La comida antes, durante y después de la pandemia ha hecho que mis días transcurran un poco más leves. La comida me alegra, me aligera. Si a ustedes también, acompáñenme a leer esta bonita historia.
Nadie, absolutamente nadie (ni Mhoni Vidente), se imaginó que el año pasado sería aquél en el que a todos nos cambiaría la vida. Yo aprendí, me enojé, medité, me abracé, grité, lloré, reí —poco, pero también reí—, solté, valoré, agradecí, bebí —mucho—, pero, sobre todo, comí. No aprendí a andar en bicicleta, pero siento que sobreviví más o menos bien a la pandemia. Todo lo que les voy a contar sucede en un depita de la Del Valle. (A lo mejor, después de leer esto, les darán ganas de contar su historia. Escríbanla. Les servirá de terapia. Es algo para contarles a sus nietos o, en mi caso, a los gatos que adopten mis gatos.)
Recuerdo aquel mes de febrero: tenía la agenda casi llena de eventos en la chinampa donde cocinaba. Después de cuatro años trabajando ahí, las cosas se comenzaban a ver estables. Había eventos grandes y cada vez más constantes. Para finales de mes, toda la operación se puso en pausa. Bórrenme el recuerdo de ese amargo amor. (Otro día platicamos de la transa que es esa chinampa.)
En marzo declararon la cuarentena en la Ciudad de México. ¿Recuerdan? Fue hace como veinte años. Yo seguía optimista. Creí que duraría eso: cuarenta días. Al declararse la cuarentena, hice lo propio. A diferencia del presidente, no conseguí un detente ni un escapulario de la virgencita —quizá me hubieran ayudado, ya es tarde para saber—, pero lo que sí hice fue comprar una caja de vino mexicano en Vinos Boutique. Entre mis favoritos estuvieron el tinto del Mogorcito, Torel y Juguette. No fueran a declarar ley seca y me quedara sin tema de conversación con mis gatos. Además del vino me compré unos libros. Mi favorito fue 24 horas de comida en la Ciudad de México.
También comencé a prepararme comida en casa. Estudié gastronomía, pero entre el trabajo y el ritmo de vida nunca me daba el tiempo para cocinar. Preocupada por los demás, me había olvidado de mí. Cocinar es un acto de amor, y qué mejor que amarnos a nosotros mismos. Los tianguis fueron cerrando, lo cual me hizo recurrir al súper a domicilio. Los proyectos que me salvaron en esos momentos: Huacalitos, Dilmun, No Es un Súper, Mercado el 100 e Ingredienta.
Yo seguía optimista porque #Gatell, pero al ver cómo las cosas no avanzaban, instituí el viernes de cerveza artesanal en la casa. Principia, Hércules, Cucapá, Falling Piano, Wendlandt y Cervecería Colima son unas cuantas de las que probé nomás. Trataba de pedir diferentes tipos, me armaba mis pequeñas catas y nunca anotaba nada, sólo las disfrutaba.
Poco a poco comencé a ver cómo algunos restaurantes implementaban el servicio a domicilio (todo empacado al vacío y listo para calentar). Caffé 18 ofrecía un menú de comida corrida para toda la semana. Lo pedí en esos momentos de desesperación e incertidumbre, y siempre me hizo sentir paz. También pedí de Merotoro, Contramar, Maizajo y Expendio de Maíz.
El 31 de mayo llegó una buena noticia a mi vida: abría Mi Compa Chava, un proyecto de Chava Orozco. Pedí unos ostiones y una tostada de pez sierra a la casa. Me sentí en la playa. Puse “La ladrona”, de Diego Verdaguer, a todo volumen; supongo que los vecinos me creían loca para ese entonces —lo estoy—. No me quedó de otra que fluir con la pandemia.
Mención especial a los héroes gastronómicos de la pandemia: los tacos. Mis preferidos: Los Picudos, Las Costillas, Baltazar, Los Parados, Orinoco, El Venadito. ¿Tortas heroicas? Las de La Suiza, de la calle Nebraska, Tortas Gigantes Sur 12, HM, Tortas Harry y Don Polo.
Conforme la pandemia avanzaba, abrían más y más dark kitchens. Entre las más cumplidoras, me topé con Dooriban, Pin-tó Thai, Bao Bao, Cocina ¡Rómpelo! Cuando se me acabaron los vinos, pedí en Vinos Chidos. Prueben el Henri Lurton, un nebbiolo que se volvió mi favorito. Ése lo acompañé con quesos de Lactography.
Homie Pizza fue otra de mis aperturas favoritas. Masa crujiente, buen queso. Mis recomendaciones: la Notorious Pig, la 4:20 (no lleva droguita, sólo salami, queso y miel) y, ya si son más clásicos, la Big Peppe, que es de champiñones y doble pepperoni. Abrieron muchas pizzerías durante la pandemia. No puedo decir que probé todas, pero sí le eché ganitas.
En enero cumplí años. Me sentía una sobreviviente. ¿Cuánto más podría faltar? Decidí celebrar en Migrante, restaurante que iba a abrir en marzo de 2020, pero, pues ya saben. Tuvieron que aplazarlo y establecieron el servicio a domicilio y las experiencias de cocina en casa, hasta que, finalmente, lograron la apertura formal en 2021. En Migrante me sentí muy apapachada, con “sana distancia”, obviamente.
Otros restaurantes nuevos en la ciudad que me motivaron a salir del encierro: Makan, un espacio de cocina de Singapur que me voló la cabeza —prueben sus noodles con pato— y Choza, cocina tailandesa que abre únicamente sábados y domingos. Lleguen temprano.
La ciudad, como nosotros, cambió. Algunos lugares cerraron y otros abrieron. Algunas dark kitchens ya tienen un local hecho y, a veces, derecho. (Mucho éxito a todos los que ya están de fijo en este nuevo mundo.) ¿Y ustedes? Desde lo más profundo de mi laptop les mando un abrazo. Por ahora, veamos para adelante, comamos rico, en casa, afuera, solos o acompañados. Aprendamos a vivir en la nueva Ciudad de México. La ciudad que la pandemia nos dejó.
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Yuls Suárez es una cocinera yucateca avecinada en la Ciudad de México. Le pone muchas ganas a todo lo que cocina, come y le toma fotos.
En el último año y medio, la pandemia sacudió el pulso de la Ciudad de México. Sin embargo, la nostalgia provocada por lo que cambió (o se perdió) con el tiempo se compensó con todo tipo de nuevas propuestas —desde espacios culturales emergentes hasta taquerías que promueven la vida de banqueta— y esos lugares de siempre que, irónicamente, apenas aprendimos a valorar. Mientras la ciudad va retomando el ritmo de a poco, cuatro colaboradores nos comparten sus vivencias pandémicas desde distintos ángulos.