Zacatecas, un destino ideal para vivir el encanto de los pueblos mágicos
En cualquier región del estado hay un pueblo que espera ansioso a los visitantes.
POR: Redacción Travesías
El encanto de Zacatecas se desborda por el norte y el sur en sus Pueblos Mágicos, de Sombrerete a Pinos, pasando por Jerez, Teúl y Nochistlán, además de Guadalupe, recién incluido como el sexto Pueblo Mágico del estado. A dos de ellos los atravesó el Camino Real Tierra Adentro.
Por las calles maravillan los templos, jardines, mercados, museos e, incluso, panteones ubicados junto a los rincones más inesperados. Las tradiciones musicales alegran plazas y restaurantes. Cada poblado deleita el paladar con sus propios y variados sabores; con sus cervezas artesanales y mezcales premiados.
La riqueza se expresa también con delicadeza y un nivel de detalle asombroso por medio de las manos de sus artesanos. El goce crece en los paisajes gracias a la calidez y hospitalidad de los pobladores. El hechizo que producen estos lugares dura más de un día, con sus respectivas e iluminadas noches.
Datos sorprendentes
Las arracadas jerezanas, también conocidas como candongas, son uno de los trabajos artesanales más valorados en el país. Elaboradas por completo en plata, esta tradición orfebre de origen griego y egipcio llegó a la España mozárabe y luego a México en la época del virreinato.
En el municipio de Sombrerete hay un santuario dedicado a la Santa Muerte, también conocida como la Niña Blanca o la Niña Negra debido a su dualidad bondad-maldad. Se encuentra en La Noria de San Pantaleón, un pueblo minero semifantasma.
Un día en Jerez
Jerez satisface los cinco sentidos. La tambora se inventó aquí. Los jardines tropicales permiten descubrir el olor de muchas flores. La vista se deleita con el santuario de la Virgen de la Soledad, patrona de los jerezanos; el Teatro Hinojosa, que conserva su estructura original desde 1878; el Museo de Arte Regional e Historia, donde se recrean habitaciones y ropajes antiguos, y el Panteón Museo de Dolores, con gigantescos mausoleos.
El gusto se halaga con las tradicionales “tosticarnes” —tostadas con carnitas de cerdo y chile de árbol—, las refrescantes “raspanieves” —hechas con miel de frutas— y los dulces típicos de la región. Para explorar con el tacto hay talleres de magníficos artesanos, de varias generaciones, que no deben dejar de visitarse, como las Sillas de Tule de Morales y la Alfarería Núñez, donde uno puede apreciar y aprender directamente de ellos el proceso para confeccionar sus delicados productos. Al final, todos los sentidos despiertan y descansan en hoteles encantadores.
Un día en Nochistlán
Este pueblo alegre y guerrero mantiene sus tradiciones y exporta músicos, y los que permanecen deleitan a los visitantes con sonidos norteños, jarabes y sones, en particular los fines de semana en la arbolada Plaza Principal, donde se rinde homenaje a estos artistas con tres instrumentos gigantes. El día invita a relajarse y visitar su acueducto y sus templos, como los de San Francisco de Asís, San José, San Sebastián y, en la comunidad de Atoyahua, el majestuoso santuario de Nuestra Señora del Rosario, con variada cantera.
El mercado municipal se ofrece coqueto con su bella fachada y sus faroles; dentro se pueden adquirir huaraches, bordados y morrales (la talabartería del lugar también es excepcional), además de probar los famosos “revueltos” —raspado con jarabe y nieve de vainilla— de la familia Barrón. Entre los platillos típicos para chuparse los dedos está el pollo a la Valentina y el picadillo. Para dormir, hay opciones para quienes buscan estar cerca de la fiesta y para los que prefieren solo descansar.
Un día en Pinos
Esta pintoresca población estuvo cubierta por los árboles que le dan nombre, y después de la Conquista se convirtió en un importante pueblo minero con ricas haciendas. Pinos merece un paseo relajado por sus tres barrios: Centro, La Cuadrilla y Tlaxcala, y entrar en la parroquia de San Matías, el templo de San Francisco y el de Tlaxcalita, que conserva la torre original y un retablo barroco con hoja de oro.
En el Museo Comunitario se pueden apreciar desde fósiles marinos de la era paleozoica hasta la reproducción de una tienda de raya. En el Museo de Arte Sacro destaca un Cristo con incrustaciones de huesos humanos. No hay que dejar de pasar por los talleres de alfarería ni de probar las nieves, raspados, pays, dulces y el tradicional queso, todos hechos con tuna. Tampoco de visitar La Pendencia, a 21 kilómetros de Pinos, donde se puede degustar mezcal y seguir todo el proceso para obtener tan preciado líquido. Hay hoteles boutique y otros con historia para pasar la noche.
Un día en Sombrerete
Al llegar al colonial Sombrerete, lo primero que sorprende son sus calles pavimentadas con mármol “azul” y los 10 cerros que rodean el pueblo, cada uno coronado con una cruz. Los 10 templos virreinales no son menos impresionantes, entre los que destacan los de San Francisco, Santo Domingo y La Soledad —donde monjas clarisas ofrecen delicioso rompope y licor de membrillo—.Estos dos últimos cuentan con catacumbas romanas especialmente misteriosas. Cerca del pueblo, el asombro continúa en la Noria de San Pantaleón y en la mina Los Tocayos —dos minas abandonadas y con historia—.
En Sombrerete se pueden adquirir diminutos baúles de piel con pirograbado y piezas de cerámica hechas de barro. El platillo más característico se llama “brujitas”, que consiste en sabrosas empanadas de maíz fritas en aceite y rellenas de carne deshebrada o frijoles. El pueblo y las cruces de los cerros se iluminan por las noches. Para seguir soñando, hay seis cómodos y accesibles hoteles.
Un día en Teúl
Teúl de González Ortega fue fundado en 1536, antes que la capital del estado. Los teulenses se sienten orgullosos de su pasado cristero y de su conjunto religioso: el templo de San Juan Bautista, la capilla de los Santos Mártires, el patio de las Campanas y el Museo Parroquial. Ir de un edificio a otro se disfruta entre calles con naranjos y fachadas de colores, con opcionales paradas en sus pequeñas cantinas.
El último domingo de cada mes se realiza el Festival Gastronómico. Entre los particulares sabores de la región están las gorditas de horno, el chamorro de lechón al vapor, el queso de rancho y el requesón. En el mercado municipal cobran protagonismo los dulces de leche, los pirulís, la torta de arroz con piloncillo, el taninole y el ponteduro. También merecen especial atención las máscaras de pino o copal que usan los danzantes el Día de la Santa Cruz. Hay dos pequeños hoteles, una posada y unas cabañas al lado de una fábrica de mezcal para reposar bajo la noche estrellada.
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