Atormentado por una insatisfacción constante y siempre en contra de las reglas convencionales, Paul Gauguin fue en busca del paraíso perdido; un lugar en donde la libertad no estuviese coartada –según él– por las rígidas reglas que había en la sociedad en la que vivía.
Dicho edén lo encontró en la meseta tahitiana de Taravao. Un espacio natural en el que las personas se regían por sus propias leyes. El francés, de 43 años, buscaba una nueva posibilidad de renacer como artista y darle un nuevo significado a su pintura. Quizá por eso en estos paisajes de la Polinesia Francesa pintó sus mejores trabajos y se convirtió en un referente de los movimientos vanguardistas de principios del Siglo XX.
Paul, el salvaje
Cuando dejó París en 1981, Paul no había vendido un solo cuadro, tampoco tenía demasiados aliados en el mundo del arte. Durante un breve periodo se hizo amigo de Vincent van Gogh, incluso pensaron en formar una sociedad artística, sin embargo, el temperamento de ambos los llevó a la enemistad. Y es que mientras Vincent se proclamaba realista, Gauguin afirmaba que la verdadera esencia del pintor no era lo que estaba frente a los ojos, sino la memoria.
El viaje que cambió el rumbo del arte
Apasionado por la belleza natural y el indigenismo de Tahití, Paul se enfocó en resaltarlo en creaciones como Jocosidad, La enfadada, El Cristo amarillo, El nacimiento, El caballo blanco y Mujeres de Tahití (una de las más importantes). Durante su vida, el pintor hizo varios viajes a la isla.
En una ocasión decidió quedarse ahí por dos años, tiempo suficiente para que se empapara de la cultura de los nativos y hallara inspiración en las playas de arena negra que encontró desperdigadas en el territorio, en las cumbres que rodean a la isla y en las lagunas ubicadas a las faldas de los volcanes.
Gracias a Gauguin, Tahití se hizo famoso. Actualmente esta isla en medio del océano Pacífico es uno de los destinos de lujo más inadvertidos e interesantes del planeta. Un territorio pequeño (cerca de Hawaii) que está lleno de patrimonios naturales y arqueológicos. Un sitio tan genuino, que años después de la muerte del pintor, sigue siendo ideal para desconectarse de todo.
El legado de Gauguin
A pesar de haber encontrado una voz propia en el arte (gracias a sus viajes), como muchos otros artistas, Paul Gauguin no fue famoso en vida. Su éxito llegó tras morir (en soledad y pobreza), de hecho durante su carrera vivió en tales circunstancias que sus pinturas y dibujos constantemente eran maltratados por roedores.
Hoy en día es uno de los pintores post-impresionistas más importantes de la época. No obstante, para muchos entusiastas de las biografías de los artistas, Paul suele ser visto con recelo debido a que se le asoció con menores de edad (entre 13 y 14 años), a quienes supuestamente solía contagiar de sífilis. Al respecto, el escritor Mario Vargas Llosa detalló su novela El paraíso en la otra esquina: “El amor estaba excluido de tu existencia, obstáculo insalvable para tu misión de artista, pues aburguesaba a los hombres”.
Con todo y las controversias que hay respecto a su existencia, sus obras y su Tahití siguen tan intactos e inmortales como cuando los pintó.
El tip
Gauguin escribió Noa, noa, las memorias de su viaje en Tahití.
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