En la madrugada, a eso de la 1:27, cientos de familias despertaron en medio de un abrumador estruendo. Sin saber lo que ocurría, niños y adultos (con bebés en brazos) salieron de sus casas y se acercaron a lo que parecía una extraña –y hasta bella – manifestación luminosa. No sería sino hasta mucho después que todos ellos, y el mundo en general, se enterarían de lo sucedido. Un gravísimo accidente nuclear y medioambiental.
El desastre de Chernóbil
Nos referimos a la tragedia ocurrida el 26 de abril de 1986 tras la explosión de un reactor nuclear de la Central Vladimir ilich Lenin, al norte de Ucrania. El incidente se suscitó luego de que una serie de pruebas realizadas de manera dudosa y sin todos los controles de seguridad hicieran estallar el núcleo del reactor. Esto provocó la muerte de 31 personas (en un primer momento) y del éxodo forzoso de 135 mil humanos, incluyendo los 50 mil que vivían en Prípiat, la cuidad más cercana a la Central.
Además, cientos de animales (entre ellos mascotas) quedaron en el abandono. Semanas después, y por considerarse “agentes contaminantes”, estos ejemplares murieron poco a poco, pues una de las tareas de los cuerpos de emergencia era exterminar cualquier rastro de vida, así se tratase de un cachorro, animal salvaje o de los integrantes de una granja.
La vida después de la muerte
Chernóbil no deja de sorprender a propios y extraños. Una prueba de esto es que, pese a todo, el ciclo de la vida no terminó y encontró maneras misteriosas de sobrevivir a esta radiación. Flores y animales se abrieron paso en medio de la devastación, el miedo y el olvido.
Desde hace años, decenas de investigadores intentan comprender este fenómeno. Se preguntan cómo es que la naturaleza revivió en un espacio tan contaminado. Y es que 33 años después de la catástrofe, perros, zorros, bisontes, nutrias y hasta peces conviven tranquilamente en la llamada “zona de exclusión”. Los árboles reverdecieron y las flores empezaron a brotar de entre las grietas.
Aunque mucho se ha dicho sobre la radiación y su potencia como “escudo” para la vida silvestre, habría que pensar en otras posibilidades. Algunos expertos sugieren que este resurgimiento de la vida se debe a que animales y plantas se desarrollan mucho mejor –incluso a tamaños espectaculares– gracias a que están lejos de la presión y el asedio del humano. Es decir, son libres de alcanzar su máximo esplendor.
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