El arte del buen hacer: Marisol Centeno

De la mano de Dominio Fournier, preparamos una serie de entrevistas con personajes que resaltan el valor del oficio artesanal.

08 Feb 2021

Para Dominio Fournier, una bodega pequeña con un estilo moderno de Ribera del Duero, cuando amas lo que haces, el resultado final merece la pena. Además, todo adquiere un valor aún más especial cuando el proceso es artesanal e involucra una gran atención al detalle.

Tomando lo anterior como punto de partida, elegimos tres personajes que ponen en práctica el valor del oficio artesanal y la importancia de hacer las cosas con amor en sus respectivas áreas. Perfeccionistas, apasionados y expertos en su campo que, día con día, se manejan con los mismo valores que forman parte del ADN de la marca.

La segunda entrevistada de esta serie es Marisol Centeno, diseñadora y fundadora de Bi Yuu, quien en cada pieza textil pone el mismo cuidado y esmero que caracterizan al proceso de elaboración vinícola de Dominio Fournier.

Marisol Centeno: Bi Yuu, diseño y responsabilidad

La resiliencia es clave para que un negocio con alma avance durante una pandemia, y esto es algo que Marisol Centeno tiene bien claro. Si bien los procesos han sido más tardados debido a las circunstancias actuales, hoy la fundadora de Bi Yuu se siente agradecida y ha aprendido a aprovechar cada oportunidad para crecer como empresa.

Recientemente, tuvimos la oportunidad de platicar con Marisol, quién nos contó sobre los retos a los que se ha enfrentado su negocio en los últimos meses, así como su historia y la inspiración para crear Bi Yuu, una marca de tapetes artesanales de alta calidad.

¿Cuándo descubriste que querías dedicarte al diseño textil?

El textil siempre ha estado presente en mi vida. Mi abuela era una persona encantadora y moderna para su época, y desde chica me enseñó a tejer con gancho, cocer y usar la máquina. Aprendí de ella el cuidado de las cosas, la importancia de los procesos y de no consumir productos con ignorancia. Desde chica también descubrí la actuación y por ende, el vestuario. Me encantaba la bodega donde guardaban todos los trajes y los talleres donde trabajaban las costureras.

Cuando empecé a descubrir la parte del textil como arte popular, resistencia social y tradición yo iba en secundaria. Una tía se casó con un hombre de Chamula y su familia creció en San Cristóbal. A las reuniones que organizaban iban artistas, poetas, escritores indígenas, etc. Ahí conocí a Patrona y Pascuala, dos artesanas textiles amigas de mi familia. Fue ahí que descubrí también de qué trataba mi país, pues somos indígenas, mestizos, afroamericanos y un montón de cosas. Fueron fiestas que recuerdo con mucho cariño.

Como a los 15 años viajé a Turquía con mi hermana, donde vi muchas cosas relacionadas con el textil y visité un taller de tapetes de nudo de seda. Ahí descubrí la magia y me di cuenta de que eso era lo que yo quería hacer. En esas culturas donde el suelo tiene una gran relevancia en la vida cotidiana, y donde el tapete es para protegerte y construir el espacio en el que habitas. Todo eso me pareció muy poético.

Al graduarme de la carrera de diseño textil, los tapetes no estaban de moda, era como decir que te querías dedicar a los calcetines. Sin embargo, algo que para mí siempre ha sido importante es el tema del color, pues es una forma de comunicar y generar alegría. Quería llevar al mercado objetos que fueran longevos y transmitieran algo.

¿En qué momento sucedió tu primera colección?

Mis papás me exigieron que iniciara con lo mío al terminar de estudiar, por lo que empecé a trabajar en una fábrica en Lerma. Tenía un buen puesto que me permitió descubrir un poco más sobre la industria; sin embargo, yo tenía la idea de generar oportunidades y cambiar la vida de la gente. Entré en una crisis existencial y renuncié después de un mes y medio.

Quería diseñar y no sólo maquilar copias o gráficos. Lo que se diseña para México muchas veces no tiene valores agregados, ya sea en la calidad o en los materiales. Yo buscaba incorporar a mi trabajo el factor humano, pues veo muchos puntos positivos en la industria, aunque a veces hay temas de negocios que limitan mucho a la gente. Algo que me sirvió mucho es que empecé a trabajar con unos arquitectos produciendo textiles. Fui a varios lugares y comencé a hacer prototipos y muestras. En 2011 me dediqué a conocer personas, tomar decisiones y comenzar a construir Bi Yuu. En el verano del 2012 diseñamos la primera colección, llamada Vacanda, y con un grupo de amigos planeamos una exhibición en la Colonia Roma. En esa época no había Instagram ni tenía muchos contactos en el mundo del diseño, así que llevé mis tapetes a todos lados, toqué puertas e hice muchas llamadas. Así empezamos.

