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De Levsha a Lenin: cartas desde Moscú

Arquitectura brutalista, mercados de antigüedades y recuerdos gastronómicos de la época soviética.

POR: Redacción Travesías

La idea de Moscú como un sitio lejano, imposible y aislado que retrataban las crónicas de la era soviética o la década de los noventa ha quedado atrás. Para bien, Moscú está cambiando. Entre el escenográfico centro de la ciudad y la periferia industrial, es fácil encontrar una mezcla perfecta entre el atractivo único de lo local y la intensidad cosmopolita de lo global. A través de un recorrido por los anillos concéntricos que dan forma a esta urbe, me propuse recapitular los lugares que a un año de estar viviendo y estudiando aquí me parecen más relevantes, aprovechando la excusa para descubrir otros menos convencionales.

La Lagunilla moscovita

Comienzo en el extremo norponiente de Moscú donde se encuentra Levsha, un mercado de antigüedades equivalente a la Lagunilla en la Ciudad de México. El mercado está en un terreno rodeado de torres de alta tensión, dondelos sábados y domingos, desde las cinco de la mañana, se desparraman sobre el piso de tierra puestos que venden toda clase de curiosidades.

En el mercado de Levsha venden todo tipo de antigüedades y curiosidades que esconden historias de la ciudad. Foto: Mikhail Grebenshchikov

Podríamos reescribir la historia completa de la ciudad a partir de los objetos que vamos encontrando en el camino:cámaras fotográficas Zenit (la competencia soviética de Leica), accesorios militares, discos viejos, celulares Nokia azules, fotografías, muebles. Para los extranjeros, cualquier cosa adornada con letras cirílicas adquiere un aire exótico. Le compro a un hombre sin camisa un reloj averiado de la mítica marca soviética Slava, que en ruso significa “gloria”, por 300 rublos (aproximadamente 100 pesos mexicanos) y sigo mi camino, sin saber a ciencia cierta qué hora es.

Pesos pesados, memorias del Hotel Leningradskaya

Regreso en tren a la estación Leningradsky, cruzando el MKAD (el Anillo Periférico de Moscú, inaugurado en 1961). A unos cuantos pasos del metro se encuentra el mítico Hotel Leningradskaya (hoy operado por Hilton), con 273 habitaciones que ocupan la más pequeña de las “Siete hermanas”, los rascacielos que Stalin mandó construir entre 1940 y 1950 con la intención de posicionar a Moscú como capital de talla mundial. Si bien durante el comunismo hoteles como éste formaban parte de una política activa de promoción turística, antes de la caída de la URSS los trámites de visa y el hermetismo del país ponían muchas trabas a los visitantes.

El Lobby Bar del hotel Leningradskaya. Foto: Mikhail Grebenshchikov

Dentro del hotel se encuentra un mítico bar de cocteles: el Lobby Lounge. Decido visitarlo esperando atestiguar una escena digna de James Bond, motivada por sus interiores de terciopelo rojo, mármol y candelabros dorados. Me recibe un camión de turistas a la entrada, un cenicero desbordante de colillas y una monumental puerta giratoria que no funciona. Cruzo el omnipresente detector de metales que hay en cada hotel moscovita y me adentro a un espacio que expresa ese contradictorio barroco socialista de la época de Stalin, donde las hoces y los martillos se labraban en mármol y se fundían en latón. Los meseros reparten club sándwiches a diestra y siniestra, y dos pantallas que exhiben peleas de box al centro del lugar terminan por aniquilar el glamour que imaginaba. Sin la ideología de por medio, los grandes edificios comunistas se han convertido en pequeñas escenografías donde a veces la banalidad de sus nuevos habitantes llega al punto que los caricaturiza.

Rastros de la Guerra Fría

El día siguiente me encuentro en la última parada de la línea morada del metro —al noroeste de la capital— con Mikhail Grebenshchikov, nuestro fotógrafo. Llueve. Vamos a visitar un submarino y un avión anfibio estacionados a las orillas del río en el parque Severnoye Tushino que forman parte del museo de la Marina de Guerra. La cruda realidad de un aparato de esa naturaleza, construido en 1973 y que dejó de operar en 2003, nos ofrece una experiencia de ciencia ficción, rodeados de maniquíes replicando las escenas cotidianas de los 78 tripulantes que vivían entre tubos, botones y misiles dentro de un submarino de 90 metros de largo. Somos los únicos en el sitio.

