renunció a la concesión que tenía, y la cual le había sido dada por el gobierno egipcio, para excavar en el Valle.
‘He hecho un magnífico descubrimiento’
Con la concesión para escarbar en el Valle de los Reyes repentinamente liberada, lord Carnarvon y Howard Carter no dudaron en hacerse de ella. ¿Su objetivo? Hallar la tumba de un faraón menor cuyo nombre había sido encontrado por Davis en una vasija unos años antes: Tut-Ankh-Amun. Sin embargo, y tras una carrera que incluía el descubrimiento de 30 tumbas en 12 años, Davis estaba seguro que ese entierro correspondía al mismo que al de Horemheb y no quedaba nada por desenterrar en el famoso Valle.
Carter encabezó la nueva campaña, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a interrumpirla. Cuando el conflicto terminó, en 1918, la excavación pudo continuar, pero la sentencia de Davis parecía ensombrecer sus esfuerzos, y en cuatro años apenas y habían encontrado algo de interés. Bastante desanimado, Lord Canavon afirmó en 1922 que ese sería el último año en el que patrocinaría los trabajos de excavación y regresó a Londres.
Determinado a no perder la esperanza, Carter decidió seguir excavando y, encontrándose cerca de la tumba de Ramsés VI, su atención recayó en los restos de antiguas viviendas de obreros que se encontraban cerca. El arqueólogo reflexionó sobre estas construcciones en apariencia insignificantes, y decidió excavar justamente debajo de ellas, pues pensó que su presencia podría indicar algo más. Algo que justamente esos obreros hubieran construido.
No pasó mucho tiempo y, los trabajadores de Carter encontraron un escalón tallado en piedra. Luego otro y otro y otro. Catorce peldaños después, dieron con una puerta. El inglés no podía creer lo que estaba viendo, la puerta estaba sellada. Al instante, mandó un telegrama a Londres para lord Carnarvon: ‘He hecho un magnífico descubrimiento. Puerta con sellos intactos. Cerré todo a su espera. ¡Felicitaciones!’.
La tumba de Tutankamon
Tras leer el mensaje, Lord Carnarvon tomó el primer barco que encontró a Egipto. Mientras tanto, Carter se había tomado el tiempo de analizar los sellos de la tumba. Sin duda alguna, uno era el del faraón Tut-Ankh-Amun (también conocido como Tutankamon). Sin embargo, a su lado se encontraba otro: un chacal con nueve prisioneros; el guardián de la ciudad de los muertos. La presencia de estos jeroglíficos significaba, por un lado, que la tumba en efecto pertenecía al joven y desconocido faraón, pero por el otro, que había sido abierta y luego vuelta a cerrar por los sacerdotes. ¿Encontrarían entonces otra tumba saqueada y vacía? De cualquier manera, la última persona que había entrado lo había hecho hacía al menos tres mil años.
Lord Carnarvon llegó el 23 de noviembre acompañado de su hija, y los sellos fueron finalmente rotos. Frente a sus ojos apareció una cámara larga llena de arena, piedras, tepalcates y algunas copas de alabastro rotas. Otra prueba de que la tumba había sido visitada por ladrones. No obstante, había algo más, al final del espacio, había otra puerta, también sellada con el sello real del faraón.
‘Veo cosas maravillosas’
Tres días se tardaron en limpiar la cámara, y entonces procedieron a romper el sello de la segunda puerta. Con una barra de hierro, Carter comenzó a golpearla hasta que logró hacerle un agujero por el que cupiera su mano y una vela. Lord Carnarvon le preguntó si veía algo y entonces el arqueólogo respondió: ‘Sí, cosas maravillosas’.
Al comprobar que no estaba vacía, se tuvo entonces que dar aviso al Departamento Egipcio de Antigüedades, y la apertura de la tumba se pospuso hasta que un representante del gobierno hubiese llegado.
Finalmente, el 29 de noviembre de 1992, la tumba del faraón fue oficialmente abierta. Cientos de objetos, todos amontonados y desordenados, resplandecían reflejando el brillo de la luz que los iluminaba por primera vez en tres mil años. Cofres de madera preciosa, marfiles, literas doradas, lámparas, joyas, textiles, esculturas, copas y vasos de alabastro, se encontraban apilados en la cámara de cuatro metros de altura.
El hallazgo del siglo
Ante la magnitud del hallazgo, Carter solicitó la ayuda de otros equipos arqueológicos que se encontraban en el área, y para mediados de diciembre, comenzaron a remover los objetos de la tumba. Cada uno de ellos era cuidadosamente registrado antes de ser retirado, y fue hasta febrero de 1923 cuando ingresaron a la cámara mortuoria, ocupada casi en su totalidad por un inmenso mausoleo. En su interior, se escondían otros tres mausoleos, cada uno más pequeño que el otro, y dentro del más pequeño, finalmente apareció el primer sarcófago.
La momia del joven faraón había sido depositada dentro de tres sarcófagos. Los primeros dos habían sido tallados en madera que después había sido recubierta con hoja de oro, pero el último estaba realizado con oro macizo. Este último ataúd fue finalmente abierto el 28 de octubre de 1923. Dentro, apareció finalmente la momia de Tutankamon. Su rostro se encontraba cubierto con una máscara, también de oro, decorada con incrustaciones de lapislázuli, cuarzo, obsidiana y turquesa, que retrataba el rostro juvenil del faraón que falleció cuando tenía tan solo 19 años.
El descubrimiento le dio la vuelta al mundo. Periódicos de toda Europa y Norteamérica comentaron ampliamente el hallazgo de la primera tumba de un faraón del Egipto antiguo con un tesoro. Además, y dado que el proceso de abrir, inspeccionar, retratar e investigar las cuatro cámaras que componían la tumba tomaba mucho tiempo, continuamente se reportaban las novedades. Más aún, el repentino fallecimiento de Lord Carnarvon en 1923 a causa de una neumonía fue intensamente reportado, y la leyenda de la maldición de la momia ganó fama mundial.
El tesoro más famoso de Egipto
La tumba tardó ocho años en ser vaciada, y el último objeto fue finalmente removido el 10 de noviembre de 1930. Dada la importancia del hallazgo, y a diferencia de muchos de los tesoros hallados en el siglo XIX, los cerca de 5000 objetos que fueron encontrados dentro de la tumba de Tutankamon permanecieron dentro de Egipto, y fueron enviados al famoso Museo Egipcio de El Cairo.
En el transcurso de los casi cien años que han pasado desde el descubrimiento de su tumba, Tutankamon se ha convertido en el embajador más popular de Egipto. Muchos de sus tesoros han recorrido el mundo y han sido vistos por millones de personas. Sin embargo, la gran mayoría permaneció en el segundo piso del antiguo museo cairota, hasta que en abril del 2021, fueron trasladados en medio de un gran desfile a la que será su nueva casa: el nuevo Gran Museo Egipcio.
Acompañado de los restos de otros 17 reyes y 4 reinas, la momia de Tutankamon fue escoltada a lo largo de 20 km hasta el nuevo recinto que, cuando abra sus puertas, se convertirá en hogar final de descanso de los faraones que a lo largo de la historia han cautivado la imaginación de todo Occidente.