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Los dos Augustes

Pasar una tarde inolvidable en París con dos Augustes: Rodin y Escoffier.

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Además de visitar la tumba de Napoléon en el apacible barrio de Los Inválidos otro atractivo imperdible es el Museo Rodin, en París. El museo está situado en un antiguo palacete que se construyó en 1732,  donde vivió el célebre escultor Auguste Rodin hasta su muerte en 1917. Rodin donó al Estado francés toda su obra de escultura, yesos y dibujos, además de su colección de antigüedades, por lo que el gobierno decidió convertir el edificio y sus jardines en un museo en su honor, que se inauguró en 1919.

Los jardines del Museo Rodin resguardan algunas de las obras maestras del escultor francés. Foto: Javier Belmont

La visita al Museo Rodin empieza por los preciosos jardines, donde se pueden admirar obras muy famosas, como El Pensador, El Beso, Las Puertas del Infierno, y algunas obras de su discípula y amante Camille Claudel. En el interior se expone el resto de la colección donada por Rodin, francamente espléndida.

Un detalle de la maestría de Auguste Rodin. Foto: Daniel Gregoire

Después de este paseo cultural, me encanta cruzar la calle para ir a comer delicioso en el otro Auguste, este en honor de Auguste Escoffier. Es uno de mis restaurantes favoritos, con un ambiente minimalista y una estrella Michelin. El chef Gaël Orieux, que trabajó en los mejores restaurantes de París, es un experto en todo lo que viene del mar, pero hay de todo en la carta, todo buenísimo.

El menú de mediodía es un hallazgo: por 39 euros se puede escoger entre dos entradas, dos platos fuertes y dos postres. Cuando lo probamos por primera vez, nos gustó tanto que decidimos volver al día siguiente a cenar.

El chef Gaël Orieux, del restaurante Auguste. Fotos: cortesía.

En la noche, el menu découverte de 90 euros es una sorpresa de seis tiempos: dos primeros, un pescado, una carne, queso y postre. No podía estar más delicioso y espectacular, de principio a fin. Después de los amusebouche,  comimos primero alubias con navajas y consomé de champiñones, seguidos de langostinos a la parrilla, ravioles de parmesano con espárragos de mar, aguacate y espuma yodada. Del mar, el callo de hacha con muselina de coliflor y cangrejos, y espuma de coco con tejas de tinta de calamar encima. Terminamos con una codorniz con caviar sobre pulpa de papa. El postre fue un soufflé de pistache con helado de queso de cabra.

Y los petit fours con el café, para cerrar una experiencia inolvidable, multiplicada por dos.

 
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