El submarino que forma parte del museo de la Marina de Guerra ofrece una experiencia de ciencia ficción. Foto: Mikhail Grebenshchikov

La experiencia es un tanto perversa, pero no deja de esconder una extraña belleza como muchos de los otros museos y monumentos de la ciudad dedicados a la guerra que, por la atención a la decoración y el dramatismo de su exhibición, sólo son comparables, a mi parecer, con las iglesias ortodoxas.

Extragrande

Parte de lo fascinante de Rusia es ver el contraste en la manera de construir sus ciudades, al pasar de una visión paternalista a un capitalismo salvaje, ofreciendo su propia definición de lo gigante. El mejor punto para apreciar esa tendencia en Moscú se encuentra en la cima de una pequeña colina en el parque Hodinskoe, creado en 2013 en el mismo sitio donde alguna vez operó el aeródromo Khodynka, de donde despegó el primer vuelo internacional ruso, en 1922. Desde ahí, junto a unos columpios donde una niña se balancea acrobáticamente, apreciamos sorprendidos un delirante paisaje en el cual un reluciente parque para hacer ejercicio se fusiona con inmensas torres en forma de electrodomésticos, una pequeña iglesia ortodoxa de aspecto milenario (que en realidad se construyó hace apenas cinco años) y Aviapark, el centro comercial más grande de Europa, con su pecera de 22.31 metros de altura, que cuenta con un récord Guinness.

El parque Hodinskoe se alza en el mismo sitio donde alguna vez operó el aeródromo Khodynka. Foto: Mikhail Grebenshchikov

Hielo seco, luces rojas, el lado hipster

En el otro extremo está Flacon, un antiguo complejo de fábricas que han sido transformadas en tiendas, oficinas, restaurantes, bares y galerías donde confluye una mezcla variada de tribus urbanas para ver y ser vistos. Además de tiendas de diseñadores locales y marcas internacionales, es común encontrar eventos especiales y pop-ups. El día de nuestra visita nos topamos con un mercado de productos veganos y otro de comida gourmet. En un escenario, un hombre con barba y gorro, que me recuerda a Ali-G, cantaba canciones de reggae para un público que bailaba entusiasta bajo la lluvia. Parece que la fórmula de pequeños locales hipsters en antiguos edificios industriales salpicados de arte urbano siempre funciona.

Flacon es un punto de reunión para los jóvenes creativos de la ciudad. Foto: Mikhail Grebenshchikov

Otro de los lugares en boga en Moscú es Dom Kul’tur, un restaurante-bar-tienda-centro cultural recientemente inaugurado, de la mano de Igor Podstreshny (famoso por Burger Heroes, un restaurante de hamburguesas con guarniciones exóticas, como quesos georgianos o compota de cerezas). Dom Kul’tur se encuentra sobre la calle Sretenka, repleta de restaurantes, bares e iglesias. El sitio concentra a la perfección la nueva estética moscovita: tubos fluorescentes como en el metro, mosaicos blancos, concreto aparente brutalista y terciopelo rojo como trasfondo a una oferta culinaria de muy alto nivel, que mezcla platillos típicos rusos con tendencias internacionales.

Además, cada fin de semana arman fiestas irreverentes que reúnen a la juventud cool moscovita. Después de cenar y tomar unos gin-tonics, los meseros retiraron las mesas y cubrieron las ventanas para arrancar con un concierto. El lugar se sumergió en hielo seco, luces rojas y música. En esta ocasión era una fiesta auspiciada por el Goethe Institut, con la artista Leila Akinyi, una cantante de hip hop afrofuturista de Colonia. En Moscú la noche no termina hasta que el último invitado se desvanece y comienza el día siguiente.

En Moscú la noche no termina hasta que el último invitado se desvanece y comienza el día siguiente. Foto: Mikhail Grebenshchikov

Sabores exsoviéticos

Cerca de Flacon encontramos uno de los mejores secretos culinarios de la ciudad: un mercado con locales de comida de Uzbekistán, ubicado a las orillas de la estación de trenes Savyelovskiy. Es fácil distinguir sus techos amarillos en el mapa. A nivel de calle podría ser el área de comida de un mercado mexicano o un conjunto de fondas. Comemos empanadas de cordero y una sopa estilo puchero acompañadas con té negro, por el mismo precio de una cerveza en cualquier hotel de Moscú. No es un sitio que acostumbra a recibir turistas. Los empleados nos atienden con curiosidad y la comida es francamente deliciosa.

