A Budapest lo define su magnífico río, el Danubio, que divide la ciudad imperial en dos. Estoy caminando a través del inmenso Puente de las Cadenas, construido en 1849 como el primer lazo permanente a través de estas misteriosas y rápidas aguas. Por un lado puedo ver la histórica y medieval Buda, con su castillo real, sus museos e iglesias barrocas, mientras que por el otro veo el centro de Pest, un paraíso de la opulenta arquitectura de la Belle Époque: la vida y el alma de esta vibrante metrópolis. Actualmente hay una nueva revolución en Budapest, un renacimiento vibrante que está transformando a la espléndida capital húngara, alguna vez conocida como el París de la Europa Central, en el destino más popular del continente.
Elige hospedarte en el Palacio Gresham con su suntuoso Art Nouveau, convertido hoy en un lujoso Four Seasons; o en el Corinthia Grand, un opulento palazzo amarillo pastel que inspiró la multipremiada película Gran Hotel Budapest. Otra opción es un b&b alternativo como el Brody House, cuyos huéspedes obtienen una membresía gratuita en su original club privado de arte; o degusta una rebanada del Budapest bohemio en la excéntrica Lavender House, cuyas habitaciones son obras de arte en sí mismas, pintadas por el propietario, Adam Szarvas.
Con Hungría fuera de la zona euro, todo es repentinamente más asequible, no sólo el alojamiento sino las salidas a cenar y las fiestas afterhours donde un coctel en un club sólo te costará un par de euros.
Lo bueno es que cada vez que regreso a Budapest hay algo nuevo. La cocina solía ser aburrida, una oferta insípida de Europa del Este pero ahora los foodies pueden elegir entre restaurantes gourmet con estrellas Michelin, que reinterpretan la cocina tradicional húngara, o los novedosos puestos callejeros y de food trucks.
La vida nocturna de Budapest durante mucho tiempo ha estado dominada por sus legendarios ruin pubs, increíbles lugares anárquicos que espontáneamente brotaron entre fábricas abandonadas y derruidas mansiones de finales de la era comunista. Pero hoy en día también hay decenas de elegantes winebars, perfectos para degustar los sorprendentes añejos de los viñedos húngaros, así que prepárate para descubrir mucho más que el famoso vino dulce Tokaj.
Ahora todos enloquecen con la moda de las cervezas artesanales, con cervecerías y bares de cerveza apareciendo por todas partes. Busca algunas de producción local como la James Brown Ale, Funky Monkey y Cortez, una original cerveza de maíz única que compite con la Corona en las cantinas mexicanas de la ciudad.
Incluso las icónicas aguas termales de Budapest, el pasatiempo favorito de los húngaros durante siglos, aunque un poco intimidantes y aburridas para el turista, tienen un cambio de imagen para ofrecer modernos tratamientos de spa, y en este viaje mi misión es unirme a los locales y comprobarlo.
Con una riqueza de aguas termales subterráneas, Budapest ha recurrido a los beneficios de los baños termales por más de dos milenios, construidos en un inicio por los romanos y después por los turcos otomanos que gobernaron aquí durante el siglo XVI. Pregunta a cualquier residente cuáles son sus baños favoritos y la respuesta será los colosales Baños Széchenyi que por afuera se asemejan a un palacio real barroco. Inaugurados hace un siglo y restaurados hoy para recuperar su antigua gloria, con arcos y columnas en amarillo pastel, brillantes mosaicos y vitrales Art Nouveau, los Széchenyi pueden ser un poco intimidantes en la primera visita.
Afortunadamente el inglés es ampliamente hablado y el amable personal —y los cientos de bañistas que los abarrotan cada día desde las seis de la mañana— no podrían ser más serviciales, explicando a los turistas sorprendidos cómo opera el complejo sistema de vestidores, la renta de toallas, el uso de gorras de natación obligatorias y cómo reservar el mejor masaje.
En el interior del laberíntico spa pruebo algunas de las docenas de diferentes piscinas termales, que van desde una refrescante de 18° hasta una cálida de 40°. Hay saunas y salas de vapor aromáticos, waterjets y gimnasia acuática pero termino por pasar la mayor parte del tiempo solo, remojándome en una de las tres piscinas gigantes al aire libre.
La temperatura de las piscinas es de 38° y siempre están llenas de gente, incluso durante el invierno, cuando las temperaturas gélidas hacen que las nubes de vapor se eleven. Todas las mañanas del año, un grupo de entusiastas del ajedrez organiza un torneo, jugando con el agua hasta el pecho, incluso si nieva.
Los baños más antiguos de la ciudad están en el lado de Buda, que fue fundada siglos antes que Pest, como los antiguos Baños Rudas y Kiraly, construidos en 1550 por el llamado Pasha de Buda, cuando este lado era parte del Imperio Otomano. Y al caminar a través del hammam de mármol hacia su tradicional piscina octagonal llena de vapor, con pequeños rayos de luz que se filtran por el techo en forma de domo, retrocedes en el tiempo a los días en que los turcos gobernaron gran parte de Europa.
