Ciudades que conviven con su pasado arqueológico
Roma, Atenas, El Cairo y la Ciudad de México son algunas urbes contemporáneas que siguen en continuo contacto con sus raíces.
POR: Diego Parás
1519. Hernán Cortés llega a Tenochtitlan: “Vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué decir, si era verdad lo que por delante parecía, que, por una parte, en tierra había grandes ciudades, y en la laguna, otras muchas. Lo veíamos todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran Ciudad de México”. Palabras que escribiría Bernal Díaz del Castillo años después en su libro Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
Hoy, la Ciudad de México (antes Distrito Federal y originalmente México Tenochtitlan, fundada en 1325), no está llena de canoas, y las calzadas tienen puentes, pero el agua ya no pasa debajo de ellos; sin embargo, sigue siendo la misma ciudad —ahora con más de 20 millones de habitantes—. Aún conserva los cimientos de sus pirámides en el Centro Histórico, a un lado de la catedral Metropolitana. Lo mismo sucede en Grecia, donde la Acrópolis corona las vistas de Atenas desde la segunda mitad del siglo V a. C. Por su parte, Estambul no sería la misma sin las cúpulas de Hagia Sophia, y lo que solía ser nada más que desierto y palmeras de dátiles rodeando las pirámides de Guiza en el año 2570 a. C., ahora es la metrópoli de El Cairo la que está por envolverlas.
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Estas ciudades siempre han sido el punto de reunión de diferentes poblaciones para intercambiar comida, música, vestimenta, fiestas, creencias y valores que van creando un tejido llamado cultura; hilado a través del espacio, pero también del tiempo. Hoy seguimos en ese diálogo y construcción al convivir con el legado que nos dejaron aquellos que habitaron anteriormente estas mismas tierras.
A diferencia de ciudades “nuevas”, como Las Vegas —fundada en 1905—, hay lugares en donde la coexistencia entre la ciudad moderna y la antigua es más clara. En Roma, antigua capital del Imperio romano, por ejemplo, para ir del Museo Nacional de Artes del siglo XXI (MAXXI) —construido por la arquitecta iraní Zaha Hadid— al panteón de Roma (o panteón de Agripa) —edificado en tiempos del emperador Adriano—, además de viajar 1890 años en cuanto a las construcciones también conviven 76 restaurantes, más de 70 tiendas, nueve iglesias (de cuatro siglos distintos), cinco plazas, seis museos, cinco parques, el mausoleo de Augusto, el palacio Borghese, la Academia Italiana de Música y la Puerta del Pueblo.
Un arduo trabajo
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se ha dado a la tarea de proteger los sitios que revelan lo que alguna vez fue cada civilización. Ser un Patrimonio de la Humanidad significa tener una “importancia cultural y/o natural tan extraordinaria que trasciende las fronteras nacionales y cobra importancia para las generaciones presentes y venideras de toda la humanidad”, no importa el año de su elaboración, ya que hasta las piezas más nuevas son potencialmente arqueológicas para las generaciones por venir. En México, de los 34 sitios que han sido declarados como tal, seis son bienes naturales, uno es considerado mixto (la ciudad maya de Calakmul, en Campeche) y los demás son culturales.
Según datos de la Secretaría de Turismo, en 2017, el total de visitantes en las zonas arqueológicas en el país fue de 16 579 343 personas (cifra 10.7 % mayor al total de 2016) siendo Teotihuacan la más visitada, seguida por Chichén-Itzá; mientras que el museo más visitado fue el de Antropología y en segundo lugar, el Museo Nacional de Historia, cuando el total de personas (nacionales y extranjeros) que visitaron los museos del país fue de 9 864 822 (un incremento del 11.7 % respecto al año pasado). Es decir, el turismo histórico-cultural va al alza.
Cuando alguien se toma un café afuera de la Alhambra, llega en mototaxi a Angkor Wat, graba un video con la más alta tecnología en Machu Picchu o llega a Tombuctú con la ayuda de un GPS, está siendo parte del tejido cultural al aprovechar lo que hicieron nuestros antepasados. Mientras que cuando se crean nuevas obras de arte, movimientos culturales, edificios y demás creaciones del hombre se están plasmando las bases sobre las cuales nuevas civilizaciones van a ser construidas.
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