Lo mejor de Mendoza y sus viñedos
Un sueño hecho realidad para los amantes del vino.
POR: Redacción Travesías
Este lugar, a una hora de la ciudad de Mendoza, empezó como un sueño. El cielo claro, las nubes hinchadas y suaves, con los Andes argentinos de fondo, bien podrían ser un paisaje onírico y no el escenario de un complejo empresarial único en su tipo. Se trata de The Vines of Mendoza, un grupo de viñedos que han evolucionado en todo un centro turístico.
Después de diez horas de vuelo y con una pequeña escala en Santiago de Chile, llegamos a la apacible ciudad de Mendoza. Aquí, desde sus inicios, la población emprendió una batalla ancestral contra las dificultades de su entorno. En la región no hay grandes caudales y variada vegetación de forma natural. Mendoza era más bien un lugar cubierto de arena donde era casi imposible que los seres humanos habitaran, pero la ingeniería hídrica convirtió ese paraje desierto en una provincia con casi dos millones de habitantes: un pequeño oasis.
Dentro de esta provincia, estandarte de la victoria del hombre sobre la naturaleza, se encuentra el Valle de Uco, donde el hombre vuelve a ser insignificante ante la imponencia de su entorno. La silueta de la cordillera, teñida de blanco o del verde vivo, es el testigo infaltable en todo el recorrido. Si las cumbres de los Andes no te dejan sin aliento, lo hará la inmensidad de los viñedos.
Los recorridos por las bodegas vinícolas en la provincia que produce el 60% de las botellas argentinas, son un atractivo turístico tan popular como obvio. Pero Michael Evans y Pablo Giménez Riili, encontraron la forma de reinventar la experiencia para quienes quieren ser, por unos días o unos meses, unos enólogos profesionales.
Y sí, este lugar empezó como un sueño, el deseo de Evans, que entonces era sólo un turista, por tener su propio viñedo aunque viviera a cientos de kilómetros de ahí. Decidido, compró 250 hectáreas y Giménez se convirtió en su socio y cómplice; el mendocino sería encargado de resguardar y dar mantenimiento a la propiedad en ausencia de Evans.
En poco tiempo descubrieron que este empresario no era el único que fantaseaba con ser enólogo de temporada. Pronto encontraron otros inversionistas dispuestos a pagar por algunas hectáreas en uno de los valles más fértiles y con el mejor clima para las delicadas uvas que producen el vino conocido internacionalmente por su alta calidad.
Hoy son 135 propietarios que se han extendido hasta 670 hectáreas. Más aún, descubrieron que había quienes querían disfrutar de los beneficios de tener un viñedo por sólo unos días o una corta, siempre demasiado corta temporada. Fue así que en 2005 nació The Vines of Mendoza, el sueño de todo amante del buen vino y la buena vida.
Sentirse como en casa
Llevábamos apenas un par de horas en Argentina cuando hicimos la primera parada para disfrutar de las joyas de esta tierra en la bodega Andeluna. Un guía experto nos hizo compañía para explicarnos cada uno de los platillos de su cocina abierta y las cualidades de cada copa preparada para su maridaje. El cabernet sauvignon y la tartita de berenjena con parmesano que lo acompañaba eran sólo el preludio del banquete de cuatro días que nos esperaba.
Aunque la idea de guiar y apoyar a los nuevos enólogos surgió en 2005, fue hasta principios de 2014 que The Vines abrió sus puertas para el resto del público, para quienes no invierten en grandes cosechas pero quieren vivir por unos días como si lo hicieran.
El resort & spa está formado por 22 villas de una o dos habitaciones, con una estancia y cocina que le dan un nuevo significado a la frase “sentirse como en casa”. Es tan sencillo apropiarse del espacio y sentirse cómodo, que abrieron la posibilidad de comprar estas villas que puedes ocupar un número determinado de semanas al año.
La arquitectura y el diseño de sus jardines están inspirados en el entorno natural de la región, con colores ocres y materiales como adobe y madera. Su aire rústico no excluye el acceso a internet, un mini ipad y Apple Tv. Lo mejor del lugar está al cruzar la puerta, pero cuando el frío apremia, quedarse “en casa” al calor de la chimenea es también un gran plan.
Vivir de vino
Las mañanas en The Vines empiezan con un desayuno casero que llega a tu habitación cuando menos te das cuenta. Algún miembro del equipo de cocina toca a tu puerta para entregarte una canasta con pan recién hecho, huevos al gusto y fruta fresca. Si aún estás dormido, parecerá un auténtico acto de magia.
Para quienes no quieren lidiar con el remordimiento del flujo continuo del vino y la comida a la que es imposible decir que no, el hotel tiene un amplio gimnasio y, mejor aún, una ruta para correr cinco o diez kilómetros entre los viñedos y con las montañas nevadas de fondo.
