Navegar por los sabores de Portugal
Descubrimos los sabores lusos en compañía del embajador de Portugal en nuestro país.
POR: Redacción Travesías
Jorge Roza, embajador de Portugal, y Álvaro Cunha, Consejero Económico y Comercial, nos abrieron las puertas de su residencia para disfrutar una cena preparada por María Da Silva —chef y propietaria de Casa Portuguesa—, quien a través de sus platillos y anécdotas nos transportó a este país y su historia por una noche.
El imperio portugués se caracterizó por tener grandes navegantes que le dieron la vuelta al mundo, regresando a casa con nuevos sabores de sus viajes, como el chile piri-piri de Mozambique, el curry de la India o el jitomate de México. Cada uno de estos ingredientes y culturas se ven reflejados en la cocina portuguesa actual, algo que pudimos experimentar en esta cena.
Mientras el embajador nos platicaba sobre los distintos vinos producidos en Portugal, iniciamos con un Portonic. Por su parte, la cena comenzó con un caldo verde, una sencilla sopa tradicional de la campiña que se prepara con papa, ajo, cebolla, kale y adornada con una rodaja de chorizo. Mientras comíamos, María nos contó que en toda casa portuguesa te reciben con un caldo verde bien calientito, y por eso para ella esta sopa se ha convertido en un motivo de bienvenida.
Pasamos luego al plato principal, especialmente creado para esta ocasión e inspirado en los descubrimientos lusitanos y las influencias que quedaron. Llegó a la mesa un arroz basmati con especias, como canela y cardamomo, acompañado por un bacalao preparado con piri-piri que refleja los sabores de cada continente y región donde Portugal tuvo influencia. Cuando hablamos sobre el bacalao, María agrega: “No hay mejor forma de cocinar bacalao que con una receta portuguesa”.
Para finalizar la cena, Eduardo Da Silva —chef y propietario de Panadería artesanal Da Silva— nos dio una probadita del postre más tradicional, casi emblema nacional, el pastéis de nata, un pequeño pastel hecho de yemas y crema de batir. Su nombre oficial es pastéis de Belém, pues en el siglo xix un monje cocinero del Monasterio de los Jerónimos no tenía dinero para comprar alimentos y el dueño de Café de Belém le compró la receta. Comenzaron a venderse desde entonces, y hoy se calcula que llegan a comprarse hasta 40 000 pasteles en un fin de semana.
La visita terminó en la sala, con luz tenue, café y la sorpresa de fados, esas melodías que capturan mejor que cualquier otra cosa la saudade portuguesa, que es como la nostalgia de lo que nunca fue. Entre el canto dulce y una armoniosa guitarra, casi nos sentimos del otro lado del Atlántico.
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