Destinos, México, Querétaro

La asombrosa Sierra Gorda

La base de la Sierra Gorda está en aprovechar la diversidad natural y vivir de ella.

POR: Redacción Travesías

Encontrarse con la Sierra Gorda por primera vez puede llegar a ser intimidante. En un momento estás en una carretera que te recuerda la magnitud del impacto del ser humano sobre la tierra, para después estar rodeado de una naturaleza intacta, cuya vegetación cambia radicalmente conforme asciendes y desciendes entre montes y valles.

Ubicada al norte del estado de Querétaro, la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda representa el área natural protegida más ecodiversa de México. Con una extensión de más de 3 800 km2, cerca de la tercera parte del estado, su inmensa diversidad natural y la convivencia con los habitantes la han llevado a formar parte del programa El Hombre y la Biosfera de la unesco. Estos sitios son definidos por la institución internacional como “una muestra de la biodiversidad del planeta y de cómo el hombre puede habitarla en forma sostenible”.

La base de la Sierra Gorda se encuentra justamente en el esfuerzo por aprovechar la diversidad natural y vivir de ella, sin que esto implique su destrucción. Por eso, el turismo responsable y respetuoso se ha convertido en un aliado natural para la economía sustentable local.

Para descubrir la convivencia entre el entorno y sus cien mil habitantes distribuidos en 638 comunidades, hace falta adentrarse en la sierra y conocer cómo es que funciona esta economía de la conservación que busca sacar a la población adelante, al mismo tiempo que se cuidan y respetan los recursos naturales. De esto se dio pronto cuenta Martha Isabel Ruiz Corso, una activista social que llegó a la Sierra Gorda con su familia para ya no irse.

Como parte de su proyecto de vida en pro del cuidado del medioambiente, la maestra Pati (como todo el mundo la conoce, sin que exista explicación sobre de dónde salió este nombre) creó el Grupo Ecológico Sierra Gorda, cuyo objetivo es formar “una cultura sustentable con nuevos valores cívicos, diversificando oportunidades alrededor de los servicios ecosistémicos y desarrollando nuevas capacidades para construir una economía de la conservación”.

Una mirada ecosocial

Puesto en las propias palabras de Pati, antes de que llegara a la sierra, más de 30 años atrás, la maestra de música jamás salía de casa sin sus tacones de punta y sin darse una buena arreglada frente al espejo. Sin embargo, un día decidió dejar el glamour a un lado para mudarse a la Sierra Gorda, tierra de origen de su marido.

Instalados en una pequeña casa en el cerro, Pati y su familia aprendieron lo que es regresar a las bases de la vivienda, así como lo experimentan la mayoría de los habitantes que se han instalado en las pequeñas localidades que salpican el terreno.

“Al principio no teníamos ni luz”, nos cuenta Pati. Recuerda aquellos tiempos como difíciles y de esfuerzo, pero también como una de las mejores experiencias para conectar con su familia y el entorno de forma responsable.

A través de la educación en casa que la misma Pati les impartió a sus dos hijos, Alberto y Mario, crecieron para enamorarse de la sierra y de la labor de impacto sostenible de la cual su madre es una aferrada convencida. No se trataba de vivir de manera primitiva, recuerda la directora del Grupo Ecológico Sierra Gorda.

El objetivo era, desde entonces, encontrar la forma de llevar una vida sustentable, respetando tanto la naturaleza como la comunidad. “Lo sustentable tiene que ser frugal, austero y autosuficiente”, explica.

Pero vivir de esta forma como núcleo familiar no era suficiente. Su interés era extender sus ideales hacia la sierra completa, invitando a locales y foráneos a experimentar el entorno con la misma conciencia y, por ende, disfrutarlo mucho más.

