Cuyutlán y La Ola Verde: un pueblo pesquero con encanto en Colima
En Cuyutlán las olas tienen un efecto que durante los meses de abril y mayo, producen unas pequeñas partículas verdes fosforescentes.
POR: Redacción Travesías
Este texto se publicó originalmente en el número 5 de Travesías, en diciembre de 2001.
La ola Verde es uno de los aspectos que hacen de Cuyutlán un conocido pueblo de pescadores de la costa de Colima. No se trata de un superhéroe o de un luchador, sino del efecto que producen, sobre las olas, durante los meses de abril y mayo, unas pequeñas partículas verdes fosforescentes. Además, el lugar es célebre por una gran ola de 20 metros de altura (conocida también como la Ola Verde) que la mañana del miércoles 22 de junio de 1932 sobrepasó la playa 100 metros, llegando hasta la estación del ferrocarril y destruyendo el pueblo.
En esas playas, Emilio “el indio” Fernández rodó sus películas La Red y Erótica. Fue también el lugar preferido del director Alberto Isaac, quien filmó ahí seis de sus 13 cintas, y donde decidió quedarse a morir; el 11 de enero de 1998 sus cenizas fueron depositadas sobre las olas verdes del mar.
Cuyutlán está a unos 40 minutos de Manzanillo, sobre la carretera 200, rodeada de cerros verdes que parecen cubiertos de musgo. Crucé esa carretera una tarde nublada hasta una desviación que lleva a Cuyutlán, situada al final de un estrecho camino de siete kilómetros.
Al llegar al centro del pueblo me dirigí hacia el mar, que está a unas tres calles de la plaza, y encontré varios hoteles de distintos precios en la playa. También hay algunos restaurantes y bares, y otros lugares más económicos para hospedarse que se anuncian como “cuartos de baño”. En ese recorrido encontré El Bucanero, un hotel sencillo con restaurante y una pequeña alberca.
Al caer la noche caminé un poco hacia el norte, sobre la orilla del mar, y vi algunas partículas fosforescentes, sobre la espuma, que de pronto parecieran luciérnagas. A poca distancia la playa está vacía de hoteles, ya no hay iluminación y el cielo parece caer redondo sobre el mar. Tuve la impresión de estar en medio de la nada, suspendida en un lugar donde no había nadie más que yo, hasta que vi a lo lejos un pescador solitario recortado en el brillo del agua, echando a lo lejos su atarraya en el mar.
Más tarde fui a buscar algo de comida en el centro del pueblo, pues los restaurantes junto a la playa habían cerrado temprano. Encontré algunos puestos en la plaza, y aunque me puse todo el repelente que pude y me acerqué al humo de los cocos que estaban quemando para ahuyentar a los mosquitos, no me salvé de la sangrienta persecución.
Al día siguiente, temprano, fui al Museo de la Sal, a un par de calles del centro del pueblo. Ahí se da constancia de que Cuyutlán es uno de los principales productores del país; a finales del siglo XVIII producía hasta 3 600 toneladas mediante una de las tecnologías salineras más antiguas de México, en uso desde el siglo XVI, cuyo origen se desconoce. Ya casi a la salida, el museo tiene el cráneo de una ballena jorobada que en 1981 encalló en esas playas.
Al salir de ahí me dirigí a Paraíso, una playa a seis kilómetros de Cuyutlán. Su arena es también oscura, aunque su oleaje es mucho más tranquilo, por lo que los pescadores del lugar se adentran en el mar para echar los trasmallos. También es posible hospedarse ahí en algunas enramadas como Los Equipales y la Enramada Valencia. El hotel más lujoso del lugar es el Paraíso, con alberca y terrazas.
Mientras observaba el mar, desde una de las enramadas, el dueño del lugar me contó que hay lanchas que ofrecen un recorrido por la laguna Cuyutlán y que están organizando paseos.
También me recomendó visitar el tortugario, que está a tres kilómetros de Paraíso. Ahí vi criaderos de tortugas de tres especies; golfina, negra y laúd. Se sacan del mar recién nacidas y se crían durante 10 días; luego se libera a la mayoría. En el lugar hay varios cocodrilos de una de las tres especies que se encuentran en México (cocodrylus acutus) y en otra área del tortugario hay iguanas verdes, que se atrapan en el manglar y que están en peligro de extinción.
El mar en esa zona, entre Paraíso y Cuyutlán, es el justo medio; el oleaje es mucho más tranquilo y los pelícanos juegan y atisban peces en el nacimiento de las olas. Hay algo especial es ese mar, un magnetismo que me ayudó a explicar la predilección que por ese sitio han mostrado muchos visitantes. No sólo al estar entre las olas sentí esa atracción, sino sobre todo al alejarme del pueblo, que me hizo prometer que volvería a la espuma brillante, al verde, a la arena oscura.
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Foto de portada: Michael Calderwood
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