Los baños más famosos de Buda se encuentran en el Hotel Gellért, lo que alguna vez fue el lugar más majestuoso, hogar de emperadores, reyes, millonarios y estrellas de cine de Hollywood que se encontraban de paso por aquí. Actualmente el hotel tiene una seria necesidad de renovación, pero los baños termales siguen siendo de los más espectaculares de la ciudad. Empiezo por relajarme en las calientes aguas termales de los baños individuales, con paredes decoradas con azulejos de color turquesa y fuentes decoradas en Art Nouveau con ángeles y el piso inundado de mosaicos.
Después de una ducha de agua fría me sumerjo en la piscina con techo de cristal estilo romano. Luego están las piscinas exteriores ubicadas en exuberantes jardines, pero que a diferencia de los Széchenyi, sólo abren en verano, cuando la gente más chic de la ciudad viene el fin de semana a presumir sus bronceados y bien formados cuerpos.
El efecto de consentirme un par de horas en los baños es totalmente relajante y la preparación adecuada para salir a turistear. Budapest no es el tipo de ciudad en la que necesitas planificar horas de caminata para ver museos, haciendo cola para ver exposiciones.
Para sumergirte en la gloriosa historia de la ciudad sólo dirígete a Buda y toma el funicular hasta el distrito del Castillo de Buda. Las vistas son espectaculares, aunque pocos visitantes se dan cuenta de que el castillo, que data del siglo XIII y que parece recién salido de una postal, fue reconstruido en 1945 después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial.
El distrito del Castillo de Buda alberga numerosos museos dedicados al pasado de los Habsburgo y la Iglesia gótica de Matías, que sin duda vale la pena visitar. Pero a pesar de sus hermosas calles adoquinadas, espesos bosques y mansiones medievales, Buda sufre por el exceso de puestos de souvenirs, mercados de falsos artesanos, y restaurantes turísticos que sirven platos caros de goulash sin ningún chiste.
Así que después del paseo camino rápidamente de vuelta cruzando el Puente de las Cadenas para descubrir los atractivos menos explorados de Pest. Muy por encima de los tejados está la Basílica de la Catedral de San Esteban, que como todo en Pest es relativamente moderna, terminada en 1906.
Caminando por la arbolada y amplia Avenida Andrassy, los Campos Elíseos de Budapest, me queda claro por qué rivalizó con París en la década de 1900, con su casa de ópera Belle Époque, la Academia de Música Liszt con su lujoso Art Nouveau y la Parizsi Nagyaruhaz, la primera tienda departamental de lujo de la ciudad.
Para descubrir un secreto escondido, toma el ascensor de Parizsi hacia el Salón Lotz, un café literario con brillantes candelabros de araña y extravagantes frescos en el techo, que todavía sirve un irresistible chocolate caliente y una deliciosa sachertorte.
Aunque Budapest es ideal para caminar, el transporte público también es excelente; todos deberían viajar en la histórica Línea 1 del metro, uno de los subterráneos más antiguos del mundo que ha permanecido sin cambios desde que se inauguró en 1896 y que ha sido declarada Patrimonio Mundial por la unesco. Tómalo hasta Hősök Tere —Plaza de los Héroes— que conmemora el Magyar Millenium, honrando a cada rey, santo y héroe nacional en una particular mezcla de Trafalgar Square y el Arco del Triunfo.
A ambos lados de la plaza se encuentra el Museo de Bellas Artes, de cuyas paredes cuelgan obras de grandes maestros, desde Brueghel hasta Da Vinci; también está el Palacio de las Artes, dedicado a exposiciones vanguardistas e instalaciones. Afortunadamente, también existe el encantador Parque Városliget, perfecto para relajarse con un picnic, un paseo en bote por el lago o un recorrido con una bicicleta rentada en alguno de los espacios de alquiler gratuito.
Después de haber visto los puntos turísticos, me dispongo a la seria tarea de registrar la deslumbrante revolución gastronómica de Budapest. La primera parada tiene que ser el mercado central, donde todo el mundo viene a hacer sus compras. Mientras todos los barrios de la ciudad tienen su propio mercado cubierto, nada se compara con el Gran Mercado, un inmenso edificio de ladrillo rojo que me deja noqueado (me recuerda al legendario mercado de La Boquería de Barcelona). Es simplemente un paraíso foodie.
El salón de vidrio y metal está lleno de compradores que abarrotan los cientos de puestos que ofrecen las sorprendentes especialidades de la gastronomía húngara; foie gras de ganso y de pato, paprika, champiñones y trufas silvestres, docenas de diferentes salchichas ahumadas Mangalica, las carpas arremolinadas en acuarios de vidrio y frascos multicolores de pepinillos, coliflor, tomates, ajo y letales chiles en vinagre. La planta superior del mercado está ocupada por bares estilo buffet que sirven comida casera tradicional húngara, y los pasillos están llenos de turistas devorando sopa goulash, o comiendo fozelek, un delicioso guiso de verduras, paprika y pollo asado; o halászlé, una sopa de pescado picante.
