Recorrido por Transilvania
Visitamos esta región rumana que tiene muchos más atractivos que el propio mito de Drácula.
POR: Mónica Isabel Pérez
Tengo un gancho de titanio amarrado a mi codo izquierdo. A un hueso llamado olécranon, para ser más exacta. Es un cable plateado muy delgado que ahora habita en mi cuerpo sin ningún propósito, pero que cuando fue instalado resultó un pequeño milagro. La historia de cómo llegó ahí es mucho menos interesante que el dispositivo mismo. Una noche, intentando ir de Cluj-Napoca a Budapest, me caí mientras corría buscando un tren en los andenes de la estación de Cluj-Napoca. Encontré el tren, pero mi codo se rompió.
Ante una cirugía inminente y sus subsecuentes sesiones de rehabilitación decidí quedarme un mes en la ciudad. “Estoy herida, debo quedarme un mes en Transilvania”, le dije a mis amigos y familia. Gracias a Drácula de Bram Stoker la idea sonaba tétrica y audaz. Pero sucedía lo contrario. Había descubierto paisajes fascinantes, buena comida, gente hospitalaria —y políglota—, ánimo para la fiesta y, además, que nunca nada era demasiado caro. Con esos ingredientes, quedarse ahí un mes (o más si es posible) es una decisión que cualquiera toma con mucha facilidad.
Sin rastro de vampiros
Cluj-Napoca es la capital histórica de Transilvania y, en la actualidad, es la segunda ciudad más importante de Rumania después de su capital, Bucarest, que se encuentra a diez horas en tren. Una de sus mayores cualidades es que en sus breves 179.5 kilómetros de superficie condensa a decenas de universidades que se han convertido en la primera opción de miles de estudiantes de todo Europa del Este que no pueden financiarse una estancia en Berlín. Así que la población es casi toda joven y pluricultural. Ante eso, esta viejísima ciudad que tiene registros históricos que datan del siglo II d. C. se ha convertido en una moderna miniurbe donde las tardes pasan placenteras en bares instalados en calles que han estado ahí desde la Edad Media.
Ahora, dos consejos: una vez que se ha comido suficiente mămăligă —un pan con textura de puré muy típico de Rumania que se come con crema agria y queso— hay que probar el pollo tierno al limón con risotto al betabel de Cabinet de Vin & Cocotte y beber la mayor cantidad de cocteles posibles en Joben Bistro, un bar de atmósfera steampunk que está —en diseño, calidad y servicio— a la altura de los mejores del mundo. Un tip más para la vida en Cluj: aunque es fácil transitarla a pie y su servicio de transporte es relativamente eficiente, vale la pena rentar un auto. Y es que su ubicación permite realizar algunos day trips valiosos.
Por ejemplo, un día puede visitarse la ciudadela histórica de Alba Iulia —construida a principios del siglo XVIII— que por su belleza y tranquilidad es uno de los destinos domingueros favoritos de las familias cluyenses. Para quien busca algo más aventurero, nada como un sábado en el mercado de pulgas del poblado vecino Târgu-Mureş donde los puestos de triques y ropa de segunda mano son monopolizados por los gitanos, con quienes hay que pasar un largo y divertido rato negociando los mejores precios. Hacer buenas compras es un proceso que exige varias horas, así que de vez en cuando hay que hacer escala en los puestos de salchichas fritas, café, cerveza y kürtöskalács, un pan dulce y crujiente en forma de espiral. Básico y delicioso.
La cuna de Drácula
Es posible andar por Transilvania sin mencionar nunca a los vampiros, que resultan muy prescindibles para los rumanos. Y es que para ellos, el único Drácula que ha existido es el príncipe de Valaquia: Vlad Drăculea, apodado Vlad Țepeș (Vlad el Empalador) porque el empalamiento era su método favorito para ejecutar a sus enemigos. Muy admirado, su historia es suficientemente fascinante como para confundirlo con un vampiro.
Vlad Drăculea nació en Sighișoara, una ciudadela medieval ubicada en los Cárpatos que se encuentra a cinco horas en tren de Cluj-Napoca. Considerada una de las ciudades mejor conservadas desde la Edad Media, es Patrimonio de la Humanidad desde 1999, así que es imperativo visitarla y recorrer sus calles coloridas y luminosas que nada tienen que ver con lo que el cine y la literatura han contado sobre Transilvania. Aun así, siempre será fácil encontrarse con algunos despistados que esperan ver montañas cubiertas con neblina de aspecto siniestro.
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