Las pinceladas suaves, los paisajes armónicos y un manejo singular de la luz son los elementos que hacen único al Impresionismo; un movimiento artístico de inicios del siglo XX que revolucionó de mil maneras la forma de plasmar la realidad en un cuadro. Esta corriente (una de las más famosas del mundo) tuvo como hijos a Vincent van Gogh, a Gauguin, a Rembrandt y por supuesto a Monet.
Este último genio no solo fue uno de los seguidores más fieles de esta corriente (abocada a cambiar las líneas por la luz), sino que se le considera un artista importantísimo que gracias a su necesidad por retratar paisajes a diferentes horas del día dio grandes lecciones acerca de cómo se deben de pintar los claros y los oscuros. Su legado al mundo consta de obras imprescindibles como: Impresión, Sol naciente (1872), La terraza de Saint-Andresse (1867) o El estanque de Ninfeas (1899).
Y es precisamente gracias a El estanque de Ninfeas que nació la inspiración para hacer realidad los jardines de Monet; esos espacios verdes (llenos de flores, plantas silvestres y agua) que parecen salidos de un cuadro o de un libro de poesía del Romanticismo. Este oasis fue de suma importancia para el pintor, , fue aficionado a la jardinería y la botánica.
En sus jardines, Monet materializó sus múltiples obsesiones estéticas. Por todo el lugar diseñó combinaciones de colores y trazó áreas en las que la luz y la sombra estaban bien definidas.
Gracias a estos conocimientos y capacidad creativa, pudo diseñar combinaciones de colores y áreas de luz y sombra específicas. De esta manera, las más naturales inspiraciones fueron sus dos jardines.
Le Clos Normand
El impresionista embelleció este jardín durante años. En un principio, cuando adquirió la Villa Rosa de Giverny en 1883, el terreno era solo un huerto plano. Poco después lo convirtió en un colorido jardín en el que convivían las flores más comunes con las más exóticas, plantas trepadoras y árboles frutales: como manzanos y durazneros. La elección de estas especies vegetales no fue aleatoria: con fines de armonía visual, Monet sembró las más claras en áreas de sombra, y viceversa.
Pasear por el recinto es un viaje hacia finales del siglo XIX. A los lados del largo arco central, decorado con rosas, se puede disfrutar del olor de otras flores, como narcisos, iris, tulipanes, amapolas y peonías. Al recorrer este espacio se aprecian perspectivas interesantes; áreas geométricas de un solo color, que da la impresión de estar frente a una paleta de color natural.
Jardín de agua
Después de atravesar el Clos Normand, al cruzar la carretera, comienza el jardín del lago. El estanque protagoniza uno de los cuadros más famosos del mundo: Puente japonés (1922) y continúa hacia el Arroyo Ru. La atmósfera de este espacio es húmeda y oriental a la vez, pues Monet se basó en la iconografía japonesa para diseñar el jardín. A lo largo de las orillas del lago crecen árboles como sauces, bambúes y de maple, así como delicadas flores como glicinias, peonías japonesas, lirios y los predilectos nenúfares.
Actualmente, estos dos jardines son una herencia invaluable del trabajo de Claude Monet. De hecho, son Patrimonio Mundial por la UNESCO. Darse un paseo entre las flores y árboles es una experiencia sensorial que alegra la vista e inundada de olores florales infinitos. Y por si fuera poco, es entrar en una atmósfera de época, donde se escucha el mismo el silencio y la tranquilidad con que el pintor se inspiraba.
Fundación Monet en Giverny
84 Rue Claude Monet, 27620 Giverny, Francia
giverny.org/gardens
También te puede interesar:
Para la UNESCO el restaurante más hermoso del mundo es mexicano
Las ocho exposiciones obligadas para visitar este otoño
Después de la torre, Eiffel construyó estas maravillas en México