The Glenlivet en el Parque Quetzalcóatl: experiencias originales por tradición

Escondido dentro de una barranca en los límites de la Ciudad de México, el Parque Quetzalcóatl materializa lo que significa ‘The Glenlivet’: una originalidad absoluta que nació de un elemento tradicional

12 Jul 2021

Una barda ondulante, que bien podría confundirse con una obra de Gaudí, da la bienvenida a los invitados de The Glenlivet. Después de haber cruzado buena parte de la ciudad, este muro multicolor serpenteante, ubicado al fondo de un desarrollo residencial privado en Naucalpan, se alza como una especie de frontera, y tras él, se esconde uno de los espacios más fantásticos (pero también enigmáticos) de la Ciudad de México: el Parque Quetzalcóatl. 

Es casi mediodía, y Alex Millán, embajador de The Glenlivet, y Patricia, coordinadora del parque, nos reciben en un amplio jardín. Ninguno de los asistentes ha estado nunca aquí, y la emoción y la curiosidad se sienten. Alex nos adelanta que la marca tiene un par de sorpresas preparadas para nosotros a lo largo del recorrido, tomamos un pequeño almuerzo y, sin más, nos adentramos en un estrecho corredor rodeado por bambú.

Patricia nos cuenta un poco sobre el lugar. Tiene una extensión de 18 hectáreas y es un proyecto que ha estado en desarrollo por alrededor de 20 años, desde 2001. Si bien al principio se concibió como un complejo habitacional, el arquitecto del proyecto, Javier Senosiain, decidió eventualmente construir un parque ecológico que aprovechara las condiciones del terreno (que está atravesado por una barranca) para crear fuentes, pozas, puentes, foros, huertas y hasta invernaderos. Se contempla terminarlo en tres o cinco años, y por lo mismo aún no recibe visitas, por lo que la posibilidad de recorrerlo ahora es excepcional.
Debido a la orografía, muchas de las estructuras comenzaron a adquirir formas serpenteantes, y fue entonces que el arquitecto perfiló incorporar el concepto de Quetzalcóatl en el sitio. De esta manera, la tradicional imagen de esta deidad mesoamericana se fusionó con la arquitectura orgánica de Senosiain, y dio lugar al espacio innovador y único en el que nos encontramos.

No pasa mucho tiempo antes de que identifiquemos una de las sorpresas que Alex mencionó al principio: una pequeña barra de The Glenlivet entre los árboles. Para refrescarnos tras lo que llevamos caminando, un cóctel siempre es buena idea, pero de una manera similar a las caprichosas curvas que vemos en el parque, lo que encontramos frente a nosotros no son vasos old fashion (como uno podría esperar al tomar whisky), sino pequeñas cápsulas esféricas. Dentro de ellas se esconde una versión de la Paloma, elaborada con este destilado y jugo de toronja.

Tras la degustación, continuamos explorando, y nos detenemos ante una imponente cabeza de serpiente cubierta de piedras a manera de escamas. Unos instantes después, el agua comienza a brotar de su boca. Paso a paso, nos percatamos de más sonidos, más texturas y más colores. Patricia nos comenta que, aunque Javier Senosiain desarrolla arquitectura orgánica, su trabajo está fuertemente inspirado por la obra de Luis Barragán, Juan O’Gorman y Mathias Goeritz. Claro que aquí no hay muros rosas o cuadros dorados, pero al final, lo que busca es que las personas que visiten sus obras (re)conecten con sus emociones a través de la naturaleza y se dejen sorprender.

De hecho, no pasa mucho tiempo para sorprendernos otra vez, cuando nos encontramos con un pequeño foro construido enteramente con pasto y otro cóctel encapsulado. Entre la sensación de sentarse y sentir la hierba en la espalda, y experimentar cómo las cápsulas revientan en el paladar, liberando ahora una combinación de whisky con vainilla y té oolong (ingeniosamente bautizado como Ool La La), queda claro que a veces la mejor manera de generar algo totalmente nuevo, es usando los elementos que ya están ahí, y reinterpretarlos.

‘Se puede decir que este lugar materializa lo que significa The Glenlivet, pues si bien nació de algo muy tradicional, que es el dios Quetzalcóatl, creó algo súper original’ menciona Patricia. ‘No en balde, Gaudí mismo exclamó que la originalidad consiste en el retorno al origen’, concluye; y como prueba, está el que posiblemente es el espacio más impresionante de todo el Parque: el invernadero.

Diseñado con base en un caracol, el invernadero tiene forma de espiral y se encuentra coronado por un vitral que inunda el espacio con luz roja, anaranjada, azul, verde y amarilla. El pasillo ascendente está flanqueado por una fuente y cientos de pequeñas macetas con plantas, y el recorrido nos lleva hacia una terraza que alberga un jardín desértico, una milpa, una huerta y una resbaladilla, un elemento típico en todas las obras de Senosiain. Nos encontramos aquí, además, con un último cóctel encapsulado: The Last King, que reinterpreta de una manera tropical el clásico whisky al añadirle piña y especias.

Finalmente, llegamos al último punto de nuestro recorrido, donde tenemos la oportunidad de volver a degustar los tres cócteles que probamos a lo largo del paseo y compartir nuestras impresiones sobre el lugar. Patricia nos despide preguntándonos con qué palabra podríamos definir nuestra experiencia. ‘Asombro’ dice alguien en el grupo. Y tiene razón, ya sea por las serpientes, los colores del invernadero, o los cócteles en cápsula, si algo caracterizó nuestra experiencia en el Parque Quetzalcóatl, fue la continua sensación de asombro, algo que solamente un espacio, una experiencia y una bebida, verdaderamente originales, pueden generar.

Esta experiencia fue parte de ‘Experiencias originales por tradición: The Glenlivet & Club Travesías’, una serie de tres eventos organizados por la marca y los cuales tuvieron como sede al Museo Anahuacalli, al Monumento a la Revolución y al Parque Quetzalcóatl.

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