La diversidad cultural de los 15 países que conformaban la Unión Soviética se encuentra aún en este tipo de lugares escondidos donde se reúnen las comunidades provenientes de esas nacionalidades.

Fotos: Mikhail Grebenshchikov

El mañana que imaginaban

Otra cosa que hay que ver en Moscú es su alucinante arquitectura brutalista, con tintes de nostalgia futurista. Se puede comenzar por Severnoye Chertanovo, un complejo residencial construido para los Juegos Olímpicos de 1980, cerca de la estación Chertanovskaya, en la línea gris al sur de la ciudad. A diferencia de los edificios de paneles prefabricados estandarizados con los que la Unión Soviética quiso dotar de viviendas a sus ciudadanos en una campaña de urbanización sin precedentes durante el mandato de Khrushchev, en los años sesenta, Severnoye Chertanovo es único. No hay otro distrito aquí que se le parezca. Sus grandes torres cristalizan un momento de optimismo tardío en que la vivienda debía promover la vida comunitaria y concebir un modelo de sociedad nueva.

Caminar entre estos edificios es como pasearse por el Gran Cañón de Colorado. Entre las torres de departamentos hay parques, un lago con bancas y un KFC. (Como nota curiosa, la cadena de pollo frito es toda una institución en Rusia. Abre 24 horas, vende cerveza y es frecuentada y celebrada por todos).

Anna Bulanova, una costurera local, posa frente a un colorido mural en Severnoye Chertanovo. Foto: Mikhail Grebenshchikov

Un buen final para ese paseo en el tiempo es el Museo de Arte Contemporáneo Garage, diseñado por Rem Koolhaas y OMA, que ocupa el esqueleto de concreto del antiguo restaurante soviético Vremena Goda, dentro del renovado parque Gorki (el mismo que inspiró la canción “Wind of Change” de The Scorpions y estuvo en ruinas en la década de los noventa,hasta que se recuperó en 2011 para volverse el más popular de Moscú). Cuando se inauguró en 2007, Garage ocupaba el garaje de camiones Bakhmetevsky, diseñado por Konstantin Melnikov en 1927, en donde ahora se encuentra el museo de la Tolerancia, y en 2015 se mudó a su nueva sede.

El museo tiene un excelente bar y restaurante, y mantiene una programación de muy alto nivel que lo ha posicionado como un referente a nivel mundial. (El año pasado expuso ahí el mexicano Damián Ortega.)

Foto: Mikhail Grebenshchikov

La punta del iceberg

Finalmente, Mikhail y yo llegamos al Mausoleo de Lenin, un edificio de mármol con forma de pirámide diseñado por Alexey Shchusev en el centro de la Plaza Roja, el corazón de la ciudad. No se permiten fotos, así que tendrán que creer lo que les voy a contar o comprobarlo ustedes mismos. Para entrar al Mausoleo no hay que hacer cita, sólo formarse en unos horarios determinados. Damos un paseo por las tumbas de los altos oficiales soviéticos junto al monumental muro rojo del Kremlin. Entramos al pequeño edificio, bajamos una escalera y nos sumergimos en una atmósfera de luz roja y sombras pronunciadas. Lenin flota en el centro al interior de un sarcófagodiseñado por Nikolai Tomsky, rodeado de guardias impecables que te piden avanzar. Es algo surreal, perturbante y, sin embargo, conmovedor. Me explota la cabeza de pensar en todo lo que ese pequeño sitio representa.

Aquí termina nuestra expedición, aunque la ciudad no cabe en una sola descripción. Me quedo con la idea de un cambio cultural y urbano que nos acerca a lo que antes parecía ser una leyenda lejana. Es cuestión de aventurarse y descubrir las rarezas que se esconden detrás de la ciudad extrema que es Moscú, de las cuales estas líneas no son más que una pequeña muestra.

Foto de portada: Mikhail Grebenshchikov.

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