En la década de los cuarenta, la Ciudad de México contaba con un millón de habitantes y atravesaba un momento de despegue. Un ejemplo de esto fue la construcción del Cárcamo de Chapultepec: un megaproyecto de ingeniería y arquitectura (y arte, por qué no) que se encargaría de abastecer de agua potable a la capital del país y evitar contratiempos como la sequía de 1922.
El sitio elegido para elevar esta edificación funcionalista fue la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec –esa que ahora se encuentra al oeste de Periférico y alberga el Museo del Niño–. Bajo las ideas del arquitecto Ricardo Rivas y el ingeniero Eduardo Molina, el Cárcamo estuvo terminado en 1951 y representaba el punto final de un acueducto de más de 60 km que traía agua limpia del Río Lerma a la ciudad.
Donde la tecnología se fusiona con el arte
Lo que hace que aquella infraestructura hidráulica ahora sea el Museo del Cárcamo de Dolores es que en su interior resguarda una obra de Diego Rivera. Se trata del mural El agua, origen de la vida, una pintura que recubre el suelo, túnel y tres paredes de una de las cámaras subterráneas del inmueble.
En la actualidad se puede visitar el sitio, pero en realidad esta pintura estuvo sumergida por cuatro décadas, mientras las instalaciones estuvieron en funcionamiento. Los pigmentos se desvanecieron y las superficies se cubrieron de óxido y demás asperezas debido al flujo constante de agua y de los minerales que viajaban en las corrientes.
Afortunadamente, para el mural, a principios de los noventa se suspendió el paso del agua en el sitio y se limpiaron los túneles y las paredes. El trabajo de Diego Rivera fue minuciosamente restaurado durante casi 20 años por expertos y se presentó de nuevo al público en 2010.
Algo sobre el mural
Así como el Cárcamo en sí, El agua, origen de la vida también hace alusión a la relación entre la ciencia, la tecnología y el arte. El motivo regidor a la hora de apreciar el mural son las teorías del biólogo ruso Aleksandr Oparin, quien veía en el agua un elemento fundamental en los procesos que originaron la vida en el planeta. Con eso en mente, se pueden distinguir algunos elementos como el trilobite –el primer animal en desarrollar ojos– o cooksonia –una de las primeras plantas en crecer en la tierra–. Por otro lado, también aparecen escenas que plasman al equipo de técnicos que diseñaron la red hidráulica, así como los obreros que trabajaron –y murieron– durante su construcción.
Otra aportación de Rivera fue la escultura de Tláloc que se encuentra en la explanada en la entrada del lugar. El artista ideó al dios prehispánico de la lluvia en un plano horizontal, de piedra y mosaicos, sobre un espejo de agua con la idea de que fuera visible y reconocible desde un avión. En la cabeza tiene dos caras: una que mira hacia el cielo y otra hacia el acceso al Cárcamo.
Una nueva intervención artística en el Cárcamo de Dolores
Ahora, en el interior se puede ver y escuchar la obra La Cámara Lambdoma del compositor Ariel Guzik. Esta consiste de series de flautas, similares a las de un órgano, colgadas de las paredes que despiden sonidos envolventes que remiten al ruido tranquilo del agua fluyendo. Y no es casualidad, pues las diferentes melodías –incesantes y que nunca se repiten– son producto de las ondas generadas por diversas señales meteorológicas, como nubes, lloviznas o vientos.
Aunque al día de hoy el Museo del Cárcamo de Dolores está cerrado temporalmente, la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec está abierta al público desde el 2 de junio. Todos pueden acudir a este parque, aunque se recomienda no pasar más de 90 minutos ahí y evitar que las personas mayores acudan durante los horarios de más congregación.
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Foto de portada: Rafael Saldaña / Flickr
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