No tiene ni playa ni aguas termales, y tampoco está cerca de algún lago. Sin embargo, esto no le impidió a Cuernavaca convertirse en la ciudad balnearia y de descanso más famosa de México. Durante mediados del siglo XX, la capital morelense vivió su época dorada, y la lista de sus residentes bien podría ser un quién es quién del jetset del siglo XX, de Mónaco a Los Ángeles al Medio Oriente. Actrices, mafiosos, millonarios, artistas y miembros de la realeza en el exilio llegaron a esta pequeña y calurosa urbe como visitantes frecuentes o habitantes.
Esta guía de Cuernavaca atraviesa sus exuberantes jardines y ubicuas albercas, pero también sus hoteles, restaurantes y museos, cuya historia nunca se puede separar mucho de la de sus famosos, acaudalados, creativos, y ocasionalmente excéntricos, habitantes.
El triunfo del buen clima
Gracias a su agradable clima tropical, se ha dicho que Cuernavaca ha atraído visitantes desde tiempos prehispánicos (cuando su nombre era Quauhnahuac), pero su vocación balnearia no se consolidó sino hasta el siglo XIX, cuando los emperadores Maximiliano y Carlota escogieron al Jardín Borda como sede de su residencia de verano. El espacio había sido construido en el siglo XVIII por Manuel de la Borda, hijo del hombre que en su época fue el más rico de la Nueva España: el minero José de la Borda. Manuel aprovechó el clima de la ciudad para dar rienda suelta a su gusto por la botánica, y en su jardín sembró las más exóticas plantas y flores que mandó a traer de Asia y Europa.
Las fuentes y la frondosidad del Jardín Borda maravillaron lo mismo a virreyes que a arzobispos, por lo que no es de sorprender que unos 80 años más tarde, durante el Segundo Imperio, haya sido uno de los sitios consentidos del emperador y su esposa. Sin embargo, fue hasta después de la Revolución cuando Cuernavaca se colocó de lleno en el mapa internacional.
Diplomacia de jardines y murales
La ciudad fue parte estratégica de la campaña de los gobiernos posrevolucionarios para atraer turismo estadounidense a México, pues —junto con Taxco, Pátzcuaro y Chapala— fue considerada como una pintoresca y típica ciudad mexicana (según la imagen que el régimen buscaba promocionar de lo mexicano). La capital morelense además se encontraba a sólo 75 km de la capital y estaba bien comunicada con ella: desde 1882 por radio, teléfono y telégrafo, y desde 1897 por ferrocarril.
El plan turístico fue empatado con el de construcción de carreteras, y en 1927 fue entonces inaugurada la primera carretera del país, de la Ciudad de México a Acapulco, que a su paso conectaba Cuernavaca, Taxco, Iguala y Chilpancingo. Pero, y aunque la carretera ayudó, la fama de Cuernavaca llegó de la mano de un hombre: Dwight Morrow.
Nombrado como embajador de los Estados Unidos en México entre 1927 y 1930, Morrow llegó a México con un solo objetivo: aliviar la tensión que había surgido entre los dos países tras la Revolución. Como parte de sus acciones de buena voluntad, Morrow invitó a al piloto Charles Lindbergh (famosísimo en aquellos años por haber sido el primer hombre en cruzar el Atlántico volando) a realizar una gira por México, se hizo de una casa en Cuernavaca que nombró Casa Mañana, y comisionó a Diego Rivera para que pintara un mural en la ciudad.
Los inesperados aliados de un destino turístico
La popularidad de Cuernavaca contó además con otros dos poderosos, aunque inesperados, aliados: la ley seca en los Estados Unidos, y la del divorcio de Morelos de 1927. Gracias a esta última, divorciarse en la entidad era tan fácil que diversas agencias estadounidenses incluso comenzaron a anunciar tours de divorcios a la ciudad, y se calcula que, hasta la derogación de la ley en 1952, más de dos mil estadounidenses de clase alta vacacionaron en Cuernavaca con el objetivo de separarse legalmente de sus parejas. Pablo Neruda, Agustín Lara, Paulette Godard, Barbara Hutton y, se rumora que hasta Lady Edwina Mountbatten, última virreina de la India, fueron algunos de los visitantes que no dudaron en aprovechar estas facilidades.
Por el otro lado, y con la idea de emular el enorme éxito que el casino de Aguacaliente estaba teniendo en Tijuana atrayendo estadounidenses que buscaban apostar y divertirse, un grupo de empresarios decidió probar suerte y abrir un concepto similar en Cuernavaca. El famoso Hotel Casino de la Selva abrió así sus puertas en 1931, y lo mismo Rita Hayworth que Al Capone y Bugsy Siegel, comenzaron a ser vistos en sus salones. Y aunque la prohibición en 1934 de los juegos de azar en México puso un alto al sueño de los casinos, Cuernavaca apenas estaba calentando sus motores.
El dinero del turismo permitió pavimentar las calles, instalar drenaje, agua potable y electricidad. La modernidad y el progreso que la Revolución prometía parecía existir entre las barrancas y los jardines de la ciudad. En el mismo año de 1934 abrió sus puertas el Club de Golf de Cuernavaca, el primero en el país en ser construido únicamente con capital nacional, y donde no era raro ver al ex-presidente Elías Calles (su fundador) jugando, a Elizabeth Taylor llegando en helicóptero, o a Roberto Montenegro pintando en la terraza.