Lo nuevo en Budapest es que estos productos de alta calidad están siendo utilizados de forma muy original en restaurantes de la ciudad y en puestos de comida callejera. El hub de alta cocina está alrededor de la Basílica de San Esteban. La primera parada es el First Strudel House, cuyo chef trabaja teatralmente en una cocina abierta, transformando un sencillo strudel en creaciones saladas y dulces. Desde espárragos, espinacas y poros cremosos, hasta pollo picante o crema de queso en una pasta finísima aseguran que haya algo para todos los gustos y antojos.
Cocina húngara y productos ‘kilómetro cero’ locales están también en el menú del moderno Café Kor, donde puedes darte un festín de sopas originales elaboradas a partir de ajo fresco o fresa, seguido de enormes porciones de hígado de ganso con manzana o “lecsko” un delicioso ratatouille de pimientos rojos, paprika, tocino ahumado y cebollas. Justo al final de la misma calle se encuentra la mesa más popular de la ciudad, Wine Kitchen, que tiene un ambiente relajado tipo bistrot, pero cuenta con una estrella Michelin y con una carta de vinos espectacular de 200 añejos con 50 disponibles para degustar por copa.
Este es el momento de degustar los mejores vinos húngaros aunque tal vez no los más conocidos, como el Furmint blanco afrutado; el sorprendentemente Riesling, seco del lago Balatón, y el Eger Bull’s Blood, una potente mezcla de 13 uvas; esencialmente Merlot, Cabernet Franc y Chiraz; además del indígena Kekfrankos y Kadarka.
Gran parte del menú cambia todos los días, a partir de lo que el chef compra en el mercado, pero los platos que probé fueron excepcionales; foie gras de pato braseado con canela y cerezas; conejo asado jugoso, con romero y col agria; y pescado del lago a la parrilla en una cama de cremoso puré de chícharos.
A pocos minutos a pie del Gran Mercado, en el recientemente aburguesado barrio del Palacio, descubro un restaurante muy romántico en el tranquilo jardín del Palacio de Karolyi, que sirve el mejor goulash que probé en Budapest. No hay que esperar un gran plato de guisado de carne, ya que el auténtico goulash húngaro es en realidad una sopa.
Finalmente, llego al lugar del que todo el mundo habla, Élesztő. Originalmente era un taller de vidrio soplado industrial, Élesztő fue uno de los ruin pubs más antiguos, pero su nuevo propietario, Dani Bart, ha transformado el lugar en la dirección más popular de la ciudad. Todavía existe la decoración post-industrial marcada con pintura descascarada de las paredes y muebles de mercado. Pero hoy ha convertido a Élesztő en el lugar pionero de la cerveza artesanal, con 21 cervezas artesanales de barril, además tiene un stand de streetfood que sirve platos baratos y abundantes como morcilla con manzana, carne cocinada a fuego lento y rábano picante.
También hay un acogedor café para tomar chocolate caliente y pasteles, un bar de jugos saludables y la última innovación, un bar de cocteles a base de cerveza. Dirigido por el mixólogo Gabor Nemeth, que siempre remueve cocteles —nunca pienses en sacudir mezclas de cerveza— y ofrece creaciones como el Edén, una sorprendente combinación de jugo de limón, lavanda y jarabe de miel; o el Tanqueray, con una pizca de Bitters y el American Beauty Pale Ale, adornado con una pastilla de limón, trufa de chocolate, enebro y lúpulo. Algo sorprendente.
El barrio que combina todo lo que ofrece Budapest, cultura, compras, comida, bebida y vida nocturna, es el antiguo barrio judío. Con sus doradas torretas, la Gran Sinagoga, la más grande de Europa, y el contiguo Museo del Holocausto son algo que no se puede dejar de ver.
Dos calles largas, Dob y Kiraly, están llenas de tiendas de moda vintage como Retrock, mercados de pulgas anárquicos y galerías de arte. Haz una parada en los puestos callejeros como Bors Gazstrobar, una cocina que es un pequeño hoyo en la pared con una larga fila que serpentea por la calle, que sirve tentadores platos vegetarianos, una docena de diferentes sopas caseras y baguettes exóticas. También prueba el elegante y recientemente abierto winebar Etap, que sirve la versión húngara de las tapas.
Y no te pierdas la última tendencia, barberías tradicionales para hombres, donde se usa una navaja de afeitar tradicional y te rasura un barbero que parece un modelo masculino. En medio de las dos calles corre el Pasaje Gozsdu, una serie de patios abandonados que se unen, recientemente remodelados y convertidos en restaurantes de moda como Spiler, Cafe Vian, Blue Bird Cafe, DiVino que atraen a miles de fiesteros todas las noches de la semana hasta las primeras horas del día siguiente.
Empieza a explorar las estrechas calles laterales de Kertész, Kazinczy y Akácfa y descubrirás los laberínticos Ruin Pubs —Szimpla Kert, Local, Fogas haz— donde las pistas de baile atraen bandas gitanas en vivo con explosiva música Kletschmer. Una cerveza o vino cuestan sólo un euro, y si empiezas a probar el palinka, famoso pero letal brandy de frutas de Hungría, seguro no sabrás la hora en que vas a regresar a tu hotel. Pero eso es sólo parte de la diversión de un fin de semana en Budapest.