En nuestro primer día como enólogos improvisados, conocimos la bodega que inauguró este proyecto y donde nació la marca de vinos llamada Recuerdo. Un sommelier peruano y un gaucho colombiano, nos llevaron por entre las uvas a probar cada una para aprender a distinguirlas antes de saborear esos famosos olores secundarios que sólo el cuidadoso proceso de añejamiento en barricas francesas pueden dar.
Por si aún dudábamos de su compromiso con la producción del vino de alta calidad, conocimos la bodega de Giménez Riili que es manejada por toda una familia. En este punto es tal la cercanía con las montañas, que es fácil alcanzarlas en una de las bicicletas que ahí pueden prestarte.
Lo que sería una tarde de sol y asado tradicional, se convirtió en un encierro involuntario por más de tres horas. Justo cuando la mesa estaba lista y el apetito volvía a abrirse con el sabor del vino que ya teníamos en nuestras manos, el viento zonda frustró todos nuestros planes.
Este fenómeno es una intensa corriente de aire caliente que puede alcanzar velocidades de más de 120 kilómetros por hora. Al tocar la tierra, arrasa con árboles, techos, muebles y grandes nubes de polvo. Para nuestra fortuna, no se trataba de una corriente intensa y estábamos tan bien resguardados, que la tarde mejoró con juegos de mesa, empanadas, sopa de pollo y, por supuesto, mucho más vino para esperar a que el viento pasara.
Después de un breve descanso en las villas, llegamos al bar del hotel que ofrece una selección de los vinos que se producen localmente, pero nadie puede irse sin probar la caipiriña de chile de árbol, creación de la casa. Puede ser difícil de combinar con otros alimentos y no está hecha para paladares que no soportan el picor, pero sin duda tiene un sabor memorable que forma parte de la experiencia gastronómica del lugar.
La batalla contra el frío
Despertar temprano es un reto cuando se ha comido tanto y la temperatura afuera está marcada por una espesa neblina. Subir a un jeep y manejar hasta la reserva del Manzano histórico para una cabalgata, no es lo primero que se desea hacer cuando todos te tratan tan bien “en casa”. Sin embargo, los días eran pocos y había que aprovechar el majestuoso paisaje del otoño, cuando la nieve ha caído ya pero las bajas temperaturas aún son soportables.
Al pie de la montaña está el monumento histórico al general San Martín, donde dicen pasó la noche después de su campaña libertadora por Sudamérica. La enorme estatua queda opacada rápidamente por las imponentes montañas que la rodean. Ahí pueden realizarse diversas actividades ecoturísticas como trekking, montañismo y camping. Nosotros elegimos dar una cabalgata por las veredas que duró un par de horas.
Los caballos de la zona, debido a la temperatura, tienen su piel cubierta de pelo grueso y eso junto con el poncho típico de los gauchos, ayuda a conservar el calor del cuerpo. Pero unos minutos después y varios metros arriba, el panorama cambia.
Por momentos, la fuerza del viento helado me hizo dudar de que aquel plan en pleno otoño era buena idea, pero al llegar al punto más elevado, los valles cubiertos de nieve y el sol que empezaba a bañar de luz las montañas, me hicieron pensar distinto. Mejor aún, nuestro acompañante de The Vines nos esperaba ahí con el almuerzo y un buen trago de mate caliente. Todo había valido la pena.
Para comer como reyes
Los asados y vinos en Mendoza son, sin duda, su principal atractivo, pero siempre hay formas de reinventar y reinterpretar los platillos tradicionales. En el restaurante del hotel, Siete Fuegos, el aclamado chef Francis Mallmann ha creado una serie de platillos en los que sólo utiliza los ingredientes de la región en su mejor temporada, y todos son guisados con siete fuegos distintos: parrilla, chapa, infiernillo, horno de barro, rescoldo, asador y caldero.
En nuestra última noche disfrutamos del ojo de bife cocido a la parrilla por nueve horas a fuego lento, salmón al infiernillo en costra de sal, chivo al curanto y pollo al hielo, todo acompañado de los mejores vinos de la casa. Se puede disfrutar de la cena en primera fila, frente a la cocina abierta, para presenciar todo el proceso de preparación que puede ser explicado por el propio chef. También se puede comer en la terraza frente a las montañas o en la comodidad de la villa, como una última cena en el que fue nuestro hogar, amargamente, por sólo unos días.
Aquí es imposible negarse a los postres y los vinos, pero lo más difícil es tener que irse. El tiempo nunca es suficiente, hay decenas de bodegas que no pudimos visitar. La alberca y el jacuzzi fueron un constante deseo postergado. En mis últimas horas en The Vines le pedí ayuda a uno de los gauchos, esos guías de turistas personalizados, para usar una de sus bicicletas y dar un paseo por los viñedos.
Sentir los últimos rayos del sol en la cara y el viento fresco que bajaba de las montañas, con los Andes como único acompañante, fue lo que me hizo entender que Mendoza y este resort no son sólo para el buen comer y el buen beber, sino también para sentir lo que es el buen vivir. Y si este lugar comenzó como un sueño, creo que lo sigue siendo.
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