Antes, cuando uno pensaba en vacaciones, el desierto no estaba en las primeras opciones. Frente a la ilusión de visitar una playa paradisiaca, una ciudad vibrante, o una montaña, la idea de ir a ver un horizonte árido no sonaba tan tentadora. Pero al revisar la definición de la RAE, quizá este es un buen momento para reconsiderar; el famoso diccionario dice que es “lugar despoblado, solo, o en el que casi no hay gente”. Ahora que tenemos que evitar las aglomeraciones, un viaje ahí donde no hay nadie, suena bien. Eso, combinado con cielos en los que se pueden contemplar capas de estrellas, grandes enseñanzas acerca de nosotros mismos y de la naturaleza resiliente, convierten este paisaje en una gran posibilidad.
Y aunque para muchos el desierto no es más que extensiones infinitas de arena, en realidad este tipo de ecosistemas son espacios en los que hay una gran cantidad de cosas que ver. Son casi tan ricos como las selvas y los bosques tropicales, y nos ofrecen algo único, la posibilidad de realmente escuchar el silencio. Por otro lado ocupan el 25% de la superficie del planeta y, a lo largo de la historia, numerosas culturas los han habitado y construido sobre ellos espectaculares ciudades y monumentos.
Un mundo de cultura y civilizaciones
Muchas veces, para llegar a estos destino es necesario recorrer grandes distancias, y por lo tanto, suele haber un sentimiento de aventura y descubrimiento. El viaje está lleno de miedos que se tienen que superar, pero también de valentía. Por otra parte, una vez que uno llega las sorpresas se suman.
Aunque algunos los consideran como territorios de frontera, los desiertos también han sido el hogar de numerosas civilizaciones. Por solo mencionar algunos ejemplos podemos enumerar las líneas de Nazca en Perú, la legendaria ciudad de Tomboctú en Malí, y hasta la zona arqueológica de Paquimé al norte de México. Cada uno de estos sitio resguarda zonas de gran valor cultural, que se han conservado en excelentes condiciones gracias al clima árido y seco.
Un territorio de naturaleza, ¿y vegetación?
Probablemente haya pocos territorios más poéticos que los desiertos. En una época en la que vivimos inundados de imágenes e información, estos territorios ofrecen la posibilidad no sólo de desconectarnos, sino de estar rodeados de tranquilidad y silencio. Frente a la exuberancia de un bosque tropical, los páramos secos invitan a la contemplación y a la posibilidad de escucharnos y analizar la vida desde un lugar sano y lejano.
Ojo: el silencio y la calma no significa que no sean espectaculares. Cada uno tiene lo suyo, pero para contemplar cosas grandiosas vale la pena visitar, al menos una vez en la vida, las dunas blancas de Coahuila, las cavernas del cañón del antílope en Arizona, y el enorme monolito sagrado de Uluru, ahí en las profundidades de Australia.
Las plantas son otra gran atracción. Aunque hablar de vegetación en el desierto pudiese parecer un oxímoron, estos territorios albergan los ejemplos de vida más increíbles del planeta. De biznagas gigantes a sahuaros altísimos, estas especies han evolucionado y se han adaptado para sobrevivir. Además, sus flores (la única oportunidad que estas plantas tienen para reproducirse) parecen concentrar todos los colores que no hay en el territorio árido.
Desiertos en México
Más de la mitad del territorio mexicano se encuentra cubierto por desiertos: el de Chihuahua, el de Sonora, y el bajacaliforniano. En ellos es posible encontrar una oferta gastronómica y cultural que suele ser subestimada.
El desierto de Chihuahua es el más extenso de toda América del Norte y uno de los más biodiversos del mundo, mientras que el de Sonora resguarda los cráteres del Pinacate y el Gran desierto de Altar. Mientras tanto, la combinación del Mar de Cortés con el paisaje árido de Baja California le ofrecen a los viajeros la oportunidad de ver el mundo desde otra perspectiva. Esta sinfonía de nubes, agua, rocas y arena ers tan poderosa que en los últimos años ha atraído a varias de las cadenas hoteleras más exclusivas del mundo.
Por su parte, el antiguo territorio seri de Sonora, también en las costas del Golfo de California, resguarda la Isla Tiburón, mientras que Chihuahua alberga las Barrancas del Cobre, que superan en tamaño al Gran Cañón del Colorado. Así: pocos territorios pueden sorprender tanto como los desiertos.
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