Subir por el elevador panorámico del Monumento a la Revolución bien podría ser una experiencia en sí misma, pero hacerlo al atardecer la hace incluso aún más memorable. La plaza de la República emerge de repente y, alrededor de ella, un collage de edificios, todos de épocas y siglos diferentes.
Si bien el último acceso a este espacio se brinda a las 7:30 pm, fue justamente a partir de esa hora cuando los invitados de The Glenlivet tuvieron la oportunidad de acceder al mirador que corona este edificio. ‘¿Qué material creen que sea este?’ pregunta Andrea, nuestra guía, mientras señala los paneles verdes que cubren la bóveda en la que nos encontramos tan pronto salimos del elevador. ‘Es cobre, pero con el tiempo ha adquirido este color’, nos informa. El cobre de la bóveda, la piedra chiluca de las columnas y los barandales de latón son elementos que el arquitecto Carlos Obregón Santacilia utilizó en los años 30 para revestir lo que hasta ese entonces era el esqueleto de hierro de un edificio que nunca llegó a concluirse, pero antes de adentrarnos en esa historia, salimos a admirar la vista.
El mirador se encuentra a unos 50 metros sobre el nivel del piso, y desde esta altura, toda la ciudad parece extenderse frente a nosotros. Andrea no pierde tiempo en empezar a señalar los lugares que, desde aquí, se divisan, y poco a poco va contándonos datos y curiosidades de algunos de ellos. Los árboles de la Alameda, el primer parque de todo el continente americano, se encuentran justo al frente, y un poco escondida a su lado, notamos la antena de la Torre Latino, la primera de América Latina que fue diseñada para resistir sismos. Las líneas art déco del edificio de El Moro, los rascacielos hípermodernos de Reforma, la mole abandonada del Cine Ópera, el bosque de Chapultepec, el curioso Museo de El Chopo, la pirámide de la Torre Insignia y hasta los multifamiliares de Tlatelolco y la Basílica de Guadalupe, cada edificio alberga una historia y, desde aquí, al ciudad se observa como la suma y evolución de todas ellas.
De vuelta en a nivel de piso y antes de continuar con el recorrido, The Glenlivet nos presenta una sorpresa: la degustación de un cóctel. Sin embargo, ante nosotros no hay vasos, sino pequeñas cápsulas. Las esferas contienen una versión con whisky de la clásica Paloma, y revientan en cuanto las colocamos en el paladar. La sensación es extraña, pero agradable, una experiencia que ninguno de los presentes había tenido nunca.
Tras la degustación, seguimos bajando, ahora al sótano del edificio, y es entonces cuando Andrea comienza a narrarnos la historia del Monumento. Su origen se remonta a 1905, cuando se construyeron los cimientos de lo que sería el Palacio Legislativo, una de las obras más emblemáticas del Porfiriato. El arquitecto fue traído de Francia, el acero de Nueva York y el mármol de Italia, pero el estallido de la Revolución Mexicana en 1910 paró por completo el proyecto. El esqueleto metálico permaneció abandonado por casi tres décadas, y cuando estaba a punto de ser demolido, fue Obregón Santacilia quien propuso tomar la antigua estructura, resignificarla y crear algo totalmente nuevo que aprovechara lo que ya estaba ahí. ¿Su idea? Transformar los restos del inconcluso palacio en un monumento a la Revolución.
Los estrechos pasillos subterráneos albergan ilustraciones, líneas del tiempo, planos y fotografías que muestran este interesante (y un tanto irónico) proceso, y entre las innumerables vigas de acero tenemos la oportunidad de probar otros dos cócteles encapsulados: The Last King, que reinterpreta de una manera tropical el clásico whisky al añadirle piña y especias, y Ool La La, un cóctel veraniego que combina whisky con té oolong y jarabe de vainilla. La manera en que estas cápsulas, inspiradas en la cocina molecular, reinventan la manera de tomar el whisky single malt (una bebida que suele asociarse con lo tradicional), parece hacer un guiño al modo en que este antiguo palacio porfiriano fue reimaginado como algo totalmente diferente. En ambos casos, el resultado no pudo haber sido mejor.
Finalmente, el recorrido termina en el vestíbulo del Monumento, justo al pie del elevador de cristal que tomamos antes y el cual fue añadido como parte de la última remodelación del edificio en 2010. Si algo queda claro, es que la singularidad de este lugar radica en todas las etapas que lo han ido conformado, una sobre otra, desde 1905 y hasta al siglo XXI, formando en el proceso algo completamente único. Para ser original, a veces no hay mejor idea que reinterpretar algo que ya está ahí, y como prueba, bastan los cócteles que degustamos mientras las nuevas (e increíblemente fotogénicas) fuentes de la Plaza de la República, brillaban en la noche.
Esta experiencia fue parte de ‘Experiencias originales por tradición: The Glenlivet & Club Travesías’, una serie de tres eventos organizados por la marca y los cuales tuvieron como sede al Museo Anahuacalli, al Monumento a la Revolución y al Parque Quetzalcóatl.