Hace unas semanas, Hilton Hotels & Resorts nos invitó al Festival Internacional del Globo 2019, en León, Guanajuato, para volar en su globo aerostático y vivir de cerca uno de los eventos más espectaculares de México. Esta edición reunió a miles de asistentes que durante cuatro días, contemplaron o viajaron en 200 globos por demás artísticos. Entre las piezas estrafalarias que volaron este año pudimos observar un unicornio traído de Estados Unidos y hasta una bruja belga.
Hay que destacar que durante el festival los asistentes disfrutamos no sólo un desfile interminable de naves en el cielo, también hubo conciertos, campamentos estratégicamente ubicados y hasta paseos a la presa el Palote.
Algo para hacer una vez en la vida
Aunque experimentar el vacío del aire desde una canastilla de metal puede espantar a algunos, existe un grupo de aventureros que sabe que esta experiencia hay que vivirla al menos una vez en la vida. Un ejemplo lo pudimos contemplar en la edición número 15 del Festival Internacional del Globo, que todos los años se lleva a cabo en el Parque Metropolitano de León, Guanajuato. Estuvimos ahí el 15 de noviembre y vimos desde la madrugada a cientos de personas reunidas en un estacionamiento cuya única intención era (literalmente) volar.
Y es que en pleno siglo XXI sigue siendo increíble que un globo aerostático se eleve y flote gracias a la tensión que hay entre el aire frío del exterior y el aire caliente del interior. También es asombroso que mientras un quemador con gas de propano realiza este simple (pero complejo) fenómeno, un “piloto” tenga la difícil tarea de administrar el calor para subir o descender.
¿Cómo se siente?
En esta ocasión nos tocó ser tripulantes del globo de Hilton Hotels & Resorts, piloteado por el High Cirrus Crew de Louisiana. Desde hace un tiempo este equipo ha participado asiduamente en el festival, y es muy profesional. Durante el viaje, el piloto nos comentó que tras haber volado cinco años consecutivos sobre León, su nueva meta era conocer la Ciudad de México desde el aire. Quería ver en las alturas, el caos de la urbe y de sus más de 20 millones de habitantes.
Respecto al acto de subir en un globo podemos aclarar que la primera sensación no fue un jaloneo, de esos que nos hacen sentir cómo el estómago se va a la garganta, sino más bien un sentimiento apacible y extrañamente familiar. Hubo algo fascinante en eso de estar flotando sin rumbo fijo. El siguiente mito que desmentimos tenía que ver con los sonidos. Pensamos que los ruidos estarían protagonizados por un viento casi silencioso, pero en realidad la banda sonora fue el ladrido simultáneo de todos los perros de León que expresaron ruidosamente lo inquietante que era para ellos ver 200 naves en el cielo.
Ya en las alturas, más allá del paisaje, divisamos a policías saludándonos desde sus patrullas. A vendedores de tamales que dejaban a los clientes de lado para mirarnos desde el asfalto, a granjas de borregos y hasta autos que se frenaban para contemplar el espectáculo.
Después de 45 minutos, tiempo que nos tomó cruzar el área metropolitana de León, el piloto encontró un terreno que era propicio para nuestro aterrizaje. El hombre se dispuso a descender, y hay que reconocer que este último instante fue abrupto y accidentado. Abrazamos a lo que teníamos enfrente, cerramos los ojos y, sí todo resultó bien.
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