Un (espectacular) viaje en kayak por el Gran Cañón
Los 2 300 kilómetros del Río Colorado cruzan el desierto de Arizona y Nevada.
POR: Diego Parás
Con más de 3 200 ríos catalogados como históricos, escénicos, recreativos y hogar de múltiples especies por parte del Inventario Nacional de Ríos de Estados Unidos, no sorprende que los estadounidenses acostumbren viajar corriente abajo, ya sea en cruceros, lanchas, balsas o kayaks.
Uno de los ríos más icónicos del país (y del mundo) es el Colorado. Este gigante de más de 2 300 kilómetros ha erosionado el desierto de Arizona y Nevada durante millones de años, lo que ha dado como resultado el espectacular Gran Cañón. Si bien hay muchas maneras de verlo —en helicóptero, sobre plataformas de cristal y a lo largo de cientos de caminatas—, no hay nada como disfrutarlo desde el agua.
En la mañana, un remolque con cinco kayaks transparentes transita por Las Vegas Strip y llama la atención de los transeúntes, quienes probablemente estén más cerca de terminar la noche que de dar inicio a un nuevo día. Nosotros, en cambio, nos dirigimos al río Colorado con la promesa de encontrar una cueva llena de agua color esmeralda.
Empezamos el recorrido en la ribera del lado de Arizona. Al otro lado del cañón, en Nevada, un borrego cimarrón nos ve fijamente. Cuando no estás acostumbrado a viajar por agua, hay muchas cosas que te sacan de tu zona de confort; para empezar, hay que hacerse a la idea de que te vas a mojar; en segundo lugar, hay que protegerse de dos soles, el del cielo y el que se refleja en el agua; por último, las distancias cobran una dimensión por completo distinta. La ruta de 6.4 kilómetros parece más larga con cada remada.
Comenzamos en un área abierta del cañón, donde el río es tan ancho que parece un lago rodeado de desierto. Conforme avanzamos, entramos a las partes más estrechas, con paredes de piedra que podrían ser edificios a cada lado. Siempre pegados a las orillas por disposición de las autoridades (viajar por agua tiene sus propias reglas), podemos ver en casi todo momento las piedras que se iluminan por los ondulantes rayos del sol, a veces a algunos centímetros de nosotros, otras a varios metros. Así de transparente es el agua.
El río Colorado también es frío. Hacemos una parada en una cueva con playa para hacer un pícnic, a casi un kilómetro de nuestro destino final. Aprovechamos el calor del desierto para soportar las bajas temperaturas del agua con un primer (y aventurado) clavado. Después del descanso, volvemos al kayak; de pronto, tras un recoveco aparece una pequeña cueva conocida como Emerald Cove, donde uno apenas cabría de pie.
Llegamos y el espectáculo aún no ha empezado, el color del agua es verde, pero todavía oscuro, apagado. Nos quedamos ahí, flotando, esperando, sin hacer mucho más que balancearnos con la leve corriente que entra y sale de la cueva. Finalmente, los rayos del sol hacen su entrada estelar. Las plantas del fondo reflejan la luz e inundan la cueva de un tono verde, casi fosforescente, que no podríamos presenciar si no estuviéramos a bordo de un kayak.
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Foto de portada: Ritta Trejo
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