Quauhnáhuac tiene dieciocho iglesias y cincuenta y siete cantinas. […] se enorgullece de su campo de golf, de una multitud de espléndidos hoteles, y de no menos de cuatrocientas albercas, públicas y particulares, colmadas por la lluvia que incesantemente se precipita de las montañas; escribía el canadiense Malcom Lowry sobre la ciudad en su famosa novela Bajo el Volcán, publicada en 1947 y la cual escribió a lo largo de una década en su casa en la calle de Humboldt.
De artistas, coleccionistas, escritores… y una heredera
Cuernavaca consolidó su reputación como un lugar privilegiado para descansar, divertirse o incluso convalecer, y nuevos visitantes y residentes llegaron continuamente. Además de Lowry, numerosos escritores y artistas comenzaron a pasar largas temporadas en la ciudad, comprando casas u hospedándose en la residencia de amigos y conocidos. Alfonso Reyes escribió 30 sonetos titulados Homero en Cuernavaca y describió la ciudad en La Pequeña Babel. Una visión de Cuernavaca, Erich Fromm daba terapias de psicoanálisis y Juan O’Gorman pintó vistas de la ciudad. Cantinflas comisionó a Diego Rivera para que realizara un mural en la piscina de su casa, y Dr. Atl, Orozco, Siqueiros y González Camarena cubrieron con murales el Casino de la Selva, que había tomado un segundo aire como exclusivo hotel, y en el cual Leonora Carrington llegó a vivir mientras construían su casa en la ciudad.
Mención aparte merece la llamada Casa de la Torre. Su dueño, Robert Brady, hospedó en ella a Josephine Baker, a Rudolf Nureyev y a Peggy Guggenheim, al mismo tiempo que llenaba sus espacios con su enorme colección de arte que llegó a contar con 1300 piezas. Obras de Frida Kahlo (incluyendo un icónico Autorretrato con mono), María Izquierdo, Tamayo, Rodriguez Lozano, Otto Dix, Jean Charlot y Maurice Prendergast, así como un pequeño mundo de antigüedades y artesanías, se conservan en el espacio, que tras la muerte de su dueño fue convertido en museo gracias a su hermano.
La combinación entre personas acaudaladas y el calor tropical de Cuernavaca derivaron en algunas excentricidades, y si la casa estilo indonesio-tropical de la pintora Tamara de Lempicka levantó algunas cejas, nadie pudo superar a la millonaria estadounidense Barbara Woolworth Hutton. La heredera, considerada como una de las mujeres más ricas del mundo en su época, llegó a Cuernavaca en 1951 para divorciarse de su cuarto marido, el príncipe ruso Igor Troubetzkoy, y dos años después emprendió la construcción de un enorme y espléndido palacio estilo japonés a las afueras de la ciudad. La socialité bautizó a su nueva residencia con el nombre de Sumiya (que significa lugar de paz, tranquilidad y longevidad), y festejó su séptimas y últimas nupcias en ella.
Un (exclusivo) refugio
Cuando la primera autopista de México fue inaugurada en 1955 entre Cuernavaca y la capital, la popularidad de la ciudad floreció tanto como los flamboyanes de sus calles. Las películas de Hollywood habían puesto de moda la costumbre de celebrar fiestas y reuniones junto a una alberca, y Cuernavaca era un escenario perfecto para esto. Los jardines de Las Mañanitas, del Casino de la Selva y del hotel Chula Vista se habían convertido en glamurosos puntos de reunión que acogían lo mismo a Marilyn Monroe que al entonces joven príncipe Felipe de España, y la ciudad se puso patas arriba cuando el último sha de Irán, Mohammad Reza Pahlevi llegó a ella para vivir en el exilio en 1979.
El sha jugaba tenis en el Racquet Club, comía en Las Mañanitas, frecuentaba el campo de golf, y vivía sobre la avenida Palmira, lo cual lo hizo vecino de otra casa reinante caída en desgracia: la italiana. La princesa María Beatriz de Savoya vivía sobre la misma calle en Villa Lupo, una casona que era propiedad de su madre, María José de Bélgica, última reina de Italia y gran entusiasta de Cuernavaca gracias a las historias que su tía, la emperatriz Carlota, le había contado durante su niñez. Se dice además que, cuando decidieron mudarse, muchos de sus muebles fueron comprados por María Félix para su residencia de fin de semana, un palacete inspirado en las villas italianas del Renacimiento que, como no podía ser de otra manera, también se encuentra sobre la misma avenida Palmira: la Casa de las Tortugas.
Y aunque el tiempo pasa y las épocas cambian, la ciudad sigue conservando (ocultando incluso) huellas de esos ya pasados días de gloria. Muchas de las antiguas casonas con enormes jardines han sido demolidas y el tráfico vehicular inunda las calles de su centro histórico, pero a veces sólo basta con atravesar alguna barda para encontrarse de frente con ese paraíso de calles empinadas, tabachines y palmeras, que como dice la canción, es Cuernavaca en primavera.