Ojo de Liebre y San Ignacio. Las dos lagunas que componen el santuario de ballenas de El Vizcaíno son el sitio de reproducción y apareamiento más importante para la Ballena Gris del Pacífico Norte, una especie que hasta no tanto se encontraba casi extinta. La reserva tiene una extensión de poco más de 370 mil hectáreas y se compone, además de las lagunas, de los humedales, pantanos, dunas y extensiones de desierto que la rodean. ¿Lo mejor? Esta es tan sólo una parte de la Reserva de la Biósfera homónima, el área natural protegida más grande de todo el país.
Santuario de ballenas de El Vizcaíno
Ubicación: Baja California Sur
Fecha de inscripción: 1993
Categoría: Bien Natural
Historia
En 1993, la UNESCO inscribió al santuario de ballenas de El Vizcaíno dentro de su lista de sitios patrimonio mundial. Este reconocimiento fue la cumbre de una serie de esfuerzos para rescatar la población de ballenas que habían comenzado desde la década de los años 30, cuando prácticamente se encontraban al borde de la extinción.
Antes del descubrimiento del petróleo y la electricidad, la industria ballenera fue una de las más pujantes del mundo. Los cetáceos eran sumamente preciados gracias a que su grasa era la materia prima para producir el entonces mundialmente famoso aceite de ballena. Con él se hacían los jabones y la margarina, y las lámparas de buena parte de Europa y los Estados Unidos lo utilizaban para alumbrar los hogares y calles. Moby Dick, uno de los libros clásicos de la literatura occidental, sucede justamente a bordo de uno de estos barcos balleneros, y lo cierto es que la caza de ballenas llegó a su momento más alto en el siglo XIX.
Afortunadamente, para finales del siglo XIX y principios del XX, el petróleo y los aceites vegetales reemplazaron rápidamente al aceite de ballena, pero el daño ya había sido hecho. La cacería intensiva había orillado a estos animales casi a la extinción, y fue entonces cuando se comenzaron a hacer esfuerzos para su recuperación.
En 1937, México y los Estados Unidos firmaron el ‘Convenio para la protección de aves migratorias y mamíferos cinegéticos’, y en junio de 1949 el país se integró a la Comisión Ballenera Internacional, un organismo que busca regular la caza de cetáceos. Un par de decretos en los años setenta establecieron a las lagunas de Ojo de liebre y de San Ignacio como santuarios de ballenas, y en 1988 finalmente El Vizcaíno fue declarado como una reserva de la biósfera. Gracias a todos estos esfuerzos, la población de la ballena gris (la especie que llega a esta zona para reproducirse) se ha recuperado espectacularmente, y avistarlas es uno de los principales atractivos no sólo de Baja California Sur, sino de buena parte del Pacífico Mexicano.
Qué ver
Si bien el avistamiento de ballenas puede realizarse en varias latitudes del Pacífico mexicano (desde Los Cabos y hasta Puerto Vallarta), viajar a El Vizcaíno es una experiencia que no se puede superar. El santuario consta de dos lagunas, la de San Ignacio y la Ojo de Liebre, y en ambas hay organizaciones ecoturísticas que organizan recorridos en bote para observar ballenas de cerca.
Por sus condiciones geográficas, las lagunas son el lugar elegido por estos animales para aparearse y también para dar a luz, y por lo mismo ofrece la oportunidad de acercarse lo más posible a ellos. Contrario a las opciones que existen en destinos desarrollados como Cabo San Lucas, Punta Mita o Mazatlán, El Vizcaíno ofrece una experiencia total de inmersión en la naturaleza de la península de Baja California, atravesando el desierto y adentrándose en algunos de los parajes más biodiversos y vírgenes de todo el país.
Es importante notar que el santuario de ballenas de El Vizcaíno es sólo una parte de la reserva de la biósfera homónima, la cual tiene una extensión de aproximadamente dos millones de hectáreas. Además de las lagunas costeras, ésta incluye asimismo la Sierra de San Francisco (con sus espectaculares pinturas rupestres) y las planicies de las cuencas.
Cuándo ir
Aunque las ballenas llegan a las costas de Baja California desde diciembre, lo mejor para asegurar un avistamiento de ballenas exitoso es ir entre febrero y abril. Para entonces los ballenatos ya han crecido algo, se han acostumbrado a los botes, y son lo suficientemente curiosos como para incluso acercarse a los visitantes.
Cómo llegar
Para llegar a cualquiera de las dos lagunas es indispensable contar con automóvil. Ya sea que se vaya del sur de la península (Los Cabos, La Paz, Mulegé) o del norte (Tijuana, Ensenada, Rosarito), es necesario tomar la carretera transpeninsular. Las salidas tanto para la laguna Ojo de Liebre como para la de San Ignacio se encuentran sobre el tramo Guerrero Negro-Santa Rosalía. Desde La Paz, el trayecto es aproximadamente de entre 680 y 770 km, dependiendo de a qué laguna se vaya.
Dónde dormir
La población más cercana a la laguna Ojo de Liebre es Guerrero Negro, a poco menos de 40 km. En este poblado se pueden encontrar algunas opciones de hospedaje sencillo, y pernoctar ahí es una excelente oportunidad para también visitar las famosas salinas. Aunque por el otro lado, si se busca tener la experiencia total de contacto con la naturaleza, también es posible acampar en las inmediaciones de la laguna.
Para el caso de la laguna de San Ignacio, la mejor opción es pasar la noche en el pueblo homónimo, un pequeño y pintoresco asentamiento fundado por jesuitas en el siglo XVIII. El poblado se encuentra en las alrededores de un oasis en torno al cual ahora florecen palmeras datileras y pequeñas compañías locales de negocios ecoturísticos.
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