Acapulco clásico (la nostalgia de sus hoteles)
En 2001, Jennifer Clement recorrió el “viejo Acapulco” para descubrirnos una playa llena de nostalgia e historias que contar.
POR: Jennifer Clement \ FOTO: Claudia Fernández
Acapulco es sin lugar a dudas la estación balnearia más famosa de México. Se lanzó como destino turístico en los años cincuenta y desde entonces ha crecido en distintas direcciones de la bahía, sin que ninguna de sus etapas haya desaparecido por completo. Hoy es posible conocer el Acapulco de los cincuenta, que giraba en torno a La Quebrada y Caleta; el de los años sesenta y setenta, cuando los ricos de México y de todo el mundo construyeron sus casas en Las Brisas; el área de El Revolcadero, cuyo pionero fue el Princess, las discotecas y los restaurantes de la costera, y el desarrollo de Punta Diamante. Pero la parte clásica de Acapulco –que muchos jóvenes ni siquiera conocen– conserva un encanto especial. Sus hoteles, restaurantes y playas bien merecen una visita.
Boca Chica
Mi primera parada me llevó al famoso hotel Boca Chica, localizado en el lado oeste de la bahía. Toda esta área, que solía ser el cuerpo y el alma de Acapulco, se encuentra terriblemente venida a menos y ha sido invadida por un mercado, un tráfico terrible de autobuses y viviendas de gente de bajos recursos. Si se camina por allí, todavía se puede ver las casas que pertenecieron a ricas familias mexicanas al lado de hoteles baratos y de posadas de ínfima calidad.
Sin embargo, el Boca Chica no ha sido tocado por el tiempo. Este hotel sigue conservando el atractivo del viejo Acapulco y luce como un estudio de filmación. Está construido a la orilla del agua y tiene una fosa-piscina apartada para nadar y bucear en el mar. Los pescadores pasan por delante en sus embarcaciones y vienen al restaurante a vender su pesca. Una noche, alrededor de las 10:30, sentada en el bar, me tocó ver surgir a un hombre del agua con una bolsa de langostas frescas.
A un lado del hotel se halla la pequeña playa La Caletilla, invadida por vendedores ambulantes. Una mañana decidí inventariar todo lo que uno puede adquirir allí. Mi lista comprendía ostiones, cocos, jaleas, conchas, mangos, plátanos asados, helados, dulce de algodón, globos y barquitos de madera. Todo a la venta entre una aglomeración de perros callejeros, pelícanos, pichones y tríos tocando la guitarra.
El Boca Chica no ha sido tocado por el tiempo. Este hotel sigue conservando el atractivo del viejo Acapulco y luce como un estudio de filmación.
Los propietarios originales del Boca Chica administran todavía el hotel y saben muy bien que son dueños de una de las joyas de Acapulco. Aprecian su singular arquitectura art déco, así como el largo mural original que hay en el frontispicio del hotel, realizado por Francisco Eppens, en el que aparece el dios de la primavera Xipe Tótec. Con algo de suerte, uno puede hablar con doña Carmen Muñoz, una imponente mujer de poco más de 70 años, llena del saber popular de Acapulco. Una mañana, ella y su hijo, Miguel Ángel Muñoz, quien maneja el hotel, me mostraron símbolos pictográficos de casi 2,000 años de antigüedad, grabados en unas rocas localizadas rumbo a Caletilla. También me enseñaron, de su caja de seguridad, una antigua carta y un mapa del tesoro enterrado debajo del hotel; ambos documentos trazados por un pirata. La vetusta carta inventariaba monedas antiguas y hasta jade de China. Doña Carmen conoce muchas anécdotas de la gente que solía hospedarse en ese hotel, entre ellos Tyrone Power, Errol Flynn y Loretta Young.
No importa en dónde esté usted alojado, el hotel Boca Chica cuenta con uno de los restaurantes más hermosos y no puede dejar de visitarlo. El restaurante Marina Club está localizado bajo una impresionante palapa a la orilla del agua. Es hermoso particularmente de noche, cuando se pueden ver las luces de Acapulco, las estrellas y la luna, las lucecillas de los barcos pesqueros, y escuchar el sonido del océano. El Marina Club es muy conocido por su barra de sushi –el más fresco que he probado– y por su variedad de platillos japoneses.
Antes que el Boca Chica, el hotel Caleta abrió sus puertas a finales de los cuarenta. Aún queda un bastión del viejo Acapulco, con terrazas increíbles desde donde se observa el océano. Los poetas Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre acostumbraban tumbarse en la playa a leer libros de poesía.
Los Flamingos
Mi siguiente exploración me condujo al hotel Los Flamingos, una finca rosa flamenco en la cima del acantilado más elevado de la ciudad, el cual aún hoy día cuenta con numerosos asiduos. Construido en la década de los treinta, Los Flamingos está asentado sobre un peñasco de 137 metros de altura y fue sólo uno de los muchos hoteles que había en los tiempos en que Hollywood arribó a Acapulco. John Wayne lo llamo “el escondite ideal” y, en 1954, lo adquirió junto con otros amigos.
Al trazado del motel le añadieron una piscina y un segundo piso. Desde este punto, el panorama es espectacular, con vistas al mar abierto y la isla Roqueta. Los que saben llegan a la hora del coctel para observar las fabulosas puestas de sol. Los Flamingos cuenta con una hermosa suite redonda de tres piezas junto al área de la piscina. Se le conoce como la “casa de Tarzán”, porque Johnny Weissmüller vivió allí durante muchos años, exactamente hasta su muerte en 1984. Solía asolearse en una zona privada que da a la inmensidad del Pacífico y que aún existe.
Los Flamingos, como el Boca Chica, conserva su autenticidad a pesar de haber renovado sus habitaciones y suites. Algunas de ellas tienen refrigeradores, lo cual puede ser muy conveniente. Lo mejor es quedarse en una de las que tienen terrazas con hamacas y vista al mar.
Hotel Mirador
Mi siguiente parada fue el famoso hotel Mirador, ubicado en La Quebrada, donde están los conocidos clavadistas. Este espectáculo ha sido una tradición en Acapulco desde 1934 y a los clavadistas se les tiene en gran estima, puesto que retan a la muerte en cada caída; su coordinación es crucial y el clavado debe ser ejecutado a la perfección. Al Hotel Mirador se le añadieron recientemente 130 habitaciones y el resto han sido remodeladas. Las habitaciones preferentes tienen vista a La Quebrada. Se dice que este hotel era en su momento el más visitado por los Vanderbilt.
Por la tarde decidí descansar de mi visita al viejo Acapulco y de los tiempos del Hollywood a go-gó. Abordé un taxi que se abrió paso hacia las colinas de la parte vieja del puerto; pasé por las antiguas mansiones y vi un mural de 18 metros de Diego Rivera. A mediados de los cincuenta, el pintor pasó 18 meses en Acapulco creando esta obra con azulejos, conchas y piedras en el muro exterior de la casa de Dolores Olmedo. Es uno de sus últimos trabajos.
Elcano
Elcano Acapulco, otro sobreviviente de la primera época del puerto, se localiza detrás de la zona turística y distante de la Costera, en una de las mejores playas de la bahía. A la elegancia tradicional de este hotel, construido en 1950, se le añadió un mobiliario definitivamente moderno en una remodelación total que se llevó a cabo en 1992, con una inversión de 13 millones de dólares. Y la verdad es que el Elcano ha envejecido a la perfección. El lobby, con enormes columnas azules y piso de mosaico blanco, es espectacular; al fondo hay un bar y una pequeña pista de baile. Me dio gusto escuchar al pianista interpretar los clásicos de Patsy Cline y de Frank Sinatra, acompañado por una muy buena cantante. Éste es, sin duda, el lugar perfecto para bailar y tomar una copa después de la cena, lejos de la estridencia de las discotecas del puerto.
Recuerdos de Acapulco
En los años cincuenta y sesenta, mexicanos adinerados, escritores norteamericanos, estrellas de Hollywood y miembros del jet set europeo llegaron en tropel a Acapulco.
Fue aquí donde Elizabeth Taylor se casó con Mike Todd, donde John F. Kennedy y Brigitte Bardot pasaron su luna de miel, y Frank Sinatra, y Garland y el barón de Rothschild se volvieron asiduos visitantes.
La laguna Coyuca sirvió de escenario para películas como La reina africana, protagonizada por Humphrey Bogart y Katherine Hepburn, y para escenas de los primeros filmes de Tarzán, protagonizados por Johnny Weissmüller.
Bruno Traven, una de las figuras más misteriosas de la literatura del siglo XX, se mudó en 1930 a una pequeña casa, el Parque Cachu, en las afueras de Acapulco, donde vivió durante 25 años.
En la década de los sesenta, hippies, estrellas de rock y estudiantes arribaron a Acapulco para probar la famosa cannabis “Acapulco Gold”.
El parasailing y las piscinas con bares surgieron en Acapulco. Se dice que Margaret Soames, una socialité norteamericana, inventó en Acapulco, en 1948, la famosa “Margarita”, una bebida a base de tequila y triple sec. Su esposo le sugirió que la llamara “Margarita”, el nombre de ella en español. Uno de los invitados a la casa de esta mujer era Nicky Hilton, quien popularizó la bebida en sus hoteles.
“Acapulco clásico” de Jennifer Clement se publicó originalmente en el Número 03 de Travesías, en octubre de 2001. Este texto es parte de nuestra selección de “19 años, 19 viajes” para celebrar nuestro aniversario 19. Fotos de Claudia Fernández.
Jennifer Clement es escritora. Sus padres se mudaron a México cuando ella tenía un año. Estudió en Estados Unidos y en Francia, y hoy vive en Ciudad de México. Ha recibido el premio Canongate para nuevos creadores y ha sido finalista del William Faulkner y del Orange Prize.