Al bajar por la serpenteante callecita empedrada de El Chorro, donde se dice que, por ahí de los 1540, el fraile franciscano Juan de San Miguel encontró un manantial y fundó San Miguel el Grande, cualquiera queda convencido de que San Miguel de Allende es la mejor pequeña ciudad del mundo, como hace poco decidieron los lectores de una conocida revista norteamericana. Entre la vegetación abundante, la pintoresca arquitectura colonial (real o reinterpretada), las fachadas pintadas de color ocre y rojo quemado, o los antiguos lavaderos del siglo XVIII a donde todavía llegan mujeres a tallar su ropa a mano, aquí la postal romántica y exótica del Old Mexico bien podría seguir vigente. Pero lo cierto es que, desde mediados del siglo pasado, a lo largo de décadas de esfuerzos tanto de conservación como de inversión y promoción, esta localidad enclavada en un valle apacible de Guanajuato está reinventando esa postal.
Un pueblo atípico
México es uno de los destinos de retiro más populares para extranjeros; San Miguel de Allende es su meca. El origen de esta migración se puede rastrear a finales de los 1930, cuando el tenor mexicano, convertido en estrella de Hollywood, Crescenciano Abel Exaltación de la Cruz José Francisco de Jesús Mojica Montenegro y Chavarín, mejor conocido como José Mojica, decidió volver al país y afincarse en San Miguel. Adquirió una villa del siglo XVII —hoy convertida en hotel— frente al Parque Benito Juárez y la bautizó como Granja Santa Mónica, recordando su viejo barrio angelino. Allí recibió a luminarias de la Época de Oro del cine mexicano y a estrellas internacionales. Mojica fue de los primeros en reconocer el potencial bohemio de San Miguel, y en buscar que el pueblo fuera declarado monumento, con ayuda del historiador Manuel Toussaint, quien había establecido los lineamientos de conservación para Taxco pocos años antes. Fundó en 1937 la sociedad de Amigos de San Miguel de Allende y ese mismo año ayudó al exiliado peruano Felipe Cossío del Pomar y al joven heredero y artista originario de Chicago, Stirling Dickinson, a crear la primera Escuela de Bellas Artes de la ciudad, en el antiguo Convento de las Monjas.
La escuela se concibió para recibir a estudiantes mexicanos, pero acabó atrayendo más a extranjeros, sobre todo después de la promoción que hizo Dickinson para incorporarse al G.I. Bill, una ley de beneficios para veteranos de guerra que se aprobó en Estados Unidos en 1944. En 1951, Dickinson y Cossío del Pomar decidieron crear su propia academia: el célebre Instituto Allende, con apoyo del antiguo gobernador de Guanajuato, Enrique Fernández Martínez, y su esposa estadounidense Nell Harris. En 1951, el Instituto Allende tomó la batuta cultural en San Miguel, ocupando la que fue residencia de don Manuel Tomás de la Canal en el siglo XVIII. Pronto se volvió el núcleo duro de la comunidad artística y de expatriados.
Si bien durante la primera mitad del siglo XX San Miguel no figuraba en las principales guías turísticas para extranjeros, las campañas promocionales de Dickinson y su interés en presentar a San Miguel como un destino “típicamente mexicano” por descubrir rindieron frutos en la segunda. A principios de los dosmil, la población extranjera en San Miguel de Allende alcanzaba más de 10% del total.
Además del influjo de extranjeros, la conservación y los reconocimientos de interés histórico y patrimonial han sido fundamentales para la transformación de este “pueblo típico” en un pueblo en realidad atípico, excepcional. San Miguel ha sido declarado “Pueblo Típico”, “Monumento Nacional”, “Pueblo Mágico” y “Patrimonio de la Humanidad”. Más allá del peso simbólico, estos nombramientos han generado recursos para infraestructura, mejoramiento de imagen y promoción turística, y asegurado la protección de joyas arquitectónicas como la Casa-Museo de Allende o la del Conde de la Canal, áreas naturales como el jardín botánico de El Charco del Ingenio y templos como el de La Concepción y el Oratorio de San Felipe Neri, la neogótica y pastelosa Parroquia de San Miguel Arcángel, o el extraordinario Santuario de Atotonilco.
Tradición, lujo, vanguardia: el patrimonio hotelero de San Miguel de Allende
Hasta 1940 no había en San Miguel ni un solo hotel, pero cuando la Unesco le otorgó su nombramiento de Patrimonio de la Humanidad en 2008, se había consolidado ya como un destino internacional de lujo. El hotel Sierra Nevada, que abrió sus puertas en 1952, fue uno de los primeros hospedajes en su categoría. Operado actualmente por el grupo Belmond, el hotel ocupa una serie de edificios coloniales, como la Casa Principal, la antigua residencia del arzobispado en el siglo XVI, y la Casa del Parque, un fuerte del siglo XVII y aduana de la época platera.
A su vez, en 2011, la cadena estadounidense Rosewood inauguró su impresionante propiedad inspirada en la arquitectura colonial de San Miguel de Allende, en los terrenos de lo que alguna vez había sido el histórico Hotel del Instituto Allende. Sus 67 amplias suites y 29 residencias de lujo presumen generosísimos balcones con vistas a los jardines que rodean todo el hotel, punteados por enormes agaves y colas de zorro. Si a eso le agregamos la atención intachable, quizá no haya mejor lugar en la ciudad para dejarse llevar, para escapar de todo. El hotel Dos Casas introdujo diseño contemporáneo en dos casonas coloniales.
En la última década, San Miguel ha recibido una camada nueva de hoteles dirigidos a un público más joven, con conciencia de diseño. El primero fue el Dos Casas. Concebido originalmente como una vivienda privada por el arquitecto y panadero Alberto Laposse, este singular alojamiento, miembro de Design Hotels, juntó dos casas coloniales del siglo XVIII y les dio nueva vida, combinando una sensación de cercanía y desenfado elegante con todas las comodidades y atenciones de un hotel de lujo. Otro atractivo indudable del Dos Casas es su oferta culinaria, repartida en dos experiencias muy distintas: Cumpanio –y sus panaderías retoño Panio–, que enaltece el amor por el pan y la cocina de confort, y Áperi, que con su enfoque en el producto y ánimo de experimentación cambió por completo el horizonte gastronómico de San Miguel.
A la incursión pionera del Dos Casas le siguieron otros, como el ultracontemporáneo Matilda, favorito de artistas y del fashion crowd; el colorido y cálido Hotel Amparo, el único en San Miguel con sello de Small Luxury Hotels, así como el reluciente Casa Hoyos, que ocupa una antigua casa de cambio en el centro, intervenida con audacia, estilo y humor por el despacho de interiorismo A-G Studio.
Cultura de diseño
Mucho se ha dicho de la tradición creativa de San Miguel y sus galerías de arte, que van de lo kitsch al filo de lo contemporáneo. Sin embargo, una de sus caras menos conocidas es su burbujeante cultura de diseño. Tras cerrar en 1991 la antigua fábrica textil de La Aurora, por iniciativa de algunos artistas extranjeros establecidos en el pueblo desde los años setenta, como Mary Rapp y DeWayne Youts, el edificio histórico se rescató y en 2004 se convirtió en un centro de arte y diseño, con estudios de artista, tiendas de decoración o antigüedades, talleres textiles o de cerámica y restaurantes.
Una versión más fresca de esa mezcla de tradición y sensibilidad contemporánea se encuentra en Mesón Hidalgo, una casa de huéspedes ideada por la interiorista Laura Kirar, quien reparte su tiempo entre San Miguel y Mérida. Esta antigua vecindad de la calle Hidalgo ahora ofrece tres habitaciones singulares –Chana, Juana y Su Hermana—, decoradas con patrones gráficos vibrantes, peculiares hallazgos de mercadillo y piezas únicas de mobiliario. Además, el Mesón es sede de una pequeña galería, una boutique de Carla Fernández, una joyería y una perfumería a cargo de Xinú. El hashtag oficial, #stayrevolutionary, se lee igual como un guiño a la historia del lugar que como una declaración de intenciones de un proyecto que quiere sacudir gustos y prejuicios estéticos.
Entre los talentos sanmigueleños que han encontrado lugar en Mesón Hidalgo está el recién reubicado Daniel Valero, un joven diseñador originario de Saltillo, quien después de pasar por Monterrey, París y la Ciudad de México decidió ubicar su marca de diseño contemporáneo artesanal Mestiz en San Miguel de Allende. Daniel ocupa un estudio que funciona a la vez como taller y showroom. Sus textiles saturados y cerámicas de tonos sacarinos viajan desde aquí hasta Copenhague, Bruselas o Miami, donde Daniel ha expuesto su trabajo en ferias y galerías. En pocos meses, San Miguel ya ha dejado huella en la obra de Daniel, quien por fin ha encontrado una fuente directa de color y simbolismo —cruces, conchas, mascarones, bichos— que, de las cornisas y nichos del pueblo, brincan a sus vasijas y tapices. “La primera vez que vine sentí una conexión con el lugar”, comparte Daniel. “Hay mucha gente a la que le pasa lo mismo; deciden quedarse a vivir aquí, y luego ya ven qué hacen.” Esa larga tradición de seducción, esa sensación de refugio creativo, es lo que hace a San Miguel de Allende un destino tan irresistible que, cada vez que uno lo visita, lo último que quiere hacer es irse.
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Mario Ballesteros @marioballe
Editor
Mario Ballesteros es director editorial de Travesías. Tiene demasiados intereses como para enumerarlos, pero viajar es uno de ellos. Fue director y curador en Archivo Diseño y Arquitectura, director editorial de la revista Domus, en su corta versión mexicana, y también uno de los editores de Quaderns, la revista del Colegio de Arquitectos de Cataluña.
María José Alós @mariajosealosestudio
Fotógrafa, videoasta y artista visual
Licenciada en Artes Visuales por la enpeg La Esmeralda, con estudios técnicos en la Escuela Activa de Fotografía, María José vive y trabaja en la Ciudad de México. Se desarrolla en el ámbito de la fotografía editorial, de teatro, comercial y documental principalmente. Fue coordinadora de Fotografía de la revista Valor Inmobiliario y Expansión Real Estate de 2018 a 2019. Ha sido docente y tutora en espacios como Laboratorio Arte Alameda, Centro de Cultura Digital y Centro Cultural Border.