Bajo esta consideración, el Grupo Ecológico Sierra Gorda se compone de cuatro ejes elementales: educación ambiental, ruta del sabor, red de las artesanas y red de ecoalbergues comunitarios. También como parte de su estrategia de propagación se encuentran las actividades ecoturísticas que buscan ofrecer la oportunidad de explorar la región con conocimiento y responsabilidad. Es ahí donde nos adentramos a la naturaleza para experimentar en carne propia las diferentes facetas de la Sierra Gorda.

“El turismo me da miedo”, nos confesó Pati. Sin embargo, entiende que esta actividad representa un impulso económico esencial y que sí es posible hacer un turismo responsable que permita a los exploradores descubrir algo nuevo, sin necesidad de alterar el medioambiente. Esto lo entendimos también nosotros, después de cuatro días de expedición.

La sierra a pie

El recorrido inicia en la localidad de Cuatro Palos, desde donde es posible tener una de las mejores vistas de los valles y las montañas que los rodean. Una vez más la sierra nos sorprendió con su diversidad. Al alcanzar los 2 700 m s. n. m. de Cuatro Palos la temperatura descendió considerablemente. También el ambiente cambió de manera radical. Entre cactus y tierra roja, ahora se asomaban pinos y caobas recubiertos de musgo y heno.

Más del 70 % del territorio de la Reserva de la Biosfera Sierra Gorda es propiedad privada (el 27 % es comunal o ejidal y el 3 % restante federal). Por eso trabajar en conjunto con las comunidades locales se vuelve elemental. Si los terratenientes no protegen sus tierras y las conservan como áreas protegidas, nadie más podrá hacerlo.

En el caso de Cuatro Palos, organizaciones turísticas, como Sierra Gorda Ecotours crean alianzas a través de las cuales se abren senderos al público a cambio de un apoyo financiero. De esta manera es posible obtener ganancias de las tierras sin tener que entregarlas al cultivo o al pastoreo de ganado.

Aquí el sendero es breve, pero hace falta algo de esfuerzo y algunos jadeos hasta que el cuerpo se acostumbra a caminar. Nos tomó cerca de 40 minutos llegar a la cima. Una vez ahí, el regalo es el paisaje. Difícil de distinguir entre una cadena de cerros que parece no terminar, nuestro guía nos indicó dónde es que inicia la Sierra Gorda y dónde termina. En realidad es la imaginación la que nos permitió marcar las distancias.

Es también en Cuatro Palos donde nos encontramos por primera vez con el proyecto de los ecoalbergues. La comunidad es pequeña. Apenas se distinguen unas cuantas decenas de casitas. También hay un centro educativo que recibe a los niños del pueblo, más adelante tendrán que caminar a una población más grande para continuar con sus estudios.

Al lado contrario del mirador, otra caminata de diez minutos, se despliegan cuatro casitas de adobe. Orgullosas, dos mujeres nos explican cómo ellas mismas las construyeron. El trabajo les llevó entre tres y seis meses, aunque consideran que podrían ser mucho más rápidas si esto fuera su único trabajo.

Los espacios son sencillos. Cumplen justamente con su cometido de dar albergue a esos curiosos que buscan vivir una experiencia auténtica en la montaña, una estancia sencilla, gratificada por el entorno y las vistas de la naturaleza. El agua se recolecta de las lluvias y los baños son secos, a base de aserrín y ceniza.

Una y otra vez nuestro recorrido nos lleva a descubrir diferentes cabañas. Algunas se localizan en medio de la civilización, como las de Grupo Ecológico Sierra Gorda ubicadas, junto con sus oficinas, en el pueblo de Jalpan de Serra. Otras, están completamente sumergidas dentro de la espesa naturaleza.

Cada una de estas cabañas forma parte del ejido o de la propiedad privada de un terrateniente. Sin embargo, Grupo Ecológico Sierra Gorda ha creado alianzas para capacitar a los locales sobre cómo construir una cabaña con adobe y también cómo manejar el negocio de hospedaje. Básico es que la construcción se haga con productos que se encuentran en la localidad, ya que importar materia prima representa una forma de contaminación y se pierde la sustentabilidad del proyecto.

Además de la oportunidad de relajarse en estos espacios aislados, la actividad más atractiva es recorrer los senderos de la sierra. Se recomienda siempre estar acompañado de un guía para evitar perderse entre los caminos y, además, así apoyar la economía local. De este modo, en vez de pasear ganado se pasean turistas, procurando un menor impacto ambiental y generando microoperadores turísticos.

Pero también aquí es importante tener conciencia ambiental, ya que las masas terminan por dañar el medioambiente, tal es el caso del Puente de Dios. Este sendero no sólo es famoso por su paisaje y cascadas, sino por llevarte hacia uno de los puntos más transitados por guacamayas. El alto flujo de personas ha hecho que estas aves se sientan amenazadas y dejen de anidar en esta zona, por lo mismo también su población ha disminuido considerablemente. De ahí que la maestra Pati mencione su miedo al turismo. 

La ruta del sabor

Nuestro primer acercamiento con el proyecto social comenzó en la fonda Las Manzanitas. Típico de la zona, la señora Mary, así como otras tantas mujeres que habitan la sierra, aprovechó su buena mano en la cocina para crear un negocio propio. La Sierra Gorda queretana no es la excepción frente a una migración de hombres que dejan a sus familias para cruzar a Estados Unidos y desde ahí apoyar con dinero.

Atrás se quedan mujeres y niños que buscan la forma de generar ingresos en un lugar de poco desarrollo. Pero todos tienen que comer, y si el alimento llega ya preparado y a la mano será aún mejor recibido. Mary, como otras mujeres, instaló su pequeño anafre al borde de la carretera y comenzó a vender gorditas.

Como proyecto sustentable, Pati busca apoyar a la comunidad mas no solucionar sus problemas. La base consiste en ofrecer herramientas con las que puedan crecer. En el caso de los comedores, las mujeres asisten a talleres donde aprenden a construir sus propias casas a base de adobe, una mezcla que resulta de combinar paja con la arcilla natural del monte.

Entre el barro, las paredes están principalmente rellenas de botellas de cristal recicladas. Con algo de creatividad, las mismas botellas se convierten en decoración. Vimos diseños sencillos que iban desde ventanas de colores hasta flores de pétalos verdes.

Así, casi desde hace cinco años, Las Manzanitas ya no es sólo un puesto de carretera, sino un establecimiento formal, con buena cocina y suficientes mesas y sillas para alimentar al menos a 15 personas. A la fecha hay más de 30 comedores que se han beneficiado de los talleres de construcción.

Mientras que cada uno tiene su propio platillo estrella, el menú es muy local y, por lo mismo, similar entre un comedor y otro. Cerdo en salsa verde, frijoles, chicharrón prensado, queso en salsa, papas con chorizo, quesadillas (siempre con queso), gorditas (asadas y no fritas) son algunos de los platillos que se repiten.

Toribio, nuestro guía, nos explicó que cada uno de ellos tiene un lugar o una cocinera favoritos, y que por ello llevan a sus grupos específicamente a uno u otro comedor con mayor frecuencia. A nosotros nos tocó acercarnos más a Oralia Díaz Martínez, quien maneja el comedor Las Orquídeas junto con su esposo.

Oralia destaca entre las demás cocineras por su cecina al carbón (un imperdible) y por su creatividad. Toribio nos contó que le gusta poner a los comensales a prueba, presentándoles mezclas inesperadas. También a nosotros nos probó. Después de terminar la comida, con una mirada de niña traviesa, nos acercó un botecito de plástico que contenía un tipo de papilla.

La mezcla era dulce, similar a un puré de manzana pero en tono rojizo. Después de compararlo con guayaba y membrillo, y fracasar terriblemente en el intento de definir qué era lo que comíamos, Oralia confesó. Era puré de jitomate endulzado. Contrario a cómo suena, el sabor fue bastante recomendable.

Versión completa en edición impresa #195

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