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El Canto de Vaquería colombiano

Los vaqueros de los Llanos Orientales en Colombia, cantan, tocan el arpa y zapatean para que su cultura no desaparezca.

POR: Diego Parás

La primera vez que vi a un vaquero del llano colombiano, montaba un caballo. “El llanero siempre tiene en su mente cantarle a la naturaleza, cantarle al ganado y al caballo. Yo no hallo un llanero sin caballo (toca un acordeón en la guitarra), es su otro yo, su más fiel amigo”, nos dijo Don Pedro Nel Suárez para introducirnos a los cantos de vaquería, parte fundamental de la cultura de los Llanos Orientales (entre la cordillera de los Andes en Colombia y la Amazonía en Venezuela) declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, con el pequeño gran asterisco de “requiere medidas urgentes de salvaguardia”. 

Recomendamos escuchar esta canción del álbum En Armonías Colombianas de Palo Cruza’o para transportarse a los Llanos Orientales mientras leen la nota:

 



Para ordeñar, las mujeres le cantan a la vaca una tonada suave para irla llamando, para que se haga mansa y se deje trabajar. El canto de cabrestero es cuando se arrea el ganado; el caporal (líder de los vaqueros) va al frente mientras alguien más se queda detrás del ganado; más que un canto es una conversación entonada, un grito, un eco por el que se comunican lo que está pasando. Los cantos de arreo o japeo son los que usan quienes van al final para impulsar a las vacas a seguir caminando.

Anteriormente, se le cantaba de 800 a 2000 cabezas a lo largo de más de 1000 kilómetros de llano virgen en jornadas que tomaban más de un mes. Por las noches, los vaqueros acampaban y entonaban a las vacas dormidas los cantos de vela para que no temieran, para que supieran que estaban acompañadas. Mientras en los llanos la música está limitada a los cantos; ésta se vuelve mucho más elaborada en los pueblos y ciudades: las cuerdas de guitarras, violines, la bandola llanera y el arpa (que sería imposible cargar en el campo) consolidan a toda una cultura. “Hoy en día las costumbres llaneras se han ido acabando un poco, el ganado lo traen en camiones y lo arrean en motos”, dice entristecido don Pedro Nel Suárez, montado sobre su caballo blanco, con sombrero café, camisa azul, pantalón corto y —contrario al estereotipo— con sandalias. El vaquero colombiano no usa botas, calza una especie de alpargata que ocupa, además de para montar y cruzar ríos en el campo, para bailar, para zapatear. Entre el zapateo y el arpa, bien podría ser comparado con el son jarocho.

La segunda vez que vi un vaquero del llano fue en Bogotá. No estaba montado en un caballo, pero seguía siendo vaquero. Zapateaba uniformado en su liquiliqui (traje formal tradicional) y ondeaba su sombrero negro en las gradas del auditorio Fabio Lozano en el primer día del Festival Colombia al Parque, un espacio para la riqueza de las tradiciones musicales colombianas y su diálogo con las tendencias contemporáneas. Mientras analizaba las gradas llenas de color, vi cómo las cámaras de los medios enfocaron al joven vaquero que invitó a alguien a bailar. Palo Cruza’o (Premio Grammy Latino en la categoría de mejor álbum folclórico del 2016) tocaba en el escenario. La gente aplaudía. El pequeño gran asterisco que tiene la cultura llanera de “requiere medidas urgentes de salvaguardia” se borró por un día.

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