En tiempos prehispánicos, la Guerrero fue parte del magnífico barrio de Cuepopan. Más tarde fue Bellavista y luego, la Guerrero: hectáreas y hectáreas de naranjos, una vista digna de magnates porfirianos, como lo fue el arquitecto del Ángel de la Independencia Antonio Rivas Mercado, quien construyó allí su casa, una de las más caprichosas y hermosas que jamás se hayan edificado en la ciudad.
Después de haber estado años en total abandono, el gobierno de la ciudad comenzó su restauración y ahora está lista para recibir visitas. Fue así como decidimos visitar este sitio con los miembros de Club Travesías, quienes fueron guiados por Sergio Almazán, comunicador y escritor, quien se ha dedicado desde hace 20 años al periodismo cultural en radio y televisión. Siendo su pasión la ciudad, sus crónicas y personajes.
En la calle Héroes 45, en 2 mil metros cuadrados, Rivas Mercado construyó la mansión como su propio laboratorio arquitectónico. Ahí representó la arquitectura ecléctica o los que podrían ser todos sus caprichos artísticos. Una mezcla de elementos muy distintos en perfecta armonía: columnas dóricas, siete tipos de cantera, unas escaleras árabes, balaustradas renacentistas, piedra, ladrillo, maderas antiquísimas, más de 50 mil piezas de mosaicos encáusticos (recubiertos con cera), adornos góticos… Y su capricho mayor: Rivas Mercado situó la construcción a 45 grados y no a 90, o sea que no da a la calle. Algo rarísimo en aquellos tiempos.
Cuando uno visita esta casa se encuentra con detalles mínimos –hasta en las bisagras de las puertas– que reviven el fantasma de un arquitecto detallista y estético. Ahí deambulan también los fantasmas de una familia muy controversial: en esta casa creció Antonieta Rivas Mercado, hija del arquitecto y la primera mujer moderna mexicana: una artista, escritora y mecenas excéntrica, amante de Vasconcelos, defensora de los derechos de la mujer, conocida también por su trágico fin en Notre Dame.
Uno descubre la casa desde los detalles y las historias que se escuchan en la visitas guiadas que ofrecen. Por ejemplo, el rincón que dividía la recámara de Antonio –el doble de grande– de la de su esposa Matilde, con un reclinatorio donde rezaban mirando hacia la pared.
Historias como aquella en que Antonio Rivas Mercado, siendo director de la Academia de San Carlos, consiguió la beca con que Diego Rivera estudió pintura en Europa. Pocos años después, en la huelga de 1911, el mismo Rivera, con Orozco y más estudiantes, inspirados por el espíritu disidente del Dr. Atl, lo recibieron en la escuela y siguieron hasta su casa con gritos: “¡abajo la aplanadora!”, mientras le arrojaban tomates y huevos podridos. Acusaban a Rivas Mercado de no ser nacionalista.
Sin embargo, el arquitecto presumía elementos prehispánicos en su casa. Justo donde termina el recorrido, en la parte más alta de la casa, lo que fue su estudio al aire libre es una terraza con vista excepcional a la ciudad, rodeada por un pergolado y columnas que tienen motivos mayas en piedra, de los cuales todavía se alcanzan a ver unos totalmente originales.
Muchas partes de la casa son originales y, las que no, fueron restauradas con sumo detalle. La casa estuvo a punto de ser derrumbada después del 85, pero más bien se convirtió en terreno invadido. Aún así en los trabajos de restauración no se dejó nada a la imaginación.
Después del excepcional trabajo que hicieron con la casa queda ver cómo el proyecto evoluciona en relación a los vecinos. Ojalá que sea también un espacio que la comunidad de la colonia pueda reclamar como suyo, ya que lleva en los cimientos el más puro espíritu guerrero.
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