¿De dónde surgió el nombre Bi Yuu?

En esa época yo era más hippie. Quería hacer diseño colaborativo con cultura; elaborar productos que no fueran desechables y que generaran menos carbono. Escogí un nombre zapoteco: Bi es aire y Yuu es tierra. El aire se relacionaba con la suavidad y la mirada femenina, mientras que la tierra tenía que ver con conexión y el apreciar en dónde estamos.

¿Por qué decidiste que Teotitlán del Valle era el lugar ideal para crear los tapetes?

Primero fui a Temoaya, pero lo sentí muy urbano y no como una comunidad Otomí que tejía, sino una comunidad mestiza muy masculina. Percibí un ambiente social complicado en el que no me sentí cómoda. En Santana conocí a gente interesante, pero había demasiados retos por la infraestructura, como falta de celulares e internet. Coincidió que Teotitlán fue un lugar en el que hice una buena conexión con la gente, además de que era un sitio muy práctico. Como en cualquier equipo, tienes que hacer clic con la gente.

¿Cuál ha sido el momento más satisfactorio de tu carrera como diseñadora?

La exposición en el Cooper Hewitt Smithsonian Design Museum de Nueva York fue muy satisfactoria. Nunca había tenido una experiencia así y fue increíble trabajar con Cristina de León, curadora de diseño latinoamericano. Fue un proyecto en el que estuvo muy involucrado el desarrollo de producto y el trabajo colaborativo. Nos pidieron un nivel de materiales que no conocíamos y que no utilizamos anteriormente. Cambiamos muchas cosas, tejimos con materiales muy delgados y finos, consultamos químicos y biólogos para analizar reacciones químicas. Al investigar sentía que me metía en un universo que ya no entendía. Nos rechazaron un par de muestras, pero fue un mérito que lo sacamos adelante a pesar de los retos.

¿Cómo fue el 2020 para Bi Yuu?

Teníamos poco tiempo en nuestro showroom cuando de pronto nos enfrentamos a todos los cambios provocados por la pandemia. La resiliencia ha sido clave para sobrevivir en un momento como éste; hemos podido pensar en lo efímero que es todo y plantear qué es lo más importante. En este cambio decidí concentrar todo mi trabajo en casa y dejar el estudio por un tiempo.

He sido muy afortunada de que mi equipo en Teotitlán es muy sólido, por lo que las cosas han marchado bien. Ha sido muy impactante cómo las economías de los países no han podido fortalecer sus industrias locales; en el contexto textil, gran parte de nuestra materia prima es importación. La tienda en línea nos ha venido muy bien, además de que como diseñadora me ha dado tiempo de pensar en qué va a necesitar la gente.

Cuidarse y mantener la economía al mismo tiempo es muy retador. Aunque ha sido un año complicado para el desarrollo de producto, hemos estado trabajando en una nueva línea de otros objetos que acompañarán a los tapetes, como tapices, muros y asientos. Ha sido un proceso lento, pero es importante ser agradecidos, pues el privilegio sesga nuestros problemas y nuestra forma de vivir la pandemia. Un amigo escribió un libro de cuentos durante la pandemia, y me contaba que, aunque parece que estamos en una isla en medio del mar, algunos de nosotros realmente estamos en una alberca.

Dominio Fournier: vinos con valor artesanal

Marisol es un gran ejemplo de que cuando amas lo que haces, el resultado final merece la pena. Los tapetes que elabora con el equipo de Bi Yuu representan el arte del buen hacer y el valor artesanal que puede tener un producto. Así como Marisol escoge cuidadosamente cada hilo, color y patrón en sus diseños, los vinos de Dominio Fournier se elaboran con uvas seleccionadas y vendimiadas manualmente.

Recientemente, Dominio Fournier llegó a México con sus variedades Reserva y Crianza, consideradas como dos de los mejores tempranillos del mundo. Crianza es un vino elegante y estructurado, elaborado con uvas de viñedos propios que reposan al menos 12 meses en barricas de roble francés. Armonioso y equilibrado, este tinto es ideal para maridar con quesos fuertes y carnes.

Por su parte, Dominio Fournier Reserva es elaborado de manera artesanal con uvas de cosecha propia. Su sabor intenso y complejo, pero redondo, se debe a que este vino envejece al menos 36 meses antes de salir al mercado (entre 18 y 24 meses en barrica de roble francés y el resto de tiempo en botella). Ambos son tintos con mucho carácter y reflejan perfectamente por qué Ribera del Duero es una de las regiones favoritas de los amantes del buen vino.

Más información en dominiofournier.com

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Foto de portada: Diego Berruecos y cortesía Dominio